Duras lecciones de la crisis económica

Actualizado
  • 14/09/2013 02:00
Creado
  • 14/09/2013 02:00
Cumpleaños infeliz. Cinco años después del colapso de Lehman Brothers, aún no comprendemos cabalmente lo que causó la crisis financiera ...

Cumpleaños infeliz. Cinco años después del colapso de Lehman Brothers, aún no comprendemos cabalmente lo que causó la crisis financiera y la Gran Recesión. Sin duda, hay explicaciones de la izquierda y de la derecha. Los liberales echan la culpa a una fe ingenua en el libre mercado, a la desregulación y a la codicia de Wall Street. Los conservadores critican al gobierno: una política monetaria permisible y ruinosos préstamos hipotecarios de Fannie y Freddie. Estas narrativas selectivas son interesadas; su intención es avanzar programas políticos y no, iluminar una realidad más confusa.

Fuimos víctimas del éxito. La crisis se generó en 25 años de prosperidad, aproximadamente de fines de 1982 a fines de 2007. Eso condicionó a la gente —a los banqueros, reguladores, economistas, casi a todo el mundo— a dar por descontado un crecimiento estable. Cuanto más tiempo continuó la prosperidad, más inspiró conductas arriesgadas, que finalmente descarrilaron la economía. Entre ellas, los préstamos excesivos de consumidores e instituciones financieras, la especulación en el mercado de la vivienda y una regulación demasiado permisiva. Las ‘causas’ citadas por la izquierda y la derecha fueron generalmente consecuencias de un estado mental ilusorio: la creencia de que prácticas, otrora arriesgadas, eran ahora prudentes en un mundo de casi perpetua prosperidad.

Recordemos cómo se forjó esta idea. Entre 1982 y 2007, Estados Unidos sufrió sólo dos recesiones leves. El producto interno bruto ajustado por la inflación —la producción económica— era 127% más alto en 2007 que en 1982. Entre 1990 y 2007, el desempleo promedió un 5,4%. La inflación estaba controlada. A pesar del estallido de la ‘burbuja tecnológica’ en 2000, los precios de las acciones en 2007 eran 15 veces más altos que en 1982. La Reserva Federal, principalmente bajo Alan Greenspan, pareció capaz de impedir que las crisis financieras se convirtieran en recesiones profundas. Lo hizo después de la burbuja tecnológica y de la crisis financiera asiática de 1997-98. Los economistas hablaron de ‘la Gran Moderación’.

Lo admito: Ya he contado esta historia anteriormente. No prende porque echa la culpa más a ideas defectuosas que a ladrones y farsantes —que son los culpables más tentadores de casi todas las narrativas. Pero las pruebas acumuladas sugieren que las falsas ideas, y no individuos malvados, fueron las principales culpables.

Consideremos la popular noción de que los bancos y los bancos de inversiones (‘Wall Street’) a sabiendas empaquetaron las hipotecas para viviendas en títulos, que después fueron vendidos a confiados inversores. Los banqueros, dic e la historia, sabían que había una burbuja de la vivienda —que los precios caerían y los incumplimientos de pagos explotarían— pero vendieron préstamos malos porque los enriquecía. Aunque eso ocurrió, fue la excepción, no la regla.

Ésa es la conclusión de un estudio realizado por economistas de la Universidad de Michigan y Princeton. Su razonamiento fue que si los banqueros de inversiones que empaquetaron las hipotecas esperaban un colapso en la vivienda, habrían sido cuidadosos con la compra de sus propios hogares. Los economistas compararon, entonces, las compras de viviendas realizadas por los banqueros con las de abogados o analistas del mercado de valores, que carecían de conocimientos especializados en vivienda. El estudio, publicado por el National Bureau on Economic Research, indicó que los banqueros mostraron poco ‘conocimiento de una burbuja de la vivienda y del inminente colapso’. Durante el auge, compraron casas más grandes y segundas residencias. Comparados con los abogados y analistas de la Bolsa, sus compras de viviendas fueron ‘considerablemente peores.’

¿Qué explica ese lapso? Probablemente lo siguiente: Antes del colapso de los bienes inmuebles, existía la creencia generalizada de que los precios de la vivienda se elevarían indefinidamente, impidiendo (por definición) una burbuja. Ahora sabemos que esa creencia era errada, estúpida y suicida. Pero para muchos, era genuina. Un estudio anterior, realizado por economistas de la Reserva Federal de Boston, llegó a conclusiones similares.

Todo eso es historia más que antigua. Sólo importa por dos motivos.

Uno es para comprender la economía actual. A causa de los excesivos préstamos obtenidos por los norteamericanos, se sugiere que cuando hayan saldado adecuadamente sus deudas (se hayan ‘des-apalancado’) la economía mejorará. Bueno, ya se han des-apalancado considerablemente. Los pagos de las deudas como porción de los ingresos disponibles están en el nivel más bajo desde principios de los años 80, expresa la Fed. Aún así, la economía va cojeando. El problema va más allá de la deuda. La desilusión posterior a la euforia pre-crisis ha conducido a una reacción opuesta en la post-crisis. El tonto optimismo del pasado se ha convertido en un pesimismo protector. Una encuesta de Pew halla que el 63% de los norteamericanos se siente ‘no más seguro’ que hace cinco años.

La gente pensaba antes que el futuro era más estable y más predecible; ahora teme que sea menos estable y menos predecible. Su conducta se vuelve más cautelosa. Entre los consumidores y las empresas, hay un prejuicio mayor contra los gastos, los préstamos, la contratación y los riesgos econó micos de cualquier tipo. La economía, aunque no está tullida, tampoco está tonificada. Con un cambio de conducta, los modelos económicos basados en patrones pasados frecuentemente sobre-predicen el crecimiento.

El segundo motivo para reexaminar la crisis involucra las políticas a seguir. La teoría de los ‘ladrones’ sugiere que, una vez que se identifiquen los defectos del sistema económico, se los puede rectificar con ‘reformas’. La legislación financiera Dodd-Frank refleja esa filosofía. La verdadera historia de la crisis suscita un problema mayor. El éxito en estabilizar la economía a corto plazo alimentó una mayor inestabilidad a largo plazo. ¿Cuáles son los límites de las políticas de estabilización? ¿Podría ser que un mayor número de reveses a corto plazo minimizara las calamidades a largo plazo? Los economistas deberían abordar éstas y otras difíciles cuestiones. Pero no lo están haciendo.

LA COLUMNA DE ROBERT J. SAMUELSON

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