Mirando al abismo del mal

Actualizado
  • 17/12/2022 00:00
Creado
  • 17/12/2022 00:00
La crianza, amigo lector, lo que se dé dentro del hogar es clave para el desarrollo (o no) del índice de maldad en la psiquis de un infante, y son nuestras acciones las que gritan por sobre nuestras palabras
Si queremos vivir entre el bien y el mal estamos creando una disonancia cognitiva y, a la larga, no sabríamos diferenciarlos.

¿Qué quería decir Nietzsche cuando afirmó: “si miras fijamente al abismo, el abismo te devuelve la mirada”, o cuando decía “el que lucha con monstruos debe tener cuidado para no convertirse en un monstruo más”?

Si la maldad fuese una de las grandes pandemias de la humanidad, Caín, el hermano de Abel, sería el paciente 0 de la maldad y el diablo, Satanás, Lucifer o cualquiera de sus nombres sería el agente infeccioso. Desde la paradoja de Epicuro hasta la Teodicea de Leibniz, que escribe un ensayo titulado “La bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal”, filósofos y teólogos han intentado resolver qué es la maldad o justificar el final del Padre Nuestro que todo el mundo recuerda... “y libranos del mal, amén”.

Le comparto un dilema moral que se estudia en la Facultad de Psicología: Un tren con frenos rotos está acelerando hacia una bifurcación. A la izquierda hay una mujer que cruza con sus dos hijos, a la derecha hay un hombre que hace mantenimiento ordinario en las vías, y usted es el maquinista que debe decidir por qué lado llevar al tren, ¿qué hace? Si no ha suprimido su empatía, la cual es su respuesta emocional para maximizar el bien común, se encuentra dentro del 30% que sacrificaría al hombre de mantenimiento. Si no sabe qué hacer porque sus absolutos morales le impiden tomar una decisión, está dentro del 70% restante, sin embargo, no actuar, callar, ser cómplice de la corrupción y corruptos, votar, aliarse o trabajar con ellos y permitir que la maldad corra a sus anchas, tiene un costo... ¿está dispuesto a pagarlo?

Le comparto una estadística interesante: Los que sistemáticamente se dedican a perjudicar, lesionar, robar, engañar, o sea, se dedican al mal, están dentro del 5% de la población. Quienes son íntegros, buenos, justos y no necesitan ojos vigilantes o reglas para hacer las cosas de forma íntegra y transparente. rondan el 20% y, en medio de estos extremos, hay un 75% del mundo que hace en función de lo que ve, es decir, si lo que predomina es el robo, juega vivo o corrupción, se apuntan, y si lo que predomina es cooperar, cumplir las leyes y hacer el bien, también se apuntan.

Queremos justificar nuestros actos y silenciar a nuestro juez más duro, la consciencia, al decir: fue una “pequeña, leve o cotidiana” maldad, sin embargo, maldad es maldad. Mentira es mentira, engaño es engaño y claro... robar es robar y, matar, es matar.

La ciencia es clara: existen personas que tienen una predisposición a ser malos, pero nadie, nadie nace siendo malo.

Hace unos meses, La Estrella de Panamá publicó uno de mis artículos titulado “El triple riesgo delictivo”. En él explicaba que los actos antisociales, los crímenes o delitos son la combinación de tres factores, a veces aislados uno de otros, pero en esencia serían: 1) Por naturalezas patológicas, 2) por necesidad y componentes sociales y 3) por tentación (especialmente cuando no hay certeza de castigo).

La crianza, amigo lector, lo que se dé dentro del hogar es clave para el desarrollo (o no) del índice de maldad en la psiquis de un infante y, son nuestras acciones las que gritan por sobre nuestras palabras. Recuerde esto: haga lo que haga y diga lo que diga, el niño observa y escucha.

Si queremos vivir entre el bien y el mal estamos creando una disonancia cognitiva y, a la larga, no sabríamos diferenciarlos. si en la sociedad hablamos de maldades “leves”, hablamos de las nuestras; pero cuando hablamos de maldades “graves”, hablamos de las de otros.

No queremos hablar abiertamente de esto porque lo consideramos tabú, porque nos da miedo ver en nosotros lo que criticamos en otros. ¿se ha pasado una luz roja?, ¿se ha quedado con el dinero que una cajera le dio de más?, ¿se ha ido por el hombro en medio de un tranque para pasar al resto de la fila?, ¿ha escondido ingresos para no declarar impuestos?, ¿ha votado por corruptos sabiendo perfectamente que lo son?... ¿cuántas maldades leves suman una grave? O es que decimos: “Todos lo hacen, ¿por qué yo no?”

Aunque lo neguemos, hay cierta maldad tolerada, porque si el corrupto es “exitoso”, solemos, o quedarnos callados o justificarlo, incluso si somos nosotros, pero, si es perico de los palotes, hablamos hasta que la garganta se nos seca.

Nuevamente, lo que moldeemos en el hogar es clave. Las acciones individuales tienen consecuencias sociales y lo que una persona hace, permite, apadrina, copie o cree, afecta a todos. Lo acabamos de vivir en la parte más cruda de esta pandemia, y el mundo entero no solo lo está pagando, sino que no está aprendiendo nada de la lección que la vida nos está dejando.

¿Hasta dónde queremos que el mal gobierne nuestra vida y forma de pensar?, ¿hasta cuándo permitiremos que los malos, corruptos, mediocres, injustos, juega vivo, asesinos, violadores, estafadores, etc. tengan más poder que los íntegros y hacedores del bien? Le recuerdo, amigo lector, esta frase maravillosa de Albus Dumbledore: “No son nuestras habilidades las que muestran cómo somos, sino nuestras elecciones”.

En mis clases de historia del arte me tocó estudiar a Escher. Ahora que analizo a profundidad la conducta humana para perfilar ciertos comportamientos, me acordé de una obra circular en blanco y negro donde hay ángeles y demonios; representaba lo siguiente: La frontera entre el bien y el mal es permeable y todos podemos cruzarla, pero, al final, caminaremos en círculos porque no hay blancos o negros o absolutos morales, y cualquier demonio puede transformarse en un ángel virtuoso y cualquier ángel, convertirse en demonio.

¿Es el mal combatible? ¡Sí! Pero no con sus mismas herramientas. ¿Es posible acabar con la podredumbre que criticamos y a veces apadrinamos en silencio de forma cómplice? ¡Sí! Si queremos hacerlo, porque la felicidad, integridad, el bien común, la justicia, paz y valores que hacen un mundo diferente se pueden hallar hasta en los más oscuros momentos si somos capaces de usar bien la luz para no caer en el abismo.

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