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Haití, Hector Hyppolite y el arte primitivo o ingenuo
- 30/07/2023 00:00

Poco sabemos de Haití en nuestro medio cultural, literario y artístico en Panamá. Pero, ¿no será lo mismo en América Latina con respecto a este país, cuyos antiguos esclavos lograron crear la República de Haití en 1804?
Es muy posible que la primera vez que aparece alguna referencia sobre Haití en nuestro medio es cuando el patricio Mariano Arosemena (1794-1864) en sus Apuntamientos Históricos, de 1801 a 1841, se refiere a Jean-Jacques Dessalines (1758 -1806), quien fuera un antiguo esclavo y, posteriormente, el emperador de Haití, como alguien que se “mostró bárbaro, sanguinario, desde los primeros días de su mando. Hace una carnicería horrible en la clase blanca, sin distinción de edad ni de sexo”.
En efecto, Dessalines, quien forma parte del patrimonio cultural haitiano, dejó la constitución de 1804 que declaró que todos los haitianos eran negros, incluido los blancos que no hubieran participado en la trata de esclavos y aceptaran la independencia de la isla. No nos toca aquí juzgar a Dessalines o al patricio panameño que, seguramente, escribió aquellas frases desde su perspectiva de “raza” y de clase, pero sí hay que decir que hay una pintura de Dessalines, realizada por quien fuera unos de los principales exponentes de la denominada pintura ingenua o primitiva de Haití, Hector Hyppolite (1894-1948), donde hay un héroe con su casaca y su sombrero bicornio cuyas puntas caen sobre los hombros.
Observando este portrait, la primera asociación que salta a la vista es con el emperador Napoleón, pero es evidente de que esta pintura de Hyppolite no es un fiel retrato de quien fuera asesinado en una emboscada. Hay muchas más representaciones de Dessalines, pero ésta de Hyppolite es significativa, pues si hay una representación artística de la isla es esta llamada pintura “primitiva” o “ingenua” que representaba este artista y que ha ocupado el imaginario artístico de los occidentales con respecto a Haití y su arte.

Sobre la denominación “primitivo” o “ingenuo”, para designar este tipo de pintura, no hay pocos textos que analizan críticamente este concepto y aquí habría que citar un texto, un clásico sobre el arte en Haití, que fue una tesis de doctorado presentada en Francia, en 1989, Haití y sus pintores (de 1804 a 1980), de Michel Philippe Lerebours. Leyendo este libro uno confirma qué tan poco sabemos de Haití, porque el arte haitiano – como el arte en general – está profundamente conectado con su sociedad, su historia y su religión.
Y también nos enteramos de la presencia en la isla de pintores y poetas, como el norteamericano Dewitt Peters (1902-1966), quien fundó el Centro de Arte en 1944, el cubano Wilfredo Lam (1902 – 1982 ) y el francés André Breton (1896 – 1966), como el igualmente cubano José Gómez Sicre (1916-1991), quien fuera una figura clave, del mundo artístico en América Latina y el Caribe, del descubrimiento y recepción de este arte en Haití.
Éste ya venía de haber organizado una exposición exitosa tanto en Cuba como en New York sobre el arte popular cubano y arriba a Haití en 1945 y da con esta pintura haitiana que, hasta ese momento, no había sido valorada en su justa dimensión.
Del mismo modo, organiza primero una exposición sobre esta pintura en la Habana, en 1945, donde todavía no estaba Hyppolite, y ese mismo año los cuadros fueron expuestos en varias ciudades de los Estados Unidos.
Gómez Sicre, como crítico de arte que era, escribió un clásico del arte cubano, cuyo título es Pintura cubana de hoy (1944), e investigando en los archivos de la Biblioteca Nacional de Panamá, encuentro que ya, en 1964, hay un texto de él sobre el arte en Centroamérica y Panamá con el sugerente título de “Art Zafari”.
Este interés de Sicre por los pintores populares, que, en el caso de Haití, son denominados por las élites como “primitivos” o “ingenuos” (por no tener, entre otras cosas, una formación académica), abrió las puertas entonces para que se diera a conocer y apreciar la obra de Hyppolite, quien era, además, un Houngan (sacerdote del vudú), y él mismo, además, cultivaba la leyenda de que hablaba o se comunicaba con los Loas (dioses).
Su temprana muerte lo privó de seguir trabajando en su arte, pero sus obras marcaron un antes y después de la pintura haitiana porque, en efecto, el impacto fue de tal magnitud que se redujo la pintura haitiana a lo “primitivo” o “ingenuo”, a la relación de esta pintura con la religión, y, particularmente, con el vudú.
El auge de este arte coincidió con el turismo de masa de los años 50, con esta industria ávida de exotismo y souvenirs, y lo “primitivo” se convirtió en un objeto de consumo turístico donde muchos pintores participaron de esta industria. Pero, independientemente de este fenómeno económico y cultural, la consagración de esta pintura en Haití se opera cuando el coro de la Catedral de la Santísima Trinidad de Puerto Príncipe expone las obras de Rigaud Benoit, Philomé Obin, Castera Bazile, murales destruidos por el terremoto del 2010.
No hay producción artística en la región que no haya sido tan problematizada como el llamado “primitivismo” haitiano. Por ejemplo, hay consensos con respecto al muralismo mexicano o el modernismo brasileño, pero el “primitivismo” o el arte “ingenuo” haitiano forma parte de todo un debate cultural, transnacional, un debate que implica la relación de lo popular con la élites, la recepción y el consumo, que no solo toca a los artistas que viven o vivieron en la isla, como Rose Marie Desruisseau (1933- 1988), sino también a los artistas contemporáneos de la diáspora haitiana como Edouard Duval Carrié que trabaja con toda la tradición visual de Haití y del mundo.