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- 11/07/2021 00:00

A Jazz siempre le interesó el arte, desde muy niña. Recuerda cómo a los siete años le obsequiaron un libro con plantillas con las que podía luego hacer impresiones. El poder manipular estas piezas para lograr resultados diferentes resultaba fascinante a la niña que de visita a los museos se maravillaba con las piezas de cerámica y los coloridos vestuarios. Ya para cuando tomó clases de artística en la secundaria, estaba convencida que quería dedicarse al arte; una profesora que además de guiar la clase a través de diferentes técnicas llevó a su clase de la mano por su historia logró convencer a Yazmín de su destino.
Como muchos otros ciudadanos, Miranda se trasladaba de un lugar a otro en transporte público. En sus viajes lo observaba todo. Cómo antes de llegar a la parada del Banco Nacional en la Vía España, las señoras empezaban a quitarse los rollos de la cabeza, sacaban un cartucho de dentro del bolso y guardaban sus zapatos cómodos para caminar y se ponían los de lucir en sus oficinas. Los cosméticos iban saliendo de la cartera y una que otra, luchaba para quedar en el primer puesto, justo detrás del chofer para aprovechar el ancho espejo que tenía el 'busero' para divisar a todos sus pasajeros. “Cuando se bajaban del bus estaban completamente arregladas”, exclama.
La cosa era distinta si viajaba por la ruta uno. Esos buses siempre iban vacíos porque se trasladaban lento y no tenían buena música. Sin embargo, en las rutas principales habían algunos buses correteados. Todos sabían que el Mama Inés, el Kassim o el Fantomas tenían lo último en decoración y también en música. Los colores del cofre de los diablos rojos anunciaban desde lejos su ruta. También lo hacían los rótulos sobre y en el parabrisas. A esto luego se sumo el canto de los pavos.
Entrar a algunos diablos rojos era como entrar a otra dimensión: tapicería, cintas de colores, luces de discoteca, y un equipo de sonido de lo mejor. Otros no se esmeraban mucho por su arreglo, había que ingeniárselas para que el asiento no cayera hasta el piso… y el chofer siempre buscaba la forma de que más gente pudiese entrar. El dominio de las matemáticas del chofer lo llevaba a manejar el monedero con una velocidad casi supersónica. Hacías el pago y dos segundos más tarde tenías tu cambio en las manos, si el pasajero era quien se demoraba, la rechifla de apurados no se dejaba esperar.

Como estudiante de arte, muchas veces le tocó trasladarse con su obra en los buses e ingeniárselas para que estas llegaran a salvo, lo que muchas veces representaba tener que ir hasta la gran terminal, una “´piquera” mucho más grande y moderna, para acomodar sus bastidores en buses vacíos.
Un buen día se escuchan las noticias de que el sistema de transporte sería reemplazado y los diablos rojos dejarían de circular.
“Pensé, van a desaparecer los diablos rojos... se va a perder toda esta cultura”, advirtió Yazz en ese momento. Esta forma de ver las cosas tan única y diferente que la cotidianidad no nos permite tener presente. Ya no se verían más los colores brillantes, los rótulos atrevidos, aquellos paisajes de montañas nevadas y de semidioses con espadas. En las puertas traseras dejarían de verse los artistas de Hollywood y también del Cholywood, Dejarían de sonar las troneras y las bocinas estridentes, se perdería algo que para bien y para mal, significó un estilo de vida para un gran sector de la población.
Ante este panorama Jazz decidió hacer un registro para que no se perdieran elementos tan importantes de la cultura popular. Con una cámara digital La artista empezó a hacer los registros de imágenes tanto en interiores como exteriores de los buses. Luego buscó la forma de trasladar estas imágenes a un positivo que le permitiera crear la matriz para la impresión.

El momento fue de investigación e ingenio, pues no habían muchas opciones tecnológicas. Una lámina de acetato, con las que se imprimían las filminas podría funcionar, pero ya esto no se imprimía. Los nuevos equipos generaban mucho calor y derretían el material. Con la buena voluntad y el apoyo de los encargados de varios centros de impresión se logró crear estos positivos y la calidad de las fotografías también fue mejorando.
Yazz empezó a hacer impresiones en formatos pequeños, luego su arte creció. Fue contactada por el Taller Articruz donde se dio cuenta de que el trabajo del maestro Cruz Diez incluía la serigrafía. Y cómo la serigrafía podría convertirse en algo más.
“Ya conocía el trabajo de Jazz desde hace algún tiempo, he podido ver un poco su desarrollo su evolución como artista en los últimos 8 años, desde aquellos primeros años en que hacía trabajos utilitarios como bolsos t-shirts con la imagen del diablo rojo, al desarrollo de su discurso artístico, y ahora cuando llega a esta primera exposición individual uno encuentra una propuesta más elaborada, más depurada, una propuesta más consistente de lo que ella quiere hacer”, reconoce Joel Bracho Ghersi, curador de la exposición Piquera , 'encre et couleur' que se exhibe en La Alianza Francesa hasta el 23 de julio.

Bracho Ghersi ve en la propuesta de Miranda, cómo una imagen realista, casi documental que parte de una fotografía, termina siendo icónica. “Aunque uno no tenga todos los detalles de la imagen que se pierden, se desdibujan, reconoce claramente la imagen del diablo rojo y se lleva una sensación de la obra”, comenta.
La serígrafía es una técnica de impresión que permite hacer series tan extensas como se desee, sin embargo Miranda la utiliza para hacer piezas únicas e irrepetibles. De cada una de las plantillas ha impreso solo una obra y aunque las conserva y puede volver a imprimir con ellas, la forna en que utilice las tintas hará que esta sea completamente diferente.

La exhibición presenta imágenes de los icónicos buses, algunas de ellas solo muestran detalles, pero su imagen ha calado tanto en la memoria colectiva que no es difícil identificarlos.
Completa la exposición una vista al cinebus donde se proyecta el documental Sirenata en B de la artista Sandra Eleta; un paseo que incluye luces y música tropical.