Violencia en Panamá: práctica que no cuenta

Actualizado
  • 04/03/2012 01:00
Creado
  • 04/03/2012 01:00
Catalina* fue la primera nena de la tercera generación de una ‘gran familia’, que para nombrarla hizo reunión: Nataly, le gustaba a su m...

Catalina* fue la primera nena de la tercera generación de una ‘gran familia’, que para nombrarla hizo reunión: Nataly, le gustaba a su madre, pero su abuelo se negó; María, le gustaba a su padre, pero su madre se negó porque ese era el nombre de la empleada. Gonzalo, su padrino, el primo favorito de la madre, el ‘paciero’ del padre, dijo que Catalina era fuerza. Y así quedó la niña.

Él la nombró y, mientras crecía, la llenó de regalos y más regalos: de cumpleaños, de Navidad o porque sí. ‘Me consideraba una chica afortunada por tener un padrino así’, cuenta hoy.

Y entre fiesta y paseo, celebraciones de familia, el tiempo pasaba y en una ocasión él la llamó diciendo que tenía un regalo. La llevó al cuarto, se quitó la toalla mientras la noche cubría los cielos y empezó a masturbarse.

Ella no entendía bien qué pasaba ahí. Hoy lo sabe: fue una víctima más de la violencia de género que, en su caso, adquirió la forma de violencia sexual. Una más de ese 90% del total de menores abusadas por un familiar, alguien cercano y de confianza. Solo vino a contradecir una estadística: la que indica que las mujeres de clases bajas y populares son las víctimas más frecuentes.

Pasa en Panamá y en la región. Y pasa, también, en las mejores familias. Aunque, claro, muchos todavía creen que no o que, cuando pasa, algo habrá hecho la mujer. ‘‘Ella lo irrespetó’’, si es una esposa golpeada. ‘‘Él se puso celoso y tuvo un brote’’, si el marido la asesinó porque sospechaba una infidelidad. ‘‘Ella aguantó un montón, ¿por qué no se separó antes?’’, cuando finalmente la víctima decide ponerle un punto final al suplicio. Pasa y cuando pasa la primer reacción es de cierta benevolencia con el agresor y discusión sobre la agredida. ¿Y eso por qué?

‘La doble moral hace que se condene pero, en paralelo, surge una especie de legitimación de la violencia a través de la asunción de que la mujer que es víctima de algún modo lo tiene merecido, ha incumplido alguna norma’, dice Urania Ungo, del Centro para el Desarrollo de la Mujer.

‘La cultura androcéntrica, los problemas de los manejos de poder y los estereotipos sexistas que existen son una razón de discriminación permanente en todos los niveles’, agrega la directora del Instituto Nacional de la Mujer, Marquelda de Herrera.

Pasa, lo que no se sabe es cuán seguido o a cuántas mujeres alcanza. Hasta ahora, todos los organismos del Estado involucrados en la recepción de denuncias o el tratamiento, no han podido dar una respuesta integral en cuanto a las cifras.

Un déficit reconocido por la propia directora del Instituto Nacional de la Mujer (Inamu): ‘Es que tienes diferentes vías de accesar la información. A la Dirección de Investigación Judicial puede llegar una denuncia pero el dato que llega al Ministerio Público puede ser otro. Lo mismo al Órgano Judicial o las corregidurías. También hay casos que no llegan, que eso es lo más grave’.

Sí hay algunos datos sueltos: el equipo técnico del Inamu atendió en 2011 435 casos de violencia. En enero de este año, fueron 29 las consultas. El Inamu analizó datos en base a publicaciones en medios de comunicación y concluyó que en 2010 fueron 72 los feminicidios y en 2011, 59.

Pero, ya se dijo, no sabemos. Y al no tener cifras ‘no se termina de visibilizar el problema’, agrega Ungo. Y esa es una deuda.

LAS CAUSAS

La familia de Catalina nunca imaginó lo que estaba pasando con Gonzalo. Cómo, si esas cosas solo le pasan a gente enferma, loca. A otra gente. Una mañana, tras una fiesta, él no pudo controlar sus impulsos de ‘macho alfa dominante que puede tener lo que quiera y cuando quiera, pasando por encima de la dignidad y los derechos del otro, de la otra’, cuenta ella indignada, y se lanzó a tocarla. ‘Yo temblaba y empecé a llorar como una boba’. Las lágrimas pararon un poco el impulso macho del padrino y esto dio tiempo a que ella pudiera huir.

Catalina marca, cuando describe a Gonzalo, lo mismo que las especialistas señalan de los casos de abuso y violencia machista: no es una enfermedad ni un accidente, tiene indicadores específicos: manifestaciones, expresiones, lenguaje sexista, la culpabilización de las víctimas a través del ‘algo habrán hecho’ y demás lugares comunes.

También la telenovela: la esclavitud del amor romántico, la veneración, el dolor impensable de morir en manos de quien se ama.

Las Naciones Unidas definen la violencia contra la mujer como ‘todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, ya sea que ocurra en la vida pública o en la privada’.

Nadine Gasman, directora de la Campaña del Secretario General de las Naciones Unidas ‘‘ÚNETE para poner fin a la Violencia contra las Mujeres’’, llama la atención sobre esas acciones que pasan desapercibidas, pero son el embrión de una relación violenta: ‘Los celos, el control de los celulares y las amistades, los gritos y las palabras despectivas, son consideradas como principios de violencia’, dice.

Y remarca que llamar a la pareja ‘gorda’, ‘ridícula’ o decir que no entiende, es maltrato y es desigualdad. Y eso es injusticia: manifiesta el poder de unos sobre otros y el trato inequitativo que la cultura machista permite en las relaciones.

¿Cómo concientizar en una sociedad machista que no siente que ese tipo de maltratos tengan cargas de agresión? Es difícil.

PREVENIR, LA CUESTIÓN

Las especialistas consultadas señalan que es fundamental que, frente a los mitos, empecemos a relacionarnos con personas sin pedestales, y empecemos a construir identificaciones y subjetividades libres de violencia. Para esto hace falta concientizar: campañas, educación en los institutos, personal especializado. En fin, un trabajo amplio e integral.

Eso procura, cuenta De Herrera, el Inamu, que se encuentra ejecutando el Plan Nacional contra la Violencia Doméstica y Políticas de Convivencia Ciudadana, a través de distintas acciones.

Claro que debe ser difícil articularlo desde un Estado donde el propio presidente se refirió a la cacica Silvia Carrera en términos de ‘que venga a tomar un trago...’.

De Herrera no esquiva la pregunta: ‘Efectivamente estamos en una sociedad androcéntrica, una cultura machista. Hay muchos retos por enfrentar, pero es un reto para toda la sociedad porque el futuro depende de todos’.

Mientras tanto, el país aún se debate una ley integral de violencia contra la mujer, en dos proyectos que analiza la Comisión de Mujer en la Asamblea. Y espera una Justicia que actúe en base a todos los tratados internacionales a los que adscribimos: ‘El problema es que los jueces tienen poco amor por apoyarse en los tratados internacionales. Predomina una visión corta, poco informada, disminuyente del valor femenino. Hay un despecio’, concluye Ungo.

*Nombre cambiado por protección a la víctima.

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