El americanismo esencial de Guillermo Trujillo

Actualizado
  • 14/07/2018 02:00
Creado
  • 14/07/2018 02:00
El autor del ensayo ‘El paraíso perdido de Guillermo Trujillo', Pedro Luis Prados, rinde homenaje al recientemente fallecido maestro de la plástica panameña, en un nuevo texto que profundiza sobre los aspectos sustanciales de su discurso artístico

Se despide el maestro Guillermo Trujillo, poeta del color, danzante de las formas. Se nos fue en uno de esos brumosos amaneceres de julio que tanto le gustaba contemplar, motivos líricos de algunas de sus pinturas, donde la luz se difumina para dejar flotando fantasmales imágenes oníricas. Una vida convertida en vocación que deja una obra original e intensa, cuya intencionalidad la eleva al parnaso de la iconografía del arte contemporáneo.

Al igual que otros artistas nacionales, su llegada al arte la realiza por vías alternas en la escogencia profesional, en este caso por la arquitectura, que le brinda las opciones del dibujo y el diseño como herramientas primarias para su futura vocación. Empeñado en la búsqueda de formulaciones plásticas que le permitan incursionar en planteamientos inéditos, hurga en los conceptos doctrinarios de dominio universal, pero paralelamente rescata los elementos tradicionales de nuestras culturas aborígenes, los recursos cromáticos del paisaje tropical y los detalles de la vida cotidiana. Esta síntesis entre técnica y contenidos temáticos genera una obra en progresiva transformación con rasgos esenciales, unidad conceptual y definición estética.

FICHA

Guillermo Trujillo es considerado uno de los más grandes artistas de la región

Ocupación: Arquitecto y artista multidisciplinario

Resumen de su carrera: Nació en Horconcitos, Chiriquí, en 1927. Se graduó como arquitecto de la Universidad de Panamá (UP), donde aprendió dibujo con maestros como Roberto Lewis y Juan Manuel Cedeño. Más adelante realiza estudios de especialización en España. Pronto encontraría en la pintura una plataforma de expresión que cultivaría a través de diferentes técnicas, como el mural, la cerámica, la escultura, la pintura, el grabado y la talla en madera, entre otras. Toda su obra es una exploración de la naturaleza, lo sobrenatural y la herencia prehispánica. A su regreso a Panamá se dedicó a la enseñanza de arquitectura en la UP. Allí fundó el taller de cerámica Las Guabas. Trujillo falleció en Panamá, el 11 de julio de 2018.

Desde aquellos momentos iniciales, en que las influencias europeas adquiridas durante su estadía en España se entremezclan con una realidad en ocasiones ininteligible, se establece un doble vínculo en que las doctrinas y técnicas ceden o se adaptan a las exigencias del medio. Así, las influencias del cubismo de Klee dan paso a al brillo y color de los techos taboganos; la delimitación circular del espacio de Mondrian es invadida por las figuraciones rituales precolombinas; las distorsiones figurativas de Picasso son utilizadas como recurso de caricaturización de las personalidades de nuestra academia o de la política criolla.

Humor e ironía son los recursos que Trujillo utiliza para dar nuevos significados a su obra. En un afán por lograr esa deshumanización del arte, que Ortega y Gasset demanda como necesidad para acercarlo a la naturaleza humana —en lo que esta tiene de transitorio y gratificante, para separarlo del espíritu de seriedad conferido por el clasicismo— el maestro vuelca su obra de creación a esa gracia que oscila entre lo sublime y lo ridículo en la existencia de los hombres.

Descubrir la intención subyacente en la obra de Guillermo Trujillo conlleva a un complejo sistema de referencias que van más allá de la simple percepción de los componentes visuales o de los juicios valorativos, sobre los elementos técnicos. Su concepción del arte y el mensaje inherente en el acto de creación conjugan una serie de experiencias raizales, percepción de lo fantástico y libertad de la imaginación que desembocan en una obra vibrante y cargada de la energía vital. Su obra expresa las contradicciones de una naturaleza amenazadora por lo exuberante de su presencia y amenazada por la brutal acción humana. Es un debate incesante entre la vida y la muerte que sirve de marco a juegos y fantasías cromáticas, a un bestiario de mutantes especímenes y mitológicas recreaciones precolombinas.

Su obra desborda un americanismo esencial donde el cándido estado de naturaleza —añorado por las utopías de la modernidad aflora como cualidad de un mundo reciente— en el que la mirada del hombre adquiere por primera vez la dimensión de un paraíso mítico y en que toda historia es posible y cualquier personaje, en una metamorfosis fantástica, cambia su sustancia vegetal a una humanizada corporeidad. Más que un esfuerzo por rastrear el contenido que se oculta en una realidad abrupta y mistificada por un forzado modelo civilizador, o la emergencia de la magia como distorsión de la realidad; ese americanismo es la expresión visual de un cúmulo de experiencias existenciales en un entorno, cuyos misterios y maravillas radican en las contradicciones entre el espacio y la forma.

Es la percepción de un continente que luego de cinco siglos de una avasalladora incorporación a la cultura y la ciencia de la modernidad, retiene en su personalidad esa raigambre del inocente salvaje descrito por Rousseau; de una ingenuidad ancestral en que las contradicciones y el absurdo afloran como consecuencia de la pervivencia de mitos y creencias aunadas a la práctica folklórica de rituales inmemoriales. El sincretismo cultural, las creencias chamánicas de mundos desconocidos y el entorno natural que constituyen el escenario y trama de la obra de Trujillo, son una forma de asumir la fantasía que aflora espontáneamente en un universo en que lo posible es la condición primaria de la realidad.

Sus referentes a un juego del inconsciente nada tienen que ver con antecedentes bretonianos ni con la deliberada deconstrucción de un orden establecido, pues todo se reduce a la vivencia y recreación de una memoria acumulada y transmitida por generaciones que toma forma y se expresa por medio del arte. Dueño absoluto de su mundo: Chamán, Nele, Curandero o Brujo, Guillermo Trujillo se empeña en recrear rituales y ceremonias mágicas como manera de expresar las esenciales sustancias de esa conciencia americana que precede a todo razonamiento sobre nuestra identidad y busca en el afloramiento de la carne o en la imaginaria metamorfosis de la flora y de la fauna, ese tránsito misterioso en que el mito explica las sutilezas de la evolución.

Sus escenarios, ya sean playas del Pacífico en donde danzantes sirenas levitan en imprecisos espacios azulados, intrincadas marañas selváticas en que la iguana o el cadejo tienen sus guaridas, o los difusos paisajes en que las majas y los nuchos —esas tallas antropomórficas para crípticos rituales de nuestros indígenas— se reúnen en el ocaso, no son más que sueños de inconformidad ante un mundo regulado por una supuesta racionalidad, una forma de rebeldía creativa por el orden maniqueo de la técnica y el cosmopolitismo, o un deliberado ausentismo por vías de la estética de las amenazas de un sistema enajenante y hostil. Síntesis y ruptura de un mundo que como una espora al viento se abre y dispersa su simiente para originar nuevas creaturas con las cuales el artista pretende repoblar esas costas de marismas y manglares.

Es el rescate de una memoria íntima, capaz de devolver la relación perdida con ese apacible mundo marino, lo que matiza toda la obra de Guillermo Trujillo. Es un trabajo de arqueología de la conciencia con el cual desentraña narraciones fantásticas, juegos infantiles y aventuras colectivas, pero, sobre todo, visiones de un mundo de seres y paisajes que se difumina en el tiempo y el recuerdo. Mundo personal y colectivo que nos habla de nosotros mismos en un coloquio interminable de palabras, sonidos, imágenes y colores.

No obstante, si el contenido de su obra es un americanismo esencial que nos descubre de primera mano esos pasajes interiores de magia y sensualidad, el recurso técnico nos habla de un conocimiento y ejercicio de las principales expresiones del arte moderno y contemporáneo. El uso de colores cálidos de fuertes contrastes superpuestos en diversos planos cede en ocasiones al puntillismo y al trazado impresionista de rica policromía, que le permite una oportuna utilización de la luz y la transparencia. Colorista por excelencia no escatima recurso cromático, por muy arriesgado que este parezca, para lograr los efectos visuales que establezcan la diferenciación de los planos o el recorte de la imagen con la intensidad deseada.

En contraste con trabajos alegóricos llenos de brillantes motivos eróticos, encontramos una obra de fuerte raigambre naturalista en la cual la escena de un paisaje vibrante y enérgico es el centro del discurso plástico. En esos entornos sus personajes flotan, hieráticos o concupiscentes, en una atmósfera sutil en sugerentes levitaciones, o bien destacan irreverentes y lúdicos entre las marañas selváticas de un trópico de intenso verdor. Y es que el maestro juega a la creación de un Paraíso en donde la naturaleza en su primigenia pureza está libre de arcángeles y de pecado original. Plantas, animales y hombres mantienen una simbiótica relación que no permite ni el temor ni la culpa.

La obra de Guillermo Trujillo expone la riqueza conceptual acumulada durante siete décadas de dedicación al arte, madurando continuamente sus concepciones estéticas y estilísticas, depurando los recursos temáticos utilizados y asumiendo críticamente los problemas del color y la imagen. Desde esas primeras recurrencias a las figuraciones primitivas del neolítico, de los incesantes esfuerzos por establecer planos monocromáticos cuya transparencia definiera la imagen, la aparición mítica de los nuchos ceremoniales, la enérgica presencia de un bestiario tropical y los juegos eróticos en playas desconocidas, toda su producción constituye un discurso que nos habla de un continente por descubrir, de culturas cuyas expresiones siguen desconocidas y de pueblos dispersos en inimaginables espacios geográficos con lenguas fundidas en vocablos inéditos, pero que mantienen algo en común: un americanismo esencial, del cual Guillermo Trujillo es la más significativa expresión.

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