Florencia y la vía de los jazmines

  • 25/01/2021 00:00
Aristides Ureña Ramos, maestro de la plástica en Panamá, comparte las memorias de rincones mágicos como la casa-museo La Capponcina, la casa-museo de Diana Baylon y la casa-museo Stibbert
Una de las piezas adquiridas en Chinatown, New York.

Sentado en la terraza de mi casa, de pronto me captura la jarra decorada con motivos chinos y flores de jazmines donde Martita ha servido el té de la tarde. Entonces comienzo a reír en mi interior, pues el contenido del bello recipiente es de té de jazmín. Al parecer dicha situación no es casual, pues la embriaguez que me procura su delicioso olor, me transporta a íntimos recuerdos con episodios que han marcado mi vida.

Al saborear el té, recuerdo esa mañana neoyorquina en el barrio de Chinatown (2018), dentro de aquel negocio de antigüedades donde Patricia escogió llena de emoción una especie de tetera a manera de jarrón que hoy contiene mi té de jazmín, y qué bien me hace recordar la adquisición de aquel día. Una hermosa porcelana para recordar un viaje que de por sí resultó muy especial... la jarra para servir nuestro té.

Era tan profundo el aroma de viejas especies dentro de aquel negocio de antigüedades en la ciudad de Nueva York, que resultaba curioso que sobresaliera el de jazmín y que, sin darme cuenta, me envolviera en el gran juego de la memoria y de los inquietos recuerdos. Es así como, en un veloz entonces, sin poder controlar mis ojos, parpadeé varias veces e inicié el siguiente texto.

Los jazmines de las colinas florentinas (Italia)

La ciudad de Florencia yace posada entre boscosas colinas, donde su periferia de antiguos cipreses y señoriles villas atrae a los pasantes. Transitar entre sus angostos caminos es una experiencia placentera.

Ahí la historia registró con belleza inaudita el clamor por un gusto refinado. Por esto, ha sido el lugar donde pintores y poetas han podido sublimizar sus inspiraciones para donar al mundo importantes obras maestras.

Florencia, Italia
La casa-museo La Capponcina

Una en particular –por encontrarse a poca distancia de mi casa– la vía Capponcina que conducía a Settiñano, era mi lugar preferido para entrenar mi adolorida musculatura. Se trataba de una calle con una pendiente muy pronunciada que ponía a prueba al atleta mejor preparado de la temporada, pues al culminar ese pico escarpado, se encontraba la villa Capponcina del “poeta, sagrado, profeta” Gabriele D'Annunzio, una casa-museo decorada con un gusto bizarro donde el mobiliario florentino de 1400 es mezclado –por D'Annunzio– con otros estilos, sin perder la armonía y sobriedad, dando espacio a un gusto nuevo, llamado 'estilo D'Annunciano'. El interesado puede buscar en internet la villa-museo.

La vía Capponcina, como otras calles de los alrededores de la ciudad de Florencia en primavera, es graciosamente invadida por las plantas de jazmín. La fragancia que emana el jazmín funciona como bálsamo o elixir para la creatividad, por eso (tal vez) quedamos apegados a esa fragancia que nos acerca a la creación y a la belleza... al menos para mí. Por eso aquello resulta ser una esencia seductora.

Museo Stibbert, Florencia, Italia.
El inglés de refinado gusto. Casa-museo Stibbert

Subiendo por la colina de Montughi, se encuentran los muros de piedra que van dando formas a la sinuosa y pequeña calle. Entre las antiguas piedras de los muros crecen las pequeñas plantas de alcaparra. Lo divertido de esos paseos, es mirar entre las rendijas de los portones para observar lo que se encuentra dentro de las villas, pues las pérgolas de madera se encuentran cargadas de plantas de jazmín, dando respuestas (a los sensibles olfatos) de la misteriosa fragancia que se respira por doquier.

Al iniciar el recorrido en la calle que lleva a la colina se encuentra una villa regalada al Municipio de Florencia (1908) por un rico magnate inglés que donó su casa-museo; lugar donde había recogido durante toda su vida, objetos italianos, europeos y del lejano oriente.

Frederick Stibbert 1838-1906 (este era su nombre) abre en 1887 al público su colección privada, organizando su museo personal al estilo gótico, según el gusto romántico. El museo comprende una sección dedicada a la armería europea, persiana e hindú. Una parte de ella, donde están expuestos los vestuarios, los tejidos y objetos sagrados, luce con simplicidad su antiguo esplendor.

La sala que más atrae la atención es la 'Sala de la Cabalgada', donde es exhibido un cortejo de caballos y caballeros con armaduras de 1500 europeo e islámico, además de muchas porcelanas y cerámicas de diversos países.

El museo es un oasis para los visitantes cultos.

La casa-museo de Diana Baylon

Esta mañana revisaba la publicación de Sotheby's Italy International Realty, y me encuentro con la noticia de que la casa-museo de Diana Baylon 1920-2013, se encuentra en venta junto con las estatuas de su jardín y las obras colocadas en las paredes de la casa. La misteriosa y apartada artista, que en tantas ocasiones pude tratar, cuenta con obras ricas de integración de materiales nobles, donde la retórica de lo abstracto es consumida dentro de ilimitados registros.

Al parecer su demora podría ser disgregada. Es de mi esperanza que sea adquirida y devuelta al público especializado... y no dudo que así será.

En mis trotes matutinos subía por la vía dei Bosconi rumbo a Fiesole, calle donde se encuentra la casa-museo de Diana Baylon. En fila, una por una, las hermosas villas mantienen la sobriedad histórica de su construcción, un museo abierto, donde la sobriedad del estilo clásico, el floreado estilo liberty y la refinada arquitectura futurista son un libro abierto para educarte al gusto por lo bello de la sensibilidad de cualquier ser humano.

El viejo roble sobre la calle de los jazmines

La anciana sentada en una silla de ruedas, siempre había capturado mi atención. Cada mañana fría, muy temprano acudía a su hermoso jardín.

Lo curioso era que, a pocos metros de su casa en la intersección de la calle Gelsomini (de los jazmines) y la calle Senese, había un robusto y antiguo roble en cuyo tronco se hallaban incrustados mensajes y nombres; esto siempre había llamado mi atención. Una vez, parándome frente al roble, trataba de descifrar los mensajes, la anciana mujer se acercó y me dijo, indicándome con el dedo, que ese era el nombre de su esposo y el de abajo era el suyo; lo habían grabado cuando eran adolescentes como prueba de amor; siguió indicándome que ahí estaba la firma de su bisabuelo, grabada cuando era un niño... y yo quedé pendiente de la narración.

Hay un sendero de los aromas, donde la memoria es ayudada por los objetos, por todo aquello que nos circunda. Existe un lugar dentro de cada uno de nosotros, donde estamos acompañados de nuestros seres queridos (vivos o desaparecidos), donde estamos a gusto con nuestros íntimos recuerdos de esas presencias, de esos gratos momentos.

Ellos regresan a nosotros para colmarnos de alegría, para que sepamos que no estamos solos, ni abandonados en destinos inciertos; más bien, somos parte de tantas vidas colmadas de cosas lindas y esos senderos perfumados de aromas de jazmín siempre serán nuestros y nunca nos abandonarán.

El parpadear de mis ojos me avisa que es hora de parar y saborear mi té de jazmín. Miro nuestro jarrón de porcelana y lo acerco a mi computador para que los lectores puedan gozar del antiguo aroma de la flor de jazmín. Hasta el próximo lunes de Café Estrella.

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