El metro de Bogotá, de Moreno a oscuro

Actualizado
  • 22/06/2009 02:00
Creado
  • 22/06/2009 02:00
La otra noche tuve pesadillas con el metro de Bogotá. No exagero: me desperté con sobresalto tras sentirme atrapado en un largo túnel ne...

La otra noche tuve pesadillas con el metro de Bogotá. No exagero: me desperté con sobresalto tras sentirme atrapado en un largo túnel negro lleno de chatarra, escombros y desvíos del que no lograba salir. La verdad es que he soñado más de una vez con escenarios apocalípticos de la capital colombiana. Pero pocos como el que me evoca la inminente construcción de un metro que puede no solo empeorar —si cabe— la caótica movilidad de la ciudad, sino quebrar de paso sus finanzas.

Si la remodelación en marcha del aeropuerto Eldorado suscita tantas inquietudes, la obra del metro debería producir franca angustia. Los estudios van en más de 9 millones de dólares y ya han generado toda suerte de interrogantes técnicos, entre ellos los aún no resueltos de Planeación Nacional. Resultado de no analizar antes cuánto costaría y si era el sistema de transporte masivo que más le convenía a la ciudad. Lo que comienza mal?

Y es que este proyecto nació de una improvisada promesa electoral. Samuel Moreno le debe la Alcaldía de Bogotá a su consigna de dotar a la capital de un metro. Fue la bandera con la que derrotó al ex alcalde Peñalosa, padre y defensor del TransMilenio. Y no sorprende que haya ganado la ilusión de unos veloces trenes, subterráneos o elevados, que solucionarían en un instante el calvario de la movilidad.

Año y medio después del triunfo electoral, el metro de Samuel sigue para los 8 millones de bogotanos en el mundo de los sueños. Que podrían volverse pesadilla colectiva si se impone un afán populista de hacerlo como sea. Por ahora lo que hay es confusión. No se sabe qué tipo de metro tendría Bogotá, ni por dónde iría su primera línea. Tampoco, de dónde saldrían los recursos para subsidiar un sistema cuya operación costará por lo menos 150 millones de dólares anuales. Y aún cabe preguntarse qué puede hacer un metro que no haga un TransMilenio, que mueve más gente y cuesta 15 veces menos. No sorprende, pues, que crezcan las voces de alerta sobre el ritmo del proyecto y que el contralor de Bogotá, un tipo que parece razonable y serio, diga que no le ve “horizonte claro al metro” y que hay que darle más tiempo.

Las incógnitas técnicas y financieras del metro son sin duda preocupantes. No menos que la del liderazgo político: la capacidad del alcalde Samuel para gerenciar una megaobra que costaría 100 millones de dólares por kilómetro. Moreno fue elegido con las banderas de la movilidad, pero al año y medio de gobierno sus políticas en este campo son una colcha de retazos. No se ha avanzado nada en el crucial Sistema Integrado de Transporte. Aún no se sabe qué va a pasar con las centenares de caóticas rutas de buses que hay en la ciudad, ni con la saboteada chatarrización de los buses viejos, ni con el famoso pasaje único de usuarios. Mientras tanto, los transportadores siguen haciendo de las suyas, sin que nadie los meta en cintura. Se comprometieron a sacar 1.570 buses de la carrera 7a. y hasta hoy no ha salido uno solo. Se han gastado más de dos millones de dólares para detectar taxis piratas y no se ha logrado encontrar al primero.

Pero movilidad y metro no son lo único en que la alcaldía de Samuel no tiene el “horizonte claro”. Hay una falta general de mando y visión de la ciudad. De coordinación, planificación, comunicación. Le pasa el tiempo sin que aterrice propuestas y defina prioridades. Abundan, en cambio, componendas clientelistas, disputas burocráticas y cuestionamientos por la feria de contratos que se ejecutan con su consentimiento o sin él, sobre lo cual gravita como ave de mal agüero la sombra de su hermano. El innegable retroceso que ha sufrido la capital golpeará al Polo Democrático y la imagen de la izquierda como seria y capaz alternativa de gobierno. El Polo se dedicó más a la rapiña política que a asumir con perspectiva de futuro los múltiples retos que plantea una urbe como Bogotá.

No es gratuito, en fin, que un reciente estudio de The Economist la haya ubicado como una de las peores ciudades para vivir en Latinoamérica. Como no es casual que la popularidad del alcalde siga en picada: descendió a 21% en la última Gallup. La más baja entre mandatarios de grandes capitales. Injusto, se dirá, porque Samuel se la pasa en la calle y trabaja mucho. Tanto, que no tuvo tiempo para recibir al alcalde de Caracas en su reciente visita. ¿Para qué indisponerse con Chávez?

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