- 24/01/2009 01:00
El suicidio de Adolf Merckle, el 5 de enero, puso un nombre propio a la franquicia alemana de la crisis económica. El día en que se arrojó al paso de un tren regional cerca de su casa en la suaba Blaubeuren, el magnate, de 74 años, figuraba entre las personas más ricas del país y, por tanto, del mundo.
Había construido un imperio de ramificaciones planetarias sobre los cimientos de una mediana empresa familiar heredada. Sobre el opaco conglomerado de inversiones, intereses y créditos que fue la obra de su vida se cierne, desde hace meses, la sombra de la ruina y el desguace.
Lo hundieron las deudas, la caída de la demanda y las desastrosas especulaciones bursátiles de Merckle.
Disipada la confianza de los bancos, la amenaza de perderlo todo fue, según su familia, insoportable para el empresario. Su viuda, Ruth, y sus cuatro hijos, Ludwig, Philipp, Tobías y Jutta, se enfrentan ahora a una marabunta de acreedores y a pretendientes, muchos de ellos hostiles, que se van a repartir el imperio.
Las tres principales empresas del conglomerado Merckle son Ratiopharm, fabricante de fármacos genéricos; HeidelbergCement, el mayor fabricante de materiales de construcción del país, y la mayorista farmacéutica Phoenix.
En total, el grupo emplea a 100,000 personas en diversas compañías operativas. Merckle y su familia controlaban todo mediante una complicada red de holdings y participaciones.
El 14 de noviembre se empezó a especular sobre una posible venta de Ratiopharm para sanear HeidelbergCement.
Un par de días más tarde se supo de las garrafales apuestas bursátiles del empresario.
En plenas turbulencias de la crisis financiera, Merckle vendió al descubierto acciones de Volkswagen y especuló sobre una subida general del índice alemán DAX.
Sucedió lo peor para sus intereses: la bolsa se despeñó. Merckle perdió cientos, quizá miles, de millones de dólares con estos negocios. Millones suyos y del conglomerado familiar. Ratiopharm estaba condenada.
El 20 de noviembre, Ludwig, hijo de Merckle reconoció que los bancos exigían la venta inmediata de Ratiopharm.
Siguieron semanas de negociaciones arduas y agotadoras para el millonario, que se vio convertido en el paradigma del empresario fracasado. Con él se deterioró, además, la imagen de la generación de empresarios de posguerra.
Las negociaciones de un Merckle enfermo y cada vez más derrotado siguieron.
Ofertas y contraofertas llenaban las páginas económicas de los diarios. A final de noviembre, Ratiopharm desmentía que se hubiera alcanzado un acuerdo.
Sus 30 bancos acreedores anunciaron un crédito de emergencia para unos meses. Los restos mortales de Merckle aparecieron dispersos junto a las vías de tren el 5 de enero. Dejó una carta de despedida.