Puños rosas del barrio de Curundú

PANAMÁ. En el cuadrilátero del gimnasio Pedro ‘El Roquero’ Alcázar, en Curundú, dos mujeres jóvenes de piel oscura y brazos larguísimos,...

PANAMÁ. En el cuadrilátero del gimnasio Pedro ‘El Roquero’ Alcázar, en Curundú, dos mujeres jóvenes de piel oscura y brazos larguísimos, se taladraban a puños. Alrededor del ring, entrenadores y boxeadores, siguen la rutina sin alterarse por los golpes de las muchachas.

—Que paren esa masacre — grita un taxista que había estacionado su carro frente del estadio Juan Demóstenes Arosemena, un coliseo construido en 1938 para la sede de los Juegos Centroamericanos y del Caribe que se libró del nocaut: la demolición anunciada por el presidente de la República.

A los pocos minutos, una de las jóvenes peleadoras queda tendida en la lona como una planta marchita. Un entrenador la ayuda para a mantenerse sentada, tiene los ojos cerrados y los cabellos revueltos. Su cuerpo parece haber sido molido. Las miradas de los curundeños que matan el tiempo viendo los entrenamientos están impacientes, ávidas porque la jornada apenas comienza y vendrán combates que arrancarán aplausos y comentarios.

En la entrada del coliseo, una galera con marcas profundas del tiempo y el abandono, un camión cisterna que recoge los desechos que el sistema de alcantarillado arroja a la calle y el sonido seco de un martillo que golpea un pedazo de metal en un local de compra venta de materiales. Allí, ajenas a todo, entrenan Migdalia, Chantal y Zaida, las protagonistas de estas historias.

LA ABUELA QUE BOXEA

Tenía 26 años y tres bebés cuando subió al tinglado por primera vez. 30 días antes le habían preguntado si se atrevía a fajarse con la mejor boxeadora del patio. Cuatro asaltos por 80 dólares. Migdalia Asprilla dijo que sí, aunque debía rebajar 30 libras en 20 días.

Nunca le había pasado por la cabeza subirse a un tinglado, pese a que de niña iba al gimnasio a ver a su papá y de grande corría con él y sus hermanos, también boxeadores, para mantenerse saludable. Cuando su padre dejó el boxeo ella continuó la rutina de ir al gimnasio del barrio de Curundú.

La noche del pleito, Migdalia le encargó su vida, la de sus hijos y de sus padres a Dios. ‘Yo sabía conectar golpes y las reglas, pero sinceramente no sabía qué iba a hacer en el ring. La noche de la pelea alguien me dijo: ‘Soy el mánager de Aimara, si tú le ganas seré el tuyo’. La apuesta aumentó.

Su primera contrincante sería Aimara de León. El lugar: el gimnasio Chino-Panameño. ‘Era la única pelea de mujeres, y nos dijeron que había que mantener la emoción del público’.

‘Cuando esa mujer me pegó el primer tablazo en la cara me dije: esto no llegará a los cuatro asaltos. Me le fui encima con una lluvia de golpes en la cara, ella sangraba por la nariz y el árbitro paró la pelea al minuto 30. El público se levantó a aplaudirme’, cuenta. Era el 30 de octubre de 1997.

Llegó a pelear con todas las boxeadoras del país. Peleó en Costa Rica. Luego ‘no tenía con quién fajarse y no querían reconocer los combates femeninos’. Colgó los guantes y se dedicó al hogar.

En 2011 tenía 36 años, estaba separada y pesaba 220 libras, cien por encima de su peso de boxeadora. Así regresó al tinglado.

‘Para mí el boxeo no tiene edad de retiro’. Hoy Migdalia tiene 38 años, cinco hijos y una nieta de dos años.

Asegura que las cicatrices que tiene no son del boxeo, que nunca la han derribado ni ha tenido que ser atendida por un médico tras un combate. ‘No te puedo decir que peleo por dinero, no te puedo decir que vivo en extrema pobreza’, sostiene desde la única grada de acero que tiene el gimnasio de Curundú. El sudor gotea de sus rizos, según ella es falso que una mujer que pelea es masculina.

‘En este momento no peleo por menos de 3,000 dólares, pero allá abajo hay boxeadoras que pelean gratis. Este deporte si le pones empeño te saca de abajo. Minutos antes bajó de una caminadora que tiene un cartel en papel bond: ‘Solo para boxeadores’. Es principio de septiembre, y el combate que tenía en agenda para octubre fue aplazado para diciembre.

Para noviembre deberá estar en 130 libras. Para eso deberá levantarse a las 4 de la mañana, cumplir una rutina de ejercicios en casa antes de hacer el desayuno, enviar a tres niños a la escuela, dejar listo el almuerzo, lavar la ropa y salir al gimnasio. ‘Con el peso nunca he tenido problema’, asegura.

Después que termine ese pleito regresará a su casa en San Miguelito, escuchará hasta quedarse dormida ‘Vivir la vida’ de Marc Antony y al día siguiente saldrá a comer con sus hijos y un par de amigos.

—En el momento que bajas del ring no sabes si estás lesionada. La sangre está caliente, por eso espero al día siguiente para salir a celebrar —concluye.

‘LA FIERA’ CHIRICANA

Lunes por la mañana. Chantall ‘La Fiera’ Martínez salta el charco de aguas negras que cubre el frente del gimnasio y se escurre entre la masa de boxeadores para ir a los vestidores, que están al fondo a la derecha. ‘Hoy está más lleno que nunca’, comenta un anciano que espera impaciente los primeros combates de entrenamiento.

La historia de la boxeadora mejor pagada del momento inició hace diez años en el barrio El Alba, provincia de Chiriquí. Hace una década, una niña de 10 años soñaba con ganar dinero para ayudar en los gastos de su casa, ‘que era muy humilde’, dice. Un día, el entrenador Orlando Aguirre la invitó a aprender de boxeo en su local, un cuarto de su residencia.

En los gimnasios, la niña Chantall se hizo una fiera a los pocos años: reinaba en los combates amateur. ‘No perdí ninguna pelea, pero a los 16 años, cuando me subieron a la categoría profesional y perdí las dos primeras peleas en la provincia de Coclé’, recuerda. En el tercer combate, con Juseth Araúz, ganó por decisión. Para entonces, vivía y entrenaba en el gimnasio de Curundú.

Desde allí, podría afirmarse que la carrera de La Fierra gira como una montaña rusa: a veces está en lo alto y otras en lo bajo. La madrugada del 3 de abril de 2011, el público de la arena Roberto Durán celebraba el primer campeonato mundial de la chiricana, que entonces tenía 20 años. ‘Este campeonato es para Panamá’, declaraba mientras sus ojillos alados se humedecían.

Durante la defensa del cinturón se mantuvo en la parte alta de la montaña rusa: en junio venció a la boxeadora colombiana Paulina Cardona y en septiembre a Marilyn ‘La Cachorrita’ Hernández, de República Dominicana. Su récord lo recita como si fuese una poesía: 18 ganadas, 8 nocauts y 6 perdidas.

Sin embargo, en la siguiente defensa del título, la montaña rusa descendió. La mexicana Jackie Nava le arrebató el campeonato a La Fiera. ‘Sé que no me fue bien esa vez, pero siento que saldré airosa del combate del 19 de octubre, con Katy Wilson, una peleadora muy conocida en Panamá’.

Sobre el futuro en los tinglados, La Fiera dice que no quiere pelear hasta muy tarde, que para eso está terminando su bachillerato en Letras los sábados por la mañana y que desde hace un año y algunos meses es agente del Servicio Nacional de Fronteras.

Del combate del 19, no sabe si se realizará en Panamá o en República Dominicana. Reconoce que afuera demanda de más entrega. —Cuando sales al extranjero tienes que ir con la mentalidad de noquear. Sé que la última pelea la perdí, pero vienen cosas mejores —promete.

Del pago por el combate, dice que como es retadora no está en condiciones de exigir, que podría recibir unos 7 mil dólares. ‘Desde que me coroné vivo bien, me mudé sola y le hice una casa a mi mamá, esa es mi mayor victoria’.

‘LA BOMBA’ DEL DARIÉN

Zaida Mosquera termina su entrenamiento y se compra un duro de melón. Se sienta en una esquina del concreto, al lado de la vendedora. Viste un polo rosado que le hace juego con el color del celular, y un jeans corto. Observa a los boxeadores que brincan de un lado para otro en el gimnasio ‘El Roquero’ Alcázar, un boxeador fallecido tras un combate.

Hace tres años que Zaida vino de visita a la capital y se quedó. Tenía 20 años y un bachillerato en Electricidad de un plantel de Metetí, provincia de Darién. Durante las ocho horas de camino a Panamá, Zaida no pensó en nada que tuviese relación con el boxeo.

Una mañana que iba a visitar a una sobrina en Curundú se detuvo a mirar a los boxeadores en El Roquero Alcázar, como lo hacen los niños que regresan de la escuela, recordó lo que le decían en su pueblo, El Real: ‘Zaida tú eres buena tirando la mano, por qué no te metes a boxeadora’.

‘Tú no sirves para esto’, le dijeron el primer día de entrenamiento. Zaida no quería regresar a cultivar arroz y plátanos en su pueblo. ‘No me gusta la ciudad, pero me quedé porque en ningún lugar del mundo se gana un real como en el boxeo, y mi sueño es viajar por el mundo como lo hizo el ‘Cholo’ R oberto Durán’.

Tres años después pasó de apodarse ‘La Gladiadora’ a ‘La Bomba’. Tiene un récord de cinco peleas profesionales ganadas por nocaut y una por decisión. ‘Por la primera pelea me dieron 150 dólares, cifra que ha ido subiendo, ahora mi apoderado me paga una suma semanal, con eso me mantengo y pago el alquiler del cuarto en Alcalde Díaz. Sé que las cosas van a cambiar’, relata.

Zaida se levanta a las seis de la mañana, desayuna, se alista, aborda un Metrobús y se baja en Calidonia, desde donde camina al gimnasio. Entrena ‘fuerte’ de nueve a doce de lunes a sábado bajo el mismo techo con unos 30 boxeadores, entre amateur y profesionales.

Tiene la esperanza de tocar la gloria el próximo 19 de octubre, cuando se enfrente a Dayana Cordero, la campeona latina de la Organización Mundial de Boxeo.

‘Sé que esa chiquilla vendrá con todo, solo tiene 17 años y ya ha tenido dos oportunidades por el título mundial. Yo confío en mi preparación, le pido a Dios que me dé la inteligencia para la victoria, sé que él escuchará mis oraciones’, dice.

El día del combate no entrenará. Se quedará en su cuarto escuchando vallenato. ‘Tengo que estar relajada, como me dijo el Cholo Durán: ‘Nunca te desesperes porque esto es juego de mente, concéntrate en la pelea y no escuches al público’. Su entrenador José Murillo asegura que su pegada es muy dura.

Apenas suene el campanazo se transformará en ‘La Bomba’ que acaba con todo lo que está en el ring. Terminado el combate, Zaida llamará a su madre y dos días después abordará el ‘diablo rojo’ que la llevará al Darién.

—Uno nunca debe olvidarse de su gente, porque allá cuando uno necesita algo el vecino se lo presta; acá no —dice.

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