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- 19/12/2008 01:00
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Hace unos días tuve el honor de entrevistar a uno de mis ídolos, la periodista israelí Amira Hass, del diario Haaretz. Siendo la única periodista judía que vive en los territorios palestinos, Hass posee una visión del periodismo que siempre me ha fascinado. Cuando nuestra conversación llegó al tema de los medios y su rol en la sociedad, Amira me repitió las palabras por las que por primera vez oí hablar de ella, de la boca de otro de mis ídolos, Robert Fisk: “el papel de los medios es el de monitorear los centros de poder. Hoy en día, los medios no representan este ideal, sino que representan a sus lectores, y les dan los que ellos quieren”. Pocas cosas he escuchado más ciertas en mi vida. Hass, que ha dedicado gran parte de su vida a vivir entre los que sufren las brutales políticas de su propio país, es un vivo recordatorio de lo que los periodistas que cubrimos estos asuntos debemos ser, antes que nada: seres humanos. Personas como ella o Amy Goodman nos recuerdan que el periodismo, aunque ya no parezca, es fundamentalmente un deber moral, y constituye el arma más efectiva de la sociedad civil contra los abusos de quienes detentan el poder. No en vano Bill Moyers, leyenda viviente del periodismo norteamericano, dice que “en un país, la calidad de la democracia es directamente proporcional a la calidad de su periodismo”.
El domingo por la tarde el mundo entero observó como un periodista iraquí —Muntazer Al Zaidi— lanzaba sus dos zapatos al presidente de EEUU, George W. Bush, en una rueda de prensa en la Zona Verde de Bagdad. El periodista, que fue brutalmente golpeado y sigue detenido sin cargos, arrojó sus zapatos a Bush al tiempo que lo llamaba “perro”. Antes de eso, Zaidi, junto a decenas de periodistas, había escuchado como Bush decía sin ningún tipo de vergüenza que la invasión ilegal que él inició hace cinco años había sido “necesaria para la seguridad norteamericana, la estabilidad iraquí y la paz mundial”, y simplemente no aguantó más. Lo que la mayor parte de los medios no cuentan es que, al tirar sus zapatos, Al Zaidi dijo otra cosa: “esto es de parte de las viudas, los huérfanos y todos los que han muerto en Irak”. Al decir esto, seguro que pensaba en Zahra, la niña iraquí que fue asesinada por las fuerzas ocupantes mientras iba de camino a la escuela y sobre la cual él realizó su mejor reportaje. Los zapatos que volaron hacia Bush representan el millón de iraquíes asesinados en estos cinco años, las bombas en las bodas afganas y los detenidos y torturados en Guantánamo, Abu Ghraib y quién sabe dónde más. Representan la indignación, más que de un periodista, de un ser humano. Al Zaidi se hartó de las mentiras de Bush y lo llamó por lo que es: un asesino y un criminal, que lleva en sus manos la sangre de un millón de sus compatriotas. Zaidi aprovechó la vergonzosa rueda de prensa de Bush y su títere iraquí para hacer lo que ninguno de los presentes hizo: actuar por los millones cuyas vidas han sido arruinadas por este hombre, esos mismos que nuestros patéticos “medios de comunicación” siempre ignoran.
Pero los zapatos de Al Zaidi también dejan al descubierto la vergüenza del periodismo mundial, el mal chiste en el que hemos convertido esta profesión. Los muñecos de trapo que van a las ruedas de prensa, asienten sordamente y realizan preguntas preseleccionadas mientras estos sujetos mienten descaradamente son tan culpables como ellos mismos. Los periodistas que no denunciamos que tanto Bush, como Cheney, Rumsfeld y todos los neocons son criminales de guerra, que han violado directamente las Convenciones de Ginebra y deberían comparecer ante la Corte Penal Internacional, somos todos cómplices de sus atrocidades. Es de esperarse que los hipócritas líderes mundiales y religiosos y los ridículos organismos que dirigen actúen como si la ley solo se aplicara a los Mugabes, Bagasoras y Al Bashirs del mundo, pero que lo hagan los medios es intolerable. Los periodistas, antes que nada somos seres humanos, y tenemos un deber moral: informar a la sociedad y, como dice Hass, monitorear los centros de poder. El periodista debe cuestionar y ser agresivo porque tiene privilegios que los demás ciudadanos no tienen. Tirar zapatos definitivamente no es la solución, pero la responsabilidad de que gente como esta pueda salirse con la suya recae pesadamente sobre nuestros hombros. Antes que nada, debemos preguntarnos ¿vamos a ser cómplices de estos criminales? La respuesta debe ser “no”: se lo debemos a un millón de iraquíes, entre ellos Zahra, la niña del reportaje de Al Zaidi.