Cóctel letal, cuando el alcohol reta al volante

Actualizado
  • 04/10/2019 16:02
Creado
  • 04/10/2019 16:02
Las estadísticas hablan. Si afinamos la mirada a los rasgos sociales, veremos en Panamá la necesidad de desmontar los antivalores, la desinformación y la imprudencia reinantes en la cultura vial.

Son las dos de la madrugada y aunque la ciudad duerme, aún palpitan los vestigios del ritmo acelerado que suele irrumpir en la cotidianidad. A Julianna le pesa la mirada, sus ojos oscilan entre el cansancio de una jornada de diez horas y las risas de un encuentro casual entre amigos. Conduce como siempre un Kia Picanto con su pecho ceñido por el cinturón que le ata a la vida; sabe bien que en Panamá las estadísticas no mienten.

Con una licencia que le ha dado la libertad de desplazarse cómoda y lejos del alboroto y el ritmo del metro, maneja desde Chanis a través de la avenida José Agustín Arango, una de las más importantes de la capital panameña, hasta su destino, pisando atenta el acelerador.

Deja atrás uno, dos, tres y cuatro semáforos. Espera, está consciente de su entorno, entiende que si baja la guardia, pierde poder en la avenida de aquella ciudad nocturna que parece sosegada, pero resguarda entre las luces, el tránsito de la vida.

Cóctel letal, cuando el alcohol reta al volante

Solo en 2017, la Contraloría General de la República registró un total de 12,581 víctimas por colisión en Panamá, mientras que en 2018, la Autoridad del Tránsito y Transporte Terrestre sacó de circulación a 10,477 conductores luego de ser sorprendidos conduciendo con embriaguez comprobada y otros 5,703 con aliento alcohólico.

Esta vez Julianna, en su cautela, no fue la excepción.

“Esperaba el cambio a la luz verde y mi carro fue impactado por el área trasera. De no haber utilizado el cinturón de seguridad, hubiese tenido un desenlace trágico”, cuenta la mujer de 35 años.

El corazón bombea a mil por hora. Al salir de su carro, tiembla y como nunca, segrega adrenalina. Sin aparentes lesiones de gravedad, camina con la frustración de ver que el responsable de la colisión “tenía el cerebro minado de ron”, con 93 grados de alcohol que saltaron posteriormente en la prueba de alcoholemia.

“Sentí una gran indignación. Incluso, él quería darse a la fuga, pero alguien intervino y le arrebató las llaves. Todo pudo ser peor”, recuerda.

La norma

El Reglamento de Tránsito de la República de Panamá sustenta que cuando el conductor sea sorprendido en estado de embriaguez comprobada o intoxicación por estupefacientes, será sancionado de acuerdo con las reincidencias registradas en su historial. “Por tanto, la autoridad competente retendrá su licencia de conducir para ser remitida a la Autoridad del Tránsito y Transporte Terrestre y el vehículo será removido de la vía siguiendo el procedimiento establecido en el Artículo 11”.

También es clara al formular que “sin perjuicio de los derechos que pueda tener cualquier ciudadano, la autoridad queda en la facultad de suspender el manejo de una persona en evidente estado de embriaguez, aún cuando no se cuente con el equipo para realizar las pruebas de análisis de aires expírales”.

El grado de afectación por consumo de bebidas alcohólicas se establece según los niveles de concentración de alcohol, medidos en sangre o en el aliento.

Según la concentración de alcohol en sangre, entre 10-50 miligramos por decilitros hay un nivel de tolerancia y la ley indica que debe imponerse una advertencia; entre 51-85 se determina el aliento alcohólico y debe imponerse una multa; desde 86 en adelante, se determina la embriaguez comprobada que acarrea una sanción con la retención del vehículo.

Tras una semana de espera desde el accidente y de la retención del vehículo que golpeó al de Julianna, el juicio en el que el responsable se declaró como “lesionado”, fue cancelado hasta el 27 de noviembre. Ella espera que este “asesino al volante” no tenga en sus manos una licencia durante mucho tiempo.

Escenarios como el suyo siguen dibujando una realidad que invita a revisar, más allá de las estructuras y normativas de control y sanción del Estado, los patrones socioculturales que se imponen con la imprudencia y la falta de conciencia vial.

En un día que debía ser de bienvenida al milagro de la vida para Onel y Julio Carrión y Belkis Salazar, irrumpió la tragedia y la carretera fue el escenario. El 29 de septiembre, el impacto con un auto, cuyo conductor estaba bajo los efectos del alcohol, apagó la vida de estos dos hermanos y la mujer encinta.

Aunque en 2018 fue presentado un proyecto de ley que buscaba aumentar la multa de tránsito por conducir con embriaguez comprobada e incrementar la pena de cárcel por accidentes vehiculares mortales al manejar bajo los efectos del alcohol, la iniciativa no prosperó.

En un informe publicado en 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) sostuvo que el 11% de las muertes por accidentes de tránsito suceden en América, con casi 155,000 muertes por año. Esta región tiene la segunda tasa más baja de mortalidad en el tráfico entre las regiones de la OMS, con una tasa de 15.6 por cada 100,000 personas. Los ocupantes de automóviles representan el 34% de las muertes por accidentes de tránsito en la región; y los motociclistas, el 23%, lo que representa un aumento del 3% con respecto al año anterior.

Tras colgar una llamada telefónica y mirar el reloj, Julianna, también madre de dos, se despoja de su chaqueta de jean, se detiene y mira a su alrededor, toca su pecho y aún en el shock de la sacudida, exhala el agradecimiento de saberse casi ilesa y con vida.

José Lasso es catedrático y sociólogo y cree que reformar la ley actual no resuelve el problema.

“Esto debe trabajarse desde la familia y las estructuras educativas para impactar la conciencia”, dice.

Considera que es necesario revisar los patrones de consumo de alcohol y los esquemas de comportamiento con respecto a la vida cotidiana.

“En este marco se ubican las observaciones situacionales en las que se bebe alcohol. Está impregnado en nuestra vida cotidiana; algunos dicen que no hay fiesta si no hay licor”, reflexiona.

Lasso manifiesta que la legislación no ha funcionado porque la problemática trasciende al escenario sociocultural.

Del 28 de agosto al 30 de septiembre, la Policía Nacional contabilizó 1,026 infracciones por conducir con aliento alcohólico y 872 por embriaguez.

A Julianna, ahora con una lesión cervical, le pesa saber cuan frágil es la vida cuando la precaución en el manejo, no basta. Depende de alguien más, de los que están fuera, de sus ganas, su buen juicio y sus conciencias. Aunque refuerza su cautela, se persigna al salir de casa, y conduce su Picanto aferrándose al mismo cinturón que le mantuvo atada a la vida.

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