La Igualdad y los privilegios

Actualizado
  • 15/06/2019 02:00
Creado
  • 15/06/2019 02:00
En una columna publicada originalmente el 23 de julio de 2005, el Dr. Carlos Iván Zúñiga Guardia recuerda que los mejores teóricos de los siglos XVII y XVIII resaltaron los objetivos republicanos y democráticos que chocaban con las prácticas del despotismo. La libertad, la igualdad y la fraternidad fue la trilogía emblemática de aquellos sacudimientos revolucionarios

Nada es tan perjudicial a la democracia como tolerar e institucionalizar las malas prácticas del absolutismo. La grandeza de la revolución de las colonias que poseía Inglaterra en Norteamérica se concretó en la suma de garantías individuales estrenada en la Carta Magna de 1787.

Semejante grandeza la encontramos en la posterior revolución francesa con su proclama histórica y dentro de ella el principio de la igualdad republicana, como santo y seña de una nueva era política.

Los mejores teóricos de los siglos XVII y XVIII abarcaron un amplio abanico de objetivos republicanos y democráticos, pero resaltaron los que chocaban con las prácticas del despotismo. La libertad, la igualdad y la fraternidad fue la trilogía emblemática de aquellos sacudimientos revolucionarios.

El estado de cosas en las monarquías absolutas hacía de la libertad un sueño y de la igualdad un desagravio al pueblo, tan discriminado. Siendo el privilegio la corona de la discriminación, tocar la flauta de la igualdad era todo un llamado a la rebelión. En ese entonces no existía desconcierto o insatisfacción mayor que convivir en una sociedad partida en humillados y privilegiados. En los de adentro y los de afuera.

‘El presidente de probeta Erick Delvalle pretendió destituir al comandante Noriega y fue de inmediato enviado al ostracismo eterno, según parece'.

En la conciencia popular el reproche era tambor de ecos íntimos y cuando el privilegio de la monarquía francesa es derrumbado por la igualdad de la República, en el mundo y en especial en la América india se templaron los abecedarios y los vientos de la libertad. Los Nariños de América vislumbraron la cúspide de sus ideales y dieron llanura riesgosa a los pininos independentistas. Bastó para ellos que Antonio Nariño imprimiera en Bogotá en el año de 1794, la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, publicación que tuvo efecto de un grito de independencia y por cuya temeridad los realistas españoles enviaron a Nariño a una cárcel de África.

Bajo los puentes del mundo han corrido muchas aguas y a pesar del desarrollo de la convivencia democrática aun corren, cargadas de lama, ciertas aguas del absolutismo que se estimaban abolidas. Algunos pueblos tras largas dictaduras y luego de una difícil transición, vienen removiendo los escollos que afectan la plenitud democrática.

FICHA

Un vencedor en el campo de los ideales de libertad:

Nombre completo: Carlos Iván Zúñiga Guardia.

Nacimiento: 1 de enero de 1926 Penonomé, Coclé.

Fallecimiento: 14 de noviembre de 2008, Ciudad de Panamá.

Ocupación: Abogado, periodista, docente y político

Creencias religiosas: Católico

Viuda: Sydia Candanedo de Zúñiga

Resumen de su carrera: En 1947 inició su vida política como un líder estudiantil que rechazó el Acuerdo de bases Filós-Hines. Ocupó los cargos de ministro, diputado, presidente del Partido Acción Popular en 1981 y dirigente de la Cruzada Civilista Nacional. Fue reconocido por sus múltiples defensas penales y por su excelente oratoria. De 1991 a 1994 fue rector de la Universidad de Panamá. Ha recibido la Orden de Manuel Amador Guerrero, la Justo Arosemena y la Orden del Sol de Perú.

En Chile, en homenaje a su histórica tradición democrática, acaban de sepultar varias secuelas del totalitarismo. La revolución francesa catapultó el sufragio universal, pero los militares del pinochetismo instauraron las senadurías vitalicias. Los expresidentes pasaban del solio presidencial al escaño senatorial.

El principio del sufragio universal y el de la igualdad acaban de derrotar a los senadores vitalicios. Ahora solo habrá senadores elegidos por el pueblo.

En aquel país también se acabaron los intocables. El presidente de la República, primera autoridad de los chilenos, no podía designar ni remover a los jefes de las fuerzas armadas. Exactamente, lo que ocurría aquí durante la dictadura militar. El presidente de probeta Erick Delvalle pretendió destituir al comandante Noriega y fue de inmediato enviado al ostracismo eterno, según parece. En el proceso de perfeccionamiento de las instituciones democráticas, ahora los jefes de las fuerzas armadas chilenas dejaron de tener un penacho singular, el propio de los intocables, y volvieron al redil de los subalternos del poder civil.

También se acabó la egolatría enquistada en el texto constitucional. La una y mil veces en que el nombre de Augusto Pinochet aparecía en la Constitución, fueron expulsadas por la sensatez de la humildad democrática. Desde luego toda similitud con la experiencia panameña es pura y olvidada coincidencia.

Es posible que la igualdad de pronto deje de ser efectiva porque la fuerza absolutista le restó su dinámica y su prestancia, pero en la puja y repuja del poder, al final la igualdad se impone porque ella es parte sensitiva, troncal, de la naturaleza humana.

La igualdad aún no cobra del todo su imperio en ciertos estamentos de la administración pública panameña. Existe una lucha perpetua entre la igualdad y el privilegio. Así como de un plumazo el Presidente de la República acabó con las leyes de mordaza, de un plumazo se deben eliminar todos los privilegios.

La implantación de políticas moralistas no debe apreciarse como imposición ni como intervención en otros órganos del Estado, sino como un mandato de la seguridad nacional, entendida democráticamente. La sociedad panameña está tan saturada de las conductas incorrectas que en cualquier momento, por algún motivo diferente, estallará un conflicto social y la principal pancarta de los alzados se referirán a la existencia de los privilegios.

En un país presidencial como el nuestro, la voluntad política del mandatario es determinante a la hora de las decisiones. El presidente Torrijos debe seguir su propio ejemplo estrenado en el caso de las leyes mordaza. De no hacerlo, la inercia administrativa podría confundirse con el encubrimiento. Sacudir la inercia es un reclamo colectivo y la historia registrará con aplausos este hecho rectificador.

Por lo visto, tanto la revolución norteamericana como la francesa todavía tienen algo que hacer entre nosotros.

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