¿La crónica policial es virreinal?

Actualizado
  • 05/02/2022 00:00
Creado
  • 05/02/2022 00:00
En la América Española, es muy interesante encontrar en “El Mercurio Peruano” de 1791, una crónica policial escrita con los seudónimos 'Filaletes' y 'Leandro' (Pamo, 2015)

“Extra! Extra! últimas noticias!” -gritó el vendedor de periódicos.

La muerte es un acontecimiento de gran trascendencia para la configuración de cada sociedad afirma el investigador mexicano Soto Cortés (2010), en ella, la muerte violenta producida por un delito es un elemento que causa estupor y desaprobación, pero, es el relato del delito perpetrado lo que despierta curiosidad y cierta fascinación de generación en generación.

Si bien a los habitantes hispanoamericanos se le educaba para pensar en la inminencia de la muerte mediante la tradición oral, los ritos religiosos, el arte pictórico o la literatura, ellos conservaron una dosis de natural curiosidad cuando se trataba de vidas que eran truncadas por hechos de terceros, premeditados e intencionales.

Después de cuatro grandes pestes y la desaparición de una cuarta parte de la población europea, el investigador Maravall (1998) sostuvo que la primera mitad del siglo XVII estuvo marcada por la miseria y el hambre. Fueron cincuenta años donde, a juicio de Rice (2015), el desengaño, el pesimismo y la desilusión convivieron con el esplendor del Barroco. Violencia pública y social cuya crueldad -manifestada en homicidios y robos individuales de marcada notoriedad- no llegó a Hispanoamérica, pero cuyas élites conocieron la brutalidad de tales hechos a través de testimonios y novelas como “Desengaños amorosos” de María de Zayas (1647), embriones lejanos de la crónica policial. Diez relatos de codicia y honor donde las víctimas son la cónyuge, la hermana o la novia. “En De Zayas, las cartas y juegos (de azar) son símbolos de la disolución moral de la persona y de la sociedad. Destruyen las buenas costumbres y a las familias” afirma Rice (2015).

En la América Española, es muy interesante encontrar en El Mercurio Peruano de 1791, una crónica policial escrita con los seudónimos 'Filaletes' y 'Leandro' (Pamo, 2015) en la que, si bien no hay víctimas mortales, describe el padecimiento de los afectados debido a los ultrajes de las autoridades ediles.

Poco después, con el seudónimo 'Teagnes', se vuelven a comentar los hechos brindando un explicación -que hoy podría denominarse sociológica- orientada a fortalecer las reglas de control de la comunidad. Casi hacia el final de misma década, con el seudónimo 'Simón Ayanque' se publica “Lima por dentro y por fuera” (1798; en edición facsimilar de 2012), que en una de sus secciones aplica el verso a la crónica policial.

Ya a inicios de la República peruana circulaban pasquines de autores anónimos hechos en la Imprenta Republicana de José María Concha -entre 1825 y 1835- que terminaban, casi todos ellos, con el ingreso de los facinerosos en la cárcel de policía o “depósito de Guadalupe”, construida en 1822, que se ubicaba al sur de la ciudad, cerca de la Puerta de Guadalupe, donde ahora está el Palacio de Justicia (Pamo, 2015).

Circulaba desde Buenos Aires el “Boletín de Policía”, publicado entre 1824 y 1827 por el comisario Rufino Basavilbaso, que si bien informaba a sus lectores sobre multas y detenciones de infractores circunscritas al espacio bonaerense, brinda un estilo de redacción de la crónica policial que combinado con las “Memorias Policiales”, especialmente de Francia, transformaron las noticias policiales en una suerte de género literario y suceso editorial (Kalifa, 2005; citado por Galeano, 2017). Las memorias de las comisarías decimonónicas del sur del continente ofrecían una serie de datos como los “movimientos de oficina” (sumarios e indagaciones, certificados expedidos y diligencias judiciales), “hechos ocurridos” (robos, asesinatos, peleas) e “individuos aprehendidos”, con cifras que especificaban los motivos de la detención, nacionalidad y sexo del detenido, elementos necesarios para que diligentes y competitivos periodistas construyesen sus historias que enviaban por decenas a los periódicos que las publicaban en riadas de papel en plena Revolución Industrial.

En la segunda mitad del siglo XIX, las ciudades sudamericanas eran el epicentro de una explosiva transformación demográfica, y con ella, nuevos desafíos, así como la aparición de nuevos dramas que alimentaron las páginas policiales de los diarios. Expresiones como “crónica roja” (“una forma de narrar a sangre fría” señala el periodista colombiano C.A. Gonzales) y “crónica sensacionalista” así como sus variantes en “páginas de misterio” o “páginas policiales” aparecieron en aquella época.

“La (moderna) historiografía (latinoamericana) viene llamando la atención sobre la necesidad de repensar las líneas de continuidad entre el orden jurídico colonial y el de las primeras décadas del XIX, tomando distancia de la interpretación de una ruptura abrupta provocada por las revoluciones (y guerras) de independencia” (Guerra, 2000; Chiaramonte, 2004; citados por Galeano, 2017). Para Caporossi (2003) la figura del comisario -o alguacil- y el relato periodístico-policial son ejemplos de la persistencia de prácticas virreinales que se proyectan en las primeras décadas de las nacientes repúblicas hispanoamericanas. Desde 1750 en adelante, desde el Virreinato de Nueva España pasando por Panamá hasta Tierra del Fuego, los Cabildos habían adoptado una subdivisión del territorio urbano en “cuarteles” a cargo de un vecino que era investido de la autoridad de 'comisario' y que terminó como auxiliar de la administración de justicia (Sánchez Bohórquez, 2002; Walker, 2005).

La primera Intendencia General de Alta Policía fue creada en Buenos Aires en 1812, después de la batalla de Ayacucho (1824) la lucha de cada nación latinoamericana contra el crimen irá tomando rumbos específicos de acuerdo con la idiosincrasia de cada una. Por el contrario, donde habrá similitudes será en la forma de presentar la crónica policial impresa que, en la siguiente centuria como señala Pontón (2008), experimentará, con la aparición de la televisión y las redes sociales, una sobrerrepresentación que pudiera estar afectando la convivencia pacífica y la calidad de vida de la población del continente.

Embajador del Perú
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