Cien años del fin de la Primera Guerra Mundial, la carnicería que aún hoy resuena

Actualizado
  • 11/11/2018 01:01
Creado
  • 11/11/2018 01:01
El centenario de la firma del armisticio que puso fin a la locura y el horror de la ‘Gran Guerra', regresa como un eco de que la amenaza de una conflagración total nunca se fue

La guerra había terminado, al menos en el papel. El 11 de noviembre de 1918 en el bosque de Compiègne, al este de Francia, el Imperio alemán capitulaba ante británicos y franceses, sumándose luego los estadounidenses. Un armisticio ponía fin a cuatro años de uno de los conflictos más brutales en la historia contemporánea.

Firmado a las cinco de la madrugada, no sería hasta las once de la mañana de ese mismo día que entraría en vigor el endeble alto al fuego. Pese a que esto significaba la salvación de miles de soldados, varios oficiales de ambos bandos decidieron continuar abonando la necrópolis en la que se habían convertido los campos europeos.

Solo ese último día, estimaciones registran al menos 10,000 soldados fallecidos, muchos lanzados a la muerte por sus superiores aún sabiendo que la guerra había terminado. Un epílogo absurdo para una contienda que cobró casi 13 millones de vidas y dejó 20 millones de heridos, mutilados y gaseados.

La Primera Guerra Mundial reordenó el mundo, liquidando imperios, como el Austro-Húngaro, Otomano y Alemán en el bando perdedor; mientras que el colonialismo de Gran Bretaña y Francia transitaban a un estatus de segunda categoría, que dejaba a los Estados Unidos como el más beneficiado del conflicto —cuya economía quedó intacta a diferencia de los europeos—, al entrar un año antes de que terminaran las hostilidades.

La ‘Gran Guerra' signó con sangre el siglo XX. Fue la última contienda en usar masivamente los caballos dando paso a las ‘bestias metálicas', los tanques; la que inauguró las batallas aéreas y los —hoy comunes— bombardeos masivos desde el cielo. El conflicto de las ametralladoras, los incipientes submarinos y los gases venenosos, que quemaron y asfixiaron a los combatientes en las infames trincheras del Somme y Verdún (Francia), Ypres (Bélgica), y en el Frente Oriental (este de Europa). De las playas de Galipoli (Turquía), a los Balcanes y el Medio Oriente, los obuses cambiaron la geografía y las fronteras.

Las viejas estrategias militares del siglo XIX fueron abandonadas, inaugurando nuevas y mejores formas de matar, era la industrialización de la guerra, misma que al enviar a los hombres al frente encontró en las mujeres —relegadas desde siempre a la subordinación patriarcal— la mano de obra para alimentar la producción bélica en la retaguardia, aunque también como enfermeras, doctoras e incluso parte de la infantería.

Aún siendo duramente discriminadas, sin derecho al voto, fue desde el movimiento feminista, en el Congreso Internacional de Mujeres de La Haya, donde tempranamente en una resolución de 1915 ya hacían llamados a la paz: ‘Protestamos contra la locura y el horror de la guerra, que lleva consigo un sacrificio irresponsable de la vida humana y la destrucción de tantas cosas que la humanidad ha tardado siglos en construir (…) este Congreso de mujeres de diferentes naciones, clases, creencias y partidos (…) urge a los Gobiernos del mundo a que pongan fin a este baño de sangre y empiecen negociaciones de paz. (…) la guerra no responde a la voluntad de la mayoría sino a intereses particulares'.

Fueron estos intereses privados de ‘banqueros e industriales' en las potencias coloniales occidentales —a la que luego se sumaría Japón—, junto a la crisis de capitalismo de la época, los que principalmente precipitaron el estallido de guerra, según explica el historiador inglés y reputado estudioso del siglo XX Eric Hobsbawm.

‘Alemania aspiraba a alcanzar una posición política y marítima mundial como la que ostentaba Gran Bretaña (…) era el todo o nada. En cuanto a Francia (…), compensar su creciente, y al parecer inevitable, inferioridad demográfica y económica con respecto a Berlín. (…). En la década de 1900, cenit de la era imperial e imperialista, estaban todavía intactas tanto la aspiración alemana de convertirse en la primera potencia mundial (…) Teóricamente, el compromiso sobre alguno de los ‘objetivos de guerra' casi megalomaníacos que ambos bandos formularon en cuanto estallaron las hostilidades era posible, pero en la práctica el único objetivo de guerra que importaba era la victoria total, era un objetivo absurdo y destructivo', apunta Hobsbawm.

Con esta lectura crítica de la versión oficial del conflicto, coincide el también historiador belga Jacques Pauwels, señalando que los orígenes del conflicto no son simplemente el asesinato del archiduque austrohúngaro meses antes de la guerra o la violación germana de la soberanía de Bélgica, sino la conquista de recursos.

‘Cuando se descubrieron ricos depósitos de petróleo en la región de Mosul en Mesopotamia (bajo control otomano), (…) Londres decidió que era imprescindible conseguir el control exclusivo de esta hasta entonces parte sin importancia de Oriente Próximo (…) la razón de esas prisas era que los alemanes y los otomanos habían empezado a construir un ferrocarril para unir Berlín y Bagdad vía Estambul, con lo que aumentaba la espeluznante posibilidad de que pronto se pudiera enviar por tierra al Reich el petróleo de Mesopotamia a beneficio de la poderosa flota alemana que ya era el rival más peligroso de la Armada Real', subraya Pauwels.

Dos años antes de que acabara el conflicto, el 23 de mayo de 1916, Londres y París firmaron en secreto el Acuerdo Sykes-Picot, en el cual se repartían los dominios otomanos en el Medio Oriente, lo que es hoy Siria, Irak, Jordania; incumpliendo la promesa hecha a los árabes —que ya luchaban contra los otomanos— de apoyar la constitución de Estados independientes si se sumaban al esfuerzo bélico de Gran Bretaña.

En este mismo marco, tuvo lugar la Declaración Balfour, una carta pública enviada por Londres al líder sionista británico Lionel Walter Rothschild el 2 de noviembre de 1917, donde Gran Bretaña se comprometía a respaldar la creación de un ‘hogar judío' en la región de Palestina, desconociendo a las comunidades musulmanas y cristianas que allí habitaban y convirtiéndose en una de los raíces del actual conflicto árabe-israelí.

Italia, Japón, Australia y Nueva Zelanda, también se apropiaron de territorios en Asia y el Pacífico; mientras que las pocas posesiones germanas en África pasaron a los vencedores. Mientras que Estados Unidos, ascendía como la indiscutible gran potencia del periodo de entreguerras.

‘En la práctica, el único objetivo de guerra que importaba era la victoria total, era un objetivo absurdo y destructivo',

ERIC HOBSBAWM

HISTORIADOR BRITÁNICO

En las postrimerías del conflicto, el decadente Imperio ruso, que también enfrentó a los germanos, se derrumbó junto a la Dinastía Romanov. Hambreados, hartos de la guerra y la autocracia zarista, el pueblo ruso empujó la caída de Nicolás II, abriendo las puertas a la Revolución de Octubre (1917) y con ella la constitución del primer Estado socialista de la historia, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Una nación que sería la principal artífice de la derrota del nazifascismo 26 años después en una carnicería mucho peor, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945); misma que moldearía el posterior mundo bipolar entre las URSS y EE.UU., que dejaría de existir con la desintegración del bloque soviético en 1990.

De ese mundo que alumbró las matanzas de la ‘Gran Guerra', la humanidad ‘heredó' 15,000 cabezas nucleares de acuerdo con datos de la organización Arms Control Association, en un 90% de ellas en control de Washington y Moscú, con capacidad para arrasar el planeta múltiples veces.

El reciente anuncio del Gobierno de Donald Trump, de salir unilateralmente del Tratado sobre Misiles de Alcance Medio y Corto (INF, por sus siglas en inglés) firmado con la URSS (hoy Rusia) en 1987 y que prohíbe armas de alcance intermedio (500 km a 5,000 km), levanta uno de los frenos legales que ha contenido una nueva carrera armamentística y nuclear en el creciente orden multipolar.

Al respecto, el mandatario ruso, Vladimir Putin, afirmó el mes pasado que en la ‘doctrina nuclear' de Rusia ‘no figura el ataque preventivo', pero en el caso de una potencial agresión, aseguró que: ‘el agresor debe saber que el castigo es inevitable y será destruido en cualquier caso. Y nosotros, como víctima de la agresión, iremos al paraíso como mártires, mientras que ellos simplemente morirán, porque ni siquiera tendrán tiempo para arrepentirse'.

Trump, que denuncia al Kremlin de haber ‘violado el tratado', amenazó a inicios de este año a Corea del Norte, de responder con armas atómicas en el punto más bajo de la crisis con Piongyang.

Frente esto, han sido las Cancillerías europeas las que más han protestado por el anuncio de la Casa Blanca, siendo que los misiles de mediano alcance regulados por el INF, coloca al viejo continente en la primera línea de fuego. Una nueva ‘espada de Damocles' que se cierne sobre Europa —y el mundo— a cien años de la llamada ‘guerra que acabaría con todas las guerras'.

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