'Clamor de barbarie', la obra prohibida de Manuel Montilla

Actualizado
  • 08/03/2021 00:00
Creado
  • 08/03/2021 00:00
Aristides Ureña Ramos, maestro de la plástica en Panamá, nos acerca a la historia de 'Clamor de barbarie. In memoriam Dr. Hugo Spadafora', del artista e investigador visual Manuel Montilla
'Clamor', 1988, Chitré.

Escribir sobre la historia del arte contemporáneo en Panamá resulta una ardua tarea, sobre todo cuando al activarnos para nuestras investigaciones nos encontramos con una memoria anestesiada por el olvido. Para nuestros asiduos lectores, regresamos a Café Estrella con una interesante entrevista a Manuel Emilio Montilla (1950), al ser uno –entre los olvidados– de los artistas que vigorizó los años 80 con obras experimentales en comunión con las corrientes internacionales. Obras que necesitamos conocer para valorar el espíritu creativo de nuestros mejores exponentes artísticos en Panamá.

Manuel, ¿podrías compartir los antecedentes de aquella obra que fue mal aceptada? Desde la exposición en Costa Rica de 1985, ¿qué sucedió?

El 13 de septiembre de 1985, en compañía de Raúl Vásquez, Julio Lambert y Migdelia Acosta, en San José, Costa Rica, inaugurábamos una muestra de arte panameño en la sala Jorge Debravo, presentada por el Ministerio de Cultura del hermano país. El 15 de septiembre de 1985, en San José, leí una muy breve nota en un medio de prensa que informaba sobre el hallazgo del cuerpo y sus circunstancias. No había detalles. Pero la chispa había sido encendida. Para el lunes, los medios de prensa de Costa Rica y Panamá, especulaban sobre la identidad del decapitado, con la posibilidad que fuese el Dr. Hugo Spadafora. Por alguna razón, ese breve comentario periodístico se grabó en mí y dio inicio a inquietudes para la concreción de alguna expresión plástica. En la época se estilaba realizar una muestra de los docentes de las escuelas de arte a nivel nacional. La de 1985 estaba programa para octubre.

Descríbenos esa obra y esa exposición. ¿Era una instalación?

Sí, era una instalación de gran dimensión, realizada con bajo presupuesto, materiales fácilmente obtenibles y reciclados. El panel central llevaría una figura masculina desnuda y quedaría el tronco, ejecutado a carbón y tintas sobre esa tela llamada “manta sucia”. La parte superior y los bordes fueron dados al fuego. Todo montado sobre una tela negra que en la sección que sobresaldría de la pared llevaría una especie de bandera en negro. A ambos lados del panel central se pusieron grandes telones oscurecidos con sobrantes de diversas pinturas, impresos en serigrafía, con una foto de mi primer hijo que había utilizado en una serie de tres obras denominadas 'Prohibido jugar aquí'. Sobre las telas se cruzaba otro fragmento textil con un diseño de camuflaje en el cual seis especies de hienas, muy estilizadas, se campeaban agresivas. Al centro del panel de la bandera se colocó una cabeza cubierta con plástico de bolsas negras y, adelante, sobre el piso, una vela votiva roja y encendida durante toda la muestra. El maestro Luis Aguilar Ponce fungía como director de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de Panamá. Persona noble, a quien siempre me unió una franca amistad; él recibió la obra y la ubicó en la pared del fondo de la galería, donde podría apreciarse, en toda su magnitud. La pieza no fue, de inicio, titulada. A la fecha el Dr. Miguel Montiel ejercía como subdirector general del Inac, de cuya égida dependía la escuela. El caballero anotado llegó a la exhibición con bastante anticipación, para coordinar los detalles inaugurales. Lo primero que sus ojos vieron fue esa figura inquietante. De inmediato prorrumpió en denuestos contra una imagen que, según su parecer, incriminaba a las Fuerzas de Defensa en el desaguisado, que ya se discutía a nivel internacional. De poco servían los alegatos de Aguilar Ponce de que se trataba de una representación de la violencia contemporánea muy generalizada. Nuestro filósofo argüía que atacar al estado mayor, léase Noriega, era casi un crimen contra la patria. La cosa pudo ir a mayores, pero Aguilar Ponce, con paciencia, le hizo ver que la obra allí no tendría mayor notoriedad. Por el contrario, desmontarla era prohibirla y convertiría al autor en una víctima del engranaje castrense. Lo cual le conferiría mayor notoriedad para los medios, que ya estaban álgidos con el tema. No muy a gusto, el filósofo permitió que la obra permaneciera, pero ya maquinaba las represalias.

¿Hubo consecuencias?

De más está decir que mi contrato como docente de la escuela en Chiriquí no fue refrendado para el siguiente curso lectivo. Además de no ser una ficha manejable, nunca asistí a las convocatorias a que obligaban a participar a los empleados públicos en apoyo del régimen; mantenía ideas que trasladaban a los educandos sobre la dignidad, el justiprecio y las libertades que, sobre todo los artistas, debían externar en la salvaguarda de lo cultural.

¿La censura continuó?

Te cuento. En marzo se celebran las festividades 'davideñas' y la famosa Feria Internacional de David. Por aquellos días de 1986, se le brindaban espacios sin costo a los pintores para que mostraran sus creaciones durante los días del evento. El presidente del Patronato de la Feria era el periodista Manuel Ramón Guerra; siempre compartimos un gran aprecio. Le planteé la posibilidad de exhibir la pieza y él asumió el proyecto con mucho beneplácito. No obstante, a los pocos días me convocó para explicarme que por “orden superior” no se podía exhibir esa obra desafortunada para los intereses de la comunidad castrense. Todos los que conocieron a don Ramón Guerra saben de su hombría de bien, de su periodismo combativo y de su alto valor cívico. De inmediato me anotó, que, si bien no podrían exhibir la pieza, ponía a mi disposición la página 'Chiriquí en La Estrella', que él dirigía, para que denunciara el desaguisado. Escribí una corta nota que fue publicada con la foto de la obra.

Recuerdo que la obra fue expuesta en la Bienal de Sao Paulo, Brasil, de 1987. Háblame de eso.
'Clamor', 1987, Brasil.

Eran tiempos en que no pululaba, todavía, la caterva de “curadores” que hoy inficionan todas las manifestaciones del arte. Conocedor de que en Panamá no podría exponer la pieza, puse mi interés en el exterior. Había concurrido a la 18 Bienal de Sao Paulo en 1985, por tanto, cuando recibí el anuncio para la edición 19, en 1987, les escribí y contestaron en positivo. Preparé y envié el paquete como “muestra textil” para evitar ciertos encuentros. Teniendo la fortuna de que una persona, familiar de Hugo, vivía en Sao Paulo y pude contactarla, a merced de lo cual recibí una veintena de fotos y el catálogo de la muestra.

Y la obra también pudiste exponerla en el Museo Regional de Herrera, Chitré.

Así es... si bien no conocí personalmente al Dr. Hugo Spadafora, tuve la oportunidad de entablar amistad con su padre Carmelo, cuando era presidente del Patronato de la Feria de Azuero. Aunque ya había fallecido, contacté a su esposa, que, si bien no era la madre biológica de Hugo, le profesó siempre un entrañable amor maternal. Con su anuencia y ayuda programamos que a la vuelta de 'Clamor de barbarie. In memoriam Dr. Hugo Spadafora' la expondríamos en Chitré. Ella se encargó de gestionar el espacio del museo y en septiembre-octubre de 1988 se desplegó la obra en una sala de esa entidad.

Reflexión a manera de cierre

Existe una linfa creativa que nos precede de antaño, allí donde los dioses menores y las musas del pensamiento creativo abrazaron a Maldonado Thibault, J. Zachrisson; A. Dutari, E. Silvera, A. Sinclair, nunca abandonaron a las nuevas generaciones. Para comprender el talento, hay que acercarse a las consideraciones entorno al “bien”, que crece pese a las adversas condiciones, siendo esta una certeza que todos podemos compartir. Para cerrar les dejo la ultima reflexión del artista Manuel E. Montilla, al cual agradecemos por la entrevista: “El arte no es solo belleza, es un paso adelante, es el encuentro con intangibles que, de manera constante, nos encuentran rutas de confrontación con nuestras comodidades. Nos impele a continuar la senda escabrosa. La belleza del arte está en su verdad, en la forma de decirnos que la vida tiene otras orillas a las que no solo aspirar, sino concretar para encontrarnos con lo mejor de nosotros”. (M. Montilla 2021).

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