El 3 de noviembre a la luz del proyecto neoliberal

Actualizado
  • 03/11/2019 00:00
Creado
  • 03/11/2019 00:00
Importante es el rescate y valorización de nuestra identidad como soporte y fundamento de nuestra esencia intercultural dentro de nuestro contexto de diversidad étnica y cultural
La historia está frente a nosotros y somos responsables ante las futuras generaciones.

Los acontecimientos suscitados el 3 de noviembre de 1903 hace 116 años fueron el resultado de un conjunto de factores endógenos y exógenos, los cuales precipitaron a los nacionales a tomar la decisión de emanciparse de la Nueva Granada. Factores que deben ser analizados de manera responsable, en aras de orientar el devenir de la sociedad panameña, la que se debate entre un sistema desigual y excluyente, social y políticamente.

El valor de la memoria histórica

La fuerza de una nación se mide por su capacidad de recuerdo, una nación se hace grande mientras más vigorosa sea su memoria colectiva. Pero si no existe un esfuerzo sistemático por conservar, por organizar esa memoria, corre el peligro de perderse. La misión que tenemos es de conservar esa memoria organizada, para transmitirla a las generaciones del futuro, convirtiéndose en una misión sagrada.

Es lo que el poeta Dimas Lidio Pitti definió de la siguiente manera: “Nuestros ancestros nos han legado una responsabilidad invaluable: la patria se gana o se pierde cada día. Y eso en virtud de lo que ha sido nuestra experiencia histórica de las adversidades y obstáculos que aún nos quedan por vencer, los panameños jamás debemos olvidarlo”.

La identidad nacional es fundamental para cohesionar en un solo haz de voluntades, la respuesta contundente a las pretensiones del capital foráneo y sus colaboradores internos, empeñados en mantener un enclave comercial y militar en desmedro de la mayoría de los que habitamos este territorio.

Panamá en el contexto actual latinoamericano

Panamá se ha consolidado desde el punto de vista económico como la segunda de mayor crecimiento en América Latina. Cuando la crisis financiera-económica mundial alcanza su cúspide en el año 2009, la panameña fue una de las pocas del mundo que mostró crecimiento, gracias al aporte de las fuerzas vivas, entre las cuales destacamos al sector privado, a los trabajadores organizados, y al sector público que coadyuvaron en esta dinámica de crecimiento, a partir de la década de los años 90.

A pesar del grado de inversión y la segunda economía más grande de la región, gravitan una serie de preocupaciones en la población panameña que, de manera recurrente, viene señalando: el alto costo de la canasta básica, la inseguridad, la falta de transparencia el alto nivel de deuda pública que ponen en peligro las finanzas nacionales.

Panamá se encuentra entre los 10 países del mundo con la peor distribución del ingreso y el tercero en América Latina, a pesar de ubicarse entre los 20 países de crecimiento a nivel mundial para los año 2018-19. Se encuentra en la posición 13 a nivel mundial y tercero en América Latina y el Caribe en materia del trabajo informal, con un 40.8%, lo cual demuestra la baja calidad del empleo de nuestro país. Igualmente, el 41% de los trabajadores en Panamá no han terminado la escuela secundaria. A esto le sumamos que el 98 % de los jóvenes más pobres no terminan el bachillerato, lo cual indica su poca capacidad de absorción de las nuevas tecnologías de punta utilizadas para llevar a un país al primer mundo.

Las desigualdades sociales

El alto crecimiento de nuestra economía genera envidia a nivel internacional; sin embargo, la reducción de la pobreza y la pobreza extrema no compaginan con este crecimiento. Panamá, según el informe Panorama Social de América Latina del Ministerio de Economía y Finanzas del año 2018, la reducción de la pobreza general fue de 5% en unidades porcentuales, y la pobreza extrema solo disminuyó en 0.2 unidades porcentuales.

Esto muestra la alta desigualdad social en nuestro país. Lo que se demuestra igualmente con la información generada por la Contraloría General de la República que indica que, cada cuatro días, un panameño muere de hambre y el 50% de los jóvenes menores de 20 años son pobres. La pobreza golpea al 26 de cada cien panameños en las áreas urbanas, 50% en el sector rural, y más del 90% en los territorios habitados por los grupos originarios

La distribución injusta de la riqueza coloca a nuestra democracia en un punto de inflexión y fragilidad. Contrario a lo que deben ser los principios democráticos de igualdad, equidad y la eliminación de los privilegios.

Este modelo económico vigente, arraigado en un crecimiento económico infinito, acumulativo y derrochador, tiene como contrapartida, la sobreexplotación insaciable de los recursos naturales, que se expresa en la degradación del 60% de nuestras cuencas hidrográficas, la pérdida del 50% de los ecosistemas de manglares, arrecifes de coral y bosques tropicales.

Ello se agrava ante la presencia inequívoca del cambio climático a nivel global, cuyo incremento en la temperatura media, ha sumido al planeta y nuestro pequeño país en inundaciones, deslizamientos, sequías y tormentas tropicales, con una intensidad y frecuencia inusitada, sin antecedentes en el último siglo, que se afecta ante todo, con los grupos más vulnerables y excluidos de la sociedad.

A 116 años de vida republicana

Nadie niega que el modelo económico vigente es un excelente generador de riquezas, pero, tampoco nadie puede negar que, como contrapartida, es una maquinaria insensible generadora de profundas asimetrías sociales, cuya dinámica es antagónica con la regeneración de los recursos naturales, que se cimienta en una relación destructiva del hombre con su entorno natural, en detrimento de un modelo de sociedad más democrático, igualitario y ecológicamente sano. Se trata, visto en perspectiva, de impulsar un cambio de paradigma, que reconozca que el proyecto de nación solo será plenamente exitoso si reconocemos que conservar la naturaleza es un buen negocio, pues ello asegura la disponibilidad de los recursos para el futuro, a fin de garantizar el desarrollo económico y social, en un marco de equidad, justicia y libertad.

Igualmente importante es el rescate y valorización de nuestra identidad, como soporte, y fundamento de nuestra esencia intercultural, dentro de nuestro contexto de diversidad étnica y cultural. Debemos reflexionar sobre un nuevo modelo de vida, es decir, un nuevo proyecto nacional, en cuya matriz deben surgir las profundas transformaciones estructurales que debemos construir y, de esta manera, edificar el porvenir.

Belisario Porras y Dimas Lidio Pittí, en dos escenarios distintos pero trascendentales para la nación, compartieron el criterio: “No olvidemos que la historia está frente a nosotros, y que somos responsables ante nuestras futuras generaciones venideras; que lo que decidamos hoy no nos traiga remordimientos tardíos. Pensemos que, ante todas nuestras ilusiones, está un deber para la patria y para nuestros hijos: el de conservar íntegro el patriotismo nacional que nos legaron nuestros padres”.

MISIÓN Y VISIÓN

Pensamiento Social (PESOC) está conformado por un grupo de profesionales de las Ciencias Sociales que, a través de sus aportes, buscan impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de estas disciplinas.

Su propósito es presentar a la población temas de análisis sobre los principales problemas que la aquejan, y contribuir con las estrategias de programas de solución.

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