Una ciudadangustiada

Actualizado
  • 07/10/2008 02:00
Creado
  • 07/10/2008 02:00
EEUU. El hombre insiste. “No escribirás mi nombre, ¿verdad?”. Está angustiado. No tiene claro que pueda mantener su trabajo en AIG, ...

EEUU. El hombre insiste. “No escribirás mi nombre, ¿verdad?”. Está angustiado. No tiene claro que pueda mantener su trabajo en AIG, una de las mayores aseguradoras del mundo. A mediados de septiembre, en pleno seísmo financiero, AIG se salvó de la quiebra cuando la Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos, la nacionalizó.

El hombre angustiado vende seguros desde hace ocho años para AIG y busca asesoramiento terapéutico. Pertenece a lo que podría denominarse la clase media de Wall Street: esa multitud de trabajadores del sector financiero sin sueldos millonarios, lejos de la imagen de los prepotentes Amos del Universo que Tom Wolfe retrató en 1987 en la novela La hoguera de las Vanidades.

En una sala anodina en un rascacielos art deco, al lado de Wall Street, cuatro personas, entre ellas el empleado de AIG, escuchan a Mary Ragan, una psicoterapeuta que ha venido a hablarles del estrés en situaciones críticas. El lunes 15 de septiembre, cuando el derrumbe del banco Lehman Brothers paralizó los mercados financieros, Ragan decidió organizar sesiones gratuitas como estar en colaboración con la iglesia de la Trinidad, que delimita Wall Street por la parte occidental.

Mary Ragan avisa: “La clave, en estos tiempos, es que se ha perdido el control. ¿Hay alguien en la sala que pueda explicarme en detalle esta crisis financiera?”. Nadie responde.

En Wall Street, blanco del resentimiento del resto del país, soplan aires de fin de era. Fin de los excesos y la arrogancia. Probablemente, también, fin del Nueva York multimillonario y glamuroso de los últimos años. En Manhattan el precio medio de un piso alcanzó hace unos meses los 1,7 millones de dolares. En el paroxismo de la cultura del despilfarro, un restaurante del barrio financiero llegó a ofrecer una hamburguesa por 175 dólares.

La ciudad perderá hasta 40 mil empleos como consecuencia del cierre o fusión de los principales bancos de inversión de Wall Street. También sufrirán miles de trabajadores que viven de Wall Street, desde limpiabotas hasta camareros. Y se resentirán la hacienda municipal y el sector inmobiliario, dopado en la última década por las remuneraciones de los banqueros. El sector financiero es, junto al turismo, uno de los pilares de la economía local: emplea a uno de cada ocho neoyorquinos, pero aporta más de un tercio de los ingresos totales.

“Nos enfrentamos a tiempos difíciles”, dijo ayer el alcalde, Michael Bloomberg, para justificar su decisión de revisar la ley y presentarse a un tercer mandato en las elecciones del 2009.

Los neoyorquinos ya buscan paralelismos. La crisis del 29 suena demasiado fuerte: todavía no ha muerto nadie. Algunos prefieren un regreso a la ciudad endeudada, sucia, insegura y creativa de los años setenta, en la que el sector financiero tenia un peso menor que ahora.

El paisaje se transforma: las quiebras bancarias reducirán el peso de Wall Street. En la sala del rascacielos art deco, el empleado de AIG dice que está pensando en apuntarse a un seminario, organizado por la iglesia de la Trinidad, para cambiar de profesión.

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