“Uno siempre tiene miedo de no regresar”

PANAMÁ. Narciso Salinas tiene 13 años de ser policía, un trabajo que enfrenta muchos momentos difíciles, uno de ellos “esperar lo inesp...

PANAMÁ. Narciso Salinas tiene 13 años de ser policía, un trabajo que enfrenta muchos momentos difíciles, uno de ellos “esperar lo inesperado”. Si este padre de cuatro hijos tuviese la opción de escoger una nueva carrera, lo haría en el ramo musical: pianista o guitarrista, algo que ha hecho desde pequeño, o en el ramo del Derecho como abogado.

El día viernes 17 de abril, pasadas las ocho de la mañana, salimos con Narciso de la Zona Policial Metropolitana en San Felipe, donde inicia su jornada diaria a las 7:30. A esa hora muchos uniformados están desayunando en el comedor, donde un televisor transmite el final de un noticiero. Afuera, al cruzar la calle, en el restaurante de la esquina, una señora pregunta a otros agentes si el desayuno es “para aquí” o “para llevar”.

Las cuatro unidades que acompañan a Narciso en el recorrido diario de la Unidad Técnica de Aprehensión buscan en una ventanilla sus instrumentos de trabajo (armas, gas lacrimógeno, municiones) y el chaleco antibalas. Los cascos en Santa Ana, a pocos metros de donde realizan la primera inspección: un auto BMW 540i, donde van dos asiáticos que apenas mastican el castellano. Revisan el interior, concentrándose en el baúl que ocupa todo el asiento trasero del carro, donde encuentran solo pescado cubierto de hielo.

Tras verificar los documentos de los extranjeros les dan instrucciones de circular. “Así es la vida”, reconoce Narciso, ocupando el asiento del copiloto, y retomando el desayuno guardado en una bolsa plástica, a pocos metros de la Subestación de Santa Ana, donde forman filas convocados por una llamada de alerta.

ESQUIVANDO BALAS

A partir de ese momento, todo cambia en la patrulla 80444, una de las 98 patrullas operativas que recorren el distrito capital. Los cinco agentes se colocan los cascos, ajustándoles las correas, mientras la bocina grita a los carros que hagan espacio. Lo que no cambia es la música del radio. Es algo romántico, algo así como “amor mío porque lo haces...”. Mientras, en la calle, la patrulla se cuela como si fuese más pequeña que los demás autos. La sirena cambia de rápido a cada vez más rápido. El año pasado, según el informe de Rendición de Cuentas, Gestión 2008, se recibieron 39,387 denuncias en los Centros de Recepción de Denuncias, 8,826 más que el año anterior.

Antes de las nueve, el patrulla se detiene en la estación de Viejo Veranillo, ante un inmueble vacío al que “lo han tomando de taller”, según dice Salinas al ver dos taxis durmiendo el sueño eterno en los estacionamientos de esta propiedad estatal. Les faltan los vidrios a las ventanillas, pero esto no lo nota Salinas. Lo que sí les causa algo de molestia es cuando a uno de los agentes se le encasquilla el revólver. “Todo esto pasa míster”, se oye.

La búsqueda se hace en dos bloques, uno de tres y otro de dos personas. Los agentes corren como si no sintieran el peso del chaleco antibalas y del casco. Se meten por veredas que culebrean oscuras en medio de casas con las puertas abiertas y con niños curiosos que observan lo que ocurre.

A las 9 y 11 minutos regresan con dos jóvenes esposados. El sudor le ha aguado el rostro a los agentes que mantienen un diálogo común entre funcionarios que se dedican a la búsqueda de personas con penas por cumplir, desde los famosos Lambis (Carlos Meneses, prófugo) hasta el mismo Viteri (David). Cuando los jóvenes están en la patrulla, uno de los agentes muestra el producto de la requisa: una bolsa de marihuana y unas hojas para hacer tabaco. “Esto es lo que los pone así, a disparar a todo”, anota el agente.

“Le salió caso”, dice Salinas cuando le dictan el informe por celular. “Este fue juzgado en ausencia”. El joven pregunta “¿Cómo así loco? Si yo siempre iba y el que no iba era el guardia”. Hasta ese momento había mantenido la calma. Luego Salinas dicta que fue condenado a tres años, por el Juzgado 12, oficio 7/8 , año 6, marzo 09, Salud Pública.

Antes de llegar a la Subestación de Calidonia, el auto patrulla hace un alto. A un joven que aprovecha la sombra de un árbol raquítico frente a la Universidad de Panamá, le piden los documentos. Esperan el reporte, pero no hay nada. Revisan el lugar, incluida una botella con un contenido chocolatoso. En el asiento de la patrulla están dos camisas y un pantalón, uniformes que hay que planchar. En la tarde irán al Teatro Nacional, donde recibirán un homenaje por el Día del Policía.

EN LA CUNA DEL LOBO

Ya en la estación de Calidonia, los agentes son alertados. Entran con sus armas en mano a la barraca “Cuna de lobos”, nombre tomado de una telenovela mexicana de hace algunos años, que los panameños no olvidan. En el altillo, al final, en un cuarto donde en una Biblia abierta se lee a Jeremías 19 - 20, encuentran una mochila de niña, con media paca de marihuana, “la más barata, esto podría costar unos 125 dólares”, dice alguien.

Salinas reconoce que en este lugar la delincuencia ha mermado, lo mide con las cifras de balaceras que antes se registraban en esta casucha que se derrumba más por el olor a orina y suciedad que por lo viejo de la madera. “Antes tenías que enfrentarte a balas y botellas, ahora en estos cuartos tu encuentras hasta televisores plasma”, comentan.

“El miedo siempre lo vamos a tener. Dejar a tu esposa y a tus hijos y no saber si vas a regresar esto es muy difícil ya. En mi caso me encomiendo a Dios, y por mi parte si hago algo mal lo trato de corregir”, afirma.

Pasan las horas, las diez, las once y se acerca el mediodía. Le pregunto a Salinas, quien toma un trago de agua embotellada que mandó a comprar con otro agente, que dónde comen su almuerzo. “El almuerzo se come donde se esté y a la hora que se pueda. Ayer comimos a las cuatro”, dice el subteniente graduado, gracias a una beca, en Venezuela, y que pertenece a la élite conocida como “Los Linces”. Él ingresó a esta institución porque su padrastro era militar y le gustó lo que vio cuando asistía a las actividades para hijos de uniformados.

Mientras llega la orden de allanar los cuartos cerrados, Salinas, que en unas semanas ingresa a la Universidad Especializada de las Américas (UDELAS) para asistir a clases de Licenciatura en Defensa Personal y Seguridad Pública (una opción para quienes han estudiado en el extranjero), reconoce que los delincuentes andan bien armados, dirigiéndose a Eduardo Lenon, Roberto Arcia, Jaime Cedeño y Agapito Rodríguez, las unidades que lo acompañan en esta tarea de buscar a gente “que ni siquiera sabe que los buscamos”.

“En Panamá se está viviendo una realidad, los 390 balboas que se ganan al ingresar como cabo obligan a algunos policías a trabajar los días libres, muchas unidades hacen ese trabajo. Yo no lo hago porque mi salario (500 balboas como subteniente, según hoja de planilla del Ministerio de Gobierno y Justicia) me alcanza para mantener a mi esposa y mis cuatro hijos”, puntualiza el subteniente. Con el tiempo justo para el almuerzo y el ensayo para el acto cultural de la noche, al que no sabe si asistirá el presidente de la República. El que si estará en el homenaje es el director de la Policía, Francisco Troya Aguirre, quien es la cabeza de los 14 mil efectivos que, como Narciso, se enfrentan día a día a la delincuencia en distinta zonas de la ciudad, un trabajo “parecido a una empresa donde hay gente buena y mala, gente activa y con pereza, donde uno mismo se bota”.

A VARIAS MANOS

En la patrulla 80444, que tuvo la suerte de quedar dentro del lote de las que están operativas y se libró de formar parte de las 146 no operativas, por daños o por realizar otras funciones, todos hacen de conductores, para alternar posiciones y para que no haya problemas cuando se tiene que comer sobre la marcha.

El mantener el orden en las calles es una tarea que se le complica a diario a los agentes, que se inician ganando 390 balboas y luego de cuatro años de preparación alcanzan los 415 dólares, por el aumento en los casos delictivos, aunado a los imprevistos como el encasquillado del arma antes de ir a enfrentarse a los delincuentes.

Ante este panorama, queda pediente para el próximo Gobierno renovar el Seguro de Hospitalización que tienen actualmente con la compañía Internacional de Seguros que expira en noviembre próximo.

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