• 18/06/2022 09:47

Marcapata, ¿una conjura internacional?

“No te llenes de hollín, cosaco, en el humo…” (tomado de una canción folklórica rusa)

Concluida la guerra civil entre las fuerzas zaristas leales al extinto Nicolas II y el ejército rojo del régimen bolchevique instalado en Rusia, miles de cosacos emigraron hacia Europa con la intención de establecerse en otras naciones como Australia, Brasil o el Perú, país que durante las primeras tres décadas del s. XX promovió la inmigración foránea para el poblamiento de su extenso territorio. Un grupo de cosacos zaristas, utilizando como intermediario al empresario ruso Vasili Korolévich, aceptó el desafío de constituirse en una colonia agrícola en la tierra de los incas (Kosichov, 2015). Sin embargo, ellos ignoraban que la larga secuela de la guerra civil los seguiría hasta el Perú.

Cumplidos los papeleos para la inmigración cosaca vía Panamá, se encargó al señor Chirif, funcionario del entonces Ministerio de Fomento, la ubicación de la nueva colonia agrícola ¿Por qué los instalaron en el valle del río Marcapata en la provincia de Quispicanchis? Está en la ceja de selva del Cusco dentro de la antigua jurisdicción de la capital de la civilización inca y el gobierno peruano deseaba desarrollar ese territorio. En la zona ya estaban asentados otros extranjeros como el polaco Juan Kalinosky propietario de la hacienda La Cadena, los yugoslavos Juan Stambuck y Juan Zlatar que eran propietarios de una cadena de tiendas con los que proveían de productos a los lavaderos de oro en la ruta Oroya-Quincemil-Palcamayo-Moscoicucho-Virgenmayo-Esperanza-Comandante, y el estadounidense Richard Gates propietario de un lavadero de oro en el río Comandante (Boletín del Cuerpo de Ingenieros de Minas del Perú-BCIMP, 1936).

Los terrenos que se seleccionaron para los colonos agrícolas cosacos “[…] estaban situados en la ribera derecha del Araza a partir de la Oroya hacia abajo, en una faja de unos 10 kilómetros de largo por unos dos de ancho. A la sombra de esta colonización oficial con elementos de fuera del país y aprovechando las facilidades ofrecidas, algunos vecinos de Cusco, Urcos y Sicuani obtuvieron lotes cercanos al emplazamiento ruso” (BCIMP, Nros. 115-199, 1936). Cuando los cosacos abandonen el lugar en 1929, serán estos campesinos cusqueños los que continuarán con la labranza, pero, sobre todo, transformarán ese espacio en lavaderos de oro.

Volviendo al momento inicial de la colonización, dado que sus tierras no estaban aún en estado de producir los cosacos ocupaban esos días divirtiéndose a la usanza de su cultura. Alegres por naturaleza, combatían la nostalgia con bailes y melodías de su terruño, sin embargo, debido a su desconocimiento del idioma asumieron una actitud endogámica, situación que fue aprovechada por un espía o agente venido de las estepas europeas para indisponerlos con la población local.

Los cosacos ignoraban que parte de la hostilidad de los lugareños respondía a tres situaciones. Primero, que les habían entregado en concesión tierras a ambos lados de un río aurífero por excelencia como el Marcapata (BCIMP, 1936; Sara i Vila, 2001) que los pobladores locales querían explotar con fines mineros y no agrícolas. Segundo, que los vecinos de las fincas colindantes a la concesión cosaca los veían y calificaban como “cirqueros”, mote que les pusieron por sus peculiares trajes típicos y su afición en demostrar sus dotes de jinete a cada momento, así como sus habilidades con el cuchillo y el sable. Y tercero, quizás la razón menos conocida pero más efectiva, la insidia que propaló Joseph Griusfún, un agente bolchevique infiltrado como “artista de circo y promotor de un mago” que había llegado en 1927 con el primer contingente de emigrantes rusos. Griusfún, aprovechando su mejor dominio del castellano y sus regulares conocimientos de quechua, generaba encuentros que parecían fortuitos pero que terminaban en una gresca que obligaba a una intervención policial. Así fue creando una imagen negativa de los colonos que empezaban a ser vistos como revoltosos e inadaptados. Una campaña de demolición social que perjudicaría a esta y otras concesiones.

En una ocasión, en 1929, Griusfún simulando ebriedad descargó los tiros de su revólver Smith Wesson sobre un grupo de cosacos -sin consecuencias fatales- durante una fiesta patronal cerca de Huanta (ARAy, Leg. 13, Oficios Subprefectura de Huanta, 1929). Fue detenido por orden del prefecto Gutiérrez y colocado en el primer ómnibus interprovincial con dirección a Lima. En el informe policial del incidente se anota “bolchevique” en el recuadro sobre su filiación política. Pero Griusfún se las ingeniaba para regresar y seguir hostigando a los agricultores cosacos. Si bien la comunidad de cosacos estaba en mejores condiciones de salubridad que sus pares en el asentamiento del río Apurímac -distante 233 kilómetros- la prueba de resistencia fue el resultado de sus cosechas. Éstas no fueron las esperadas, ni en volumen ni en el precio de lo cultivado. El Crack del ’29 los golpeó duramente y los cosacos empezaron a considerar que era mucho esfuerzo para tan poco beneficio iniciándose así un rápido declive material del grupo.

Al fracaso del asentamiento cosaco en Apurímac dirigido por el general zarista Pavlichenko siguió el de Marcapata. El golpe de estado del Coronel Luis Miguel Sánchez Cerro, que en 1930 derrocó al presidente Leguía, cambió las prioridades peruanas y no fueron apoyados más proyectos de colonización. Los cosacos, habiendo agotado sus opciones, salieron del Perú hacia Chile para iniciar un periplo que los llevaría a Argentina y Uruguay y que terminaría finalmente en Brasil (1933) donde se establecieron. En cuanto a Griusfún, si es que ese fue su nombre, desapareció del Perú sin dejar rastro.

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