Personas, jugadores, máquinas

Actualizado
  • 29/01/2020 00:00
Creado
  • 29/01/2020 00:00
Jugador brasileño del Milan, Lucas Paquetá, vuelve a encender un debate entre la condición más humana de los jugadores de fútbol
Paquetá nació el 27 de agosto de 1997 (22 años).

La reciente situación del jugador brasileño del Milan, Lucas Paquetá, vuelve a encender un debate entre la condición más humana de los jugadores de fútbol, y aquellos discursos que los proponen como máquinas deportivas, infalibles y perfectas; destinadas a satisfacer las ardientes expectativas de dirigentes y público.

No hace mucho, en este mismo espacio, recordaba un descubrimiento bastante vergonzoso que realicé en mi más remota infancia. Después de un emocionante partido, escuchaba entrevistas radiales con sus protagonistas. Los micrófonos viajaron a la casa de un jugador y revelaron la intimidad fiestera de su entorno: familiares, amigos y vecinos del gran protagonista del partido, celebraban ruidosamente una dulce victoria. Recuerdo que, desde mi mente infantil, la situación me produjo un gran asombro. Por primera vez entendía que los jugadores eran personas que tenían tías gordas (como yo) y vivían en barriadas (como cualquiera) y celebraban sus éxitos (como todos, siempre que tuvieran algún éxito).

Resulta vergonzoso tener que admitir que hasta ese momento había considerado a los jugadores de fútbol como seres casi mágicos que se materializaban a la hora del partido, para luego retornar a ser entidades abstractas, imprecisas, indeterminadas, mientras llegaba la hora del próximo enfrentamiento feroz.

Pero aún más vergonzoso resulta comprobar que para muchos adultos, supuestamente pensantes, los jugadores no son más que máquinas destinadas a complacer la exaltación de los hinchas, amortizar exorbitantes inversiones económicas y, por supuesto, disfrutar de los enormes privilegios económicos y sociales que estas conllevan.

Menciono esto por el reciente caso de Lucas Paquetá. Jugador firmado por el Milan con aureola de gran estrella, que ha ido diluyéndose a lo largo de estos meses en el equipo rojinegro. Hace pocos días, se difundió la noticia de que Lucas se había internado brevemente en una clínica, por padecer un ataque de ansiedad y estrés extremo.

Muchos no entendían cómo un jugador fichado hace un año, lleno de promesas, habitante privilegiado de las fantasías de la hinchada, se convirtió de pronto en un humano vulnerable, alguien con posibilidades de depresión y angustia, un muchacho que abandonaba su condición de máquina deportiva, para convertirse en carne de hospital, merecedora de atenciones y cuidados.

Paquetá hizo su debut el 7 de septiembre de 2018.

Los análisis en la clínica no mostraron nada determinante. No existe una condición médica afectando a Paquetá. Sin embargo, luego de revelarse su aventura hospitalaria, trascendió que Lucas no había logrado asentarse eficazmente en la ciudad italiana que hoy lo acoge.

Su vida social era virtualmente inexistente, sus amistades habían quedado atrás y muy lejos. Es decir, sufría de una mezcla de falta de adaptación, aislamiento y cabanga.

Algo muy humano, pero difícilmente aceptado por los medios periodísticos y el entorno futbolístico del jugador. ¿Depresión? Imposible. Si es un privilegiado. ¿Angustias? De ninguna manera, si es millonario.

¡Por favor!, ¿de qué se queja?

En el mundo del fútbol actual, tan pragmático, tan mecánico, tan definido por el dólar (o el euro, o la moneda que prefieras, claro está), cualquier vulnerabilidad (y mucho más si es psicológica) se considera casi un acto de ingratitud o debilidad inaceptable. Si el jugador lo tiene todo, ¿cómo puede permitirse una depresión?

Este jugador, Lucas Paquetá, de 23 años, pidió no ser tomado en cuenta para el partido de su equipo contra el Brescia. Esto levantó las iras de muchos, que calificaron a Lucas de flojo y de traidor. Un día después, su agente (quien es a la sazón su padre, horrible combinación) llegó a Italia de modo fulminante. Y de la misma manera tajante descartó cualquier problema interior de su hijo/cliente.

Sorpresa: ¿qué dijo su protector padre? “Ni sufre depresión, ni tiene razones para estar deprimido”. El periodista Luigi Garlando, de La Gazzetta dello Sport, atacó al jugador brasileño escribiendo: “Los grandes no abandonan en la mitad de la batalla”.

Hay quienes especulan que los ataques ansiosos de Paquetá son parte de una estrategia para que el Milan lo venda. Es decir, que son fingidos. Rumores sobran, como siempre. Hay quienes dicen que pronto veremos un canje entre Milan y Juve, que involucrará a Paquetá y Bernardeschi. También se menciona al PSG como club interesado.

Pero lo que realmente me interesa es lo difícil que resulta para el mundo del fútbol, aceptar las vulnerabilidades psicológicas de un jugador. Parece repetirse mi propia mirada ingenua e infantil, mencionada líneas atrás, asombrándose de que un jugador tenga tías y vecinos; achaques y vulnerabilidades. Es como si los jugadores no fuesen en primer lugar personas. Con sus fuerzas y sus debilidades. No exclusivamente jugadores, no solamente máquinas deportivas. En primer lugar, personas

Recuerdo vivamente a Emile Heskey, jugador estelar del Leicester y el Liverpool, quien padeció una severa depresión por cierto tiempo. Un día, yo veía un partido por televisión y los comentaristas se referían al diagnóstico recientemente realizado al jugador. Se burlaban sin misericordia alguna y con total falta de empatía: “¿Deprimido? ¿Con lo que gana? Además es una estrella. Es un privilegiado. Nosotros, asalariados del montón, podemos deprimirnos. Él, no”.

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