'Nai tánica Incariqui'

Actualizado
  • 10/08/2021 00:00
Creado
  • 10/08/2021 00:00
Cien años después, a pocos días de haber celebrado el Bicentenario de la Independencia política del Perú, cabe preguntarse si nuevas investigaciones pueden aportar nuevos elementos que contribuyan al crecimiento amazónico

“Nai tánica Incariqui” (Dios está más alto que los altos montes) frase de la cosmovisión de los Cunibos con la que se abrió el capítulo sobre los pueblos amazónicos en el Tercer Congreso Científico Panamericano celebrado en Lima en 1924 cuando se conmemoraba el centenario de la batalla de Ayacucho y los debates académicos buscaban perfilar una noción del concepto 'Estado-Nación' donde el componente 'población' es revelador para determinar si un Estado está integrado o no

En ese año se afirmaba que la tribu más rica en elaboraciones mitológicas era la de los Cunibos, hoy conocidos como Shipibo-Conibo (Ministerio de Educación, 2018). Sus narraciones habían sido recogidas por César Díaz Castañeda y los misioneros franciscanos de la zona del río Ucayali, más tarde publicadas en la revista “Inca” (1920) del entonces Museo de Arqueología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Así, los Cunibos señalaban descender de 'Buicoco', personaje de origen divino, que casó con 'Titeisa' y sus más distinguidos hijos fueron 'Husta' y 'Chipa'. Habitaron un cerro en los Andes occidentales donde se multiplicaron en gran número. Al ser tantos, decidieron abandonar su terruño original y ocupar las vertientes del Gran Pajonal y llegar a los llanos amazónicos donde se establecieron. Llaman 'Bari Inca' al Sol que es mirado con gran respeto por considerarlo una representación de Dios y 'Use' es la Luna. Para Díaz Castañeda estos son indicios de posible contacto con los quechuas del Imperio Inca

Otro tema que atrajo la atención de los académicos del Congreso Científico fueron los ritos de nacimientos y defunciones entre los pueblos originarios del Amazonas. Se cita, por ejemplo, a los temidos jíbaros -conocidos por reducir la cabeza de sus enemigos al tamaño de una naranja- que no practican ninguna ceremonia ni fiesta familiar cuando nace un nuevo integrante de la familia. El hecho les parece lo más natural del mundo. Si el nacimiento preocupa poco al jíbaro, la muerte, sin embargo, tiene otro ritual (Izaguirre, 1926). Si la muerte acontece en guerra o escaramuzas violentas, sus compañeros enterrarán al difunto bajo tierra borrando las huellas del emplazamiento para evitar que sus enemigos lo profanen. Si el jíbaro muere en el seno de su familia o de parientes cercanos víctima de una enfermedad o de un accidente, el cuerpo -si es de un adulto- es envuelto en una estera de hojas de palma, lo atan sentado o de pie al palo principal que sostiene el techo de la choza que habitaba, colocan a su lado víveres y masato, cierran la puerta y la familia emigra a otra parte. A otros, los atan en un tronco a la entrada de la huerta familiar o del bosque; en este caso rodean el cadáver con una fuerte empalizada para defenderlo de las fieras y le construyen una enramada de hojas de palma para protegerlo de las lluvias y así permanece hasta que la acción del tiempo reduce todo a un montón de huesos. Si el difunto es un niño “[…] mientras el cuerpecito está caliente lo doblan para meterlo en una vasija de barro que entierran en el suelo cerca de la casa. Si no tienen vasija o el cuerpo está desarrollado que no quepa en ella, lo envuelven con hojas de palma de plátano y lo entierran en el suelo” (Izaguirre, 1926). La ceremonia concluye con una canción fúnebre llena de lamentos y llanto que se repite varios días después en señal de luto rogando que los espíritus buenos derroten a los malos y lleven al difunto a un eterno descanso. La tribu de los Campas, por ejemplo, llama 'tazorinti' a esos espíritus buenos y 'camagari' a los malos; los Machiguengas los dividen por tamaño y poder, a los grandes llaman 'camagarine' y, a los pequeños 'soisoini' (Pío Asa, 1923).

La muerte en combate era usualmente por envenenamiento ya que los guerreros aplicaban a la punta de sus flechas el 'mirame' o 'curare', veneno activísimo que completaban agregando -en términos del naturalista italiano Antonio Raimondi en su obra “Elementos de Botánica” (1857)- el producto de la planta 'Cocculus texicoferus, de la familia de las menispermácea' que llaman 'Pani'. Raimondi también indica que el primero en descubrir y estudiar el 'curare' fue Castelnau cuando contactó a pobladores Yaguas y Orejones del Amazonas que le enseñaron “[…] a cortar en pedazos el tallo del Pani, añadir la corteza rayada del árbol Ramón, cocinando la mezcla por veinticuatro horas para obtener una consistencia viscosa casi como la liga”. El trabajo de Raimondi dejó una gran influencia en botánicos posteriores, así, el alemán Augusto Weberbauer le dedicó su más importante obra "El Mundo Vegetal de los Andes Peruanos" (1945).

Cien años después, a pocos días de haber celebrado el Bicentenario de la Independencia política del Perú, cabe preguntarse si nuevas investigaciones pueden aportar nuevos elementos que contribuyan al crecimiento amazónico sin alterar sus costumbres ancestrales respetando el orgullo y la altivez de los varones y, al mismo tiempo, rescatando la condición de la mujer aborigen evitando que se me sumerja en un abismo de oprobio.

Embajador de Perú en Panamá
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