Después del horror, brotes de esperanza

  • 14/04/2020 00:00
¿Cómo será el mundo postcoronavirus? La pandemia encontró un planeta avanzado en términos tecnológicos, sin embargo, cuando la humanidad creía que podía controlarlo todo, se pinchó el globo

Se ha repetido con insistencia que la humanidad nunca ha enfrentado una amenaza como la que representa el Covid-19. “Esta será quizá la mayor crisis de esta generación. Las decisiones que tomen los gobiernos y los ciudadanos en las próximas semanas moldearán el mundo durante los próximos años, en lo económico, político y cultural”, dijo en una reciente entrevista con el diario catalán La Vanguardia, el historiador y filósofo israelí Yuval Harari.

¿Cómo será el mundo postcoronavirus? La pandemia encontró un planeta avanzado en términos tecnológicos, más conectados por las autopistas de la informática, armado con arsenales capaces de enfrentar cualquier amenaza, protegido con medicamentos y sistemas sanitarios nunca antes soñados. Sin embargo, cuando la humanidad creía que podía controlarlo todo, se pinchó el globo. Llegó un enemigo invisible que lo pulverizó todo. Desnudó la brevedad y la fragilidad de la vida y encerró a la humanidad, con su prepotencia tecnológica, obligándola a redireccionar sus prioridades existenciales.

No es fácil pensar en el día después confinado, con mascarilla, angustiado porque la enfermedad puede tocar la puerta, entrar como un intruso traicionero y sembrar la muerte. Pero después del brote del horror compartido, debe germinar un brote de esperanza compartida.

El virus de Wuhan, importado desde China, rompió todos los pronósticos de futuro. Puso a la humanidad en la disyuntiva de luchar por sobrevivir e ir auscultando a ciegas un futuro postcoronavirus. Nadie escribe la historia del presente, sino de los hechos pasados. Hacer futurología es engañoso. Peor es promover catatrofismos. Se viven momentos que deben redimir a la sociedad panameña e imponer la urgencia de la cohesión social.

Esta pandemia debería forjar un pacto solidario por la vida. Abrazar otros valores, otras exigencias, otra manera de formarse, de informarse, de conectarse. Otra noción de patria, de hermandad, de vincularse con lo espiritual, con la naturaleza, con el sentido de la existencia y de la muerte.

Porque el ser humano está rodeado de contrastes. De miedos y alegrías, temores y esperanzas, amores y desamores, gustos y disgustos, expectativas e incertidumbres, necesidades y autosuficiencias, silencios y algarabías, soledades y tumultos, aislado y conectado, luces y sombras.

El postcoronavirus debe enseñar a la sociedad a no despilfarrar en asuntos superfluos e invertir en lo que importa. La austeridad forzada por el confinamiento debe crear consciencia de que no es necesario gastar tanto y lo fútil que resulta pensar solo en acumular, porque todo puede deshacerlo un virus.

Son tiempos de apreciar las relaciones sociales, y no verlas solo como una forma de hacer negocios. Buscarle un sentido de complemento a las falencias propias del ser humano. Ser más humanos.

La crisis debe dejar valores en alza, aprender a vivir con menos, apreciar el entorno que rodea a cada uno y recuperar el concepto de “amistad cívica” del que hablaba Aristóteles. Los objetos deben bajar de valor y cotizar al alza las personas. El modo como los panameños enfrenten esta pandemia, que parece una eternidad, marcará cómo será recordado este tiempo.

Winston Churchill dijo en una ocasión que “en la cadena del destino solo se puede agarrar un eslabón a la vez”. Para que las crisis resulten en una espiral de transformaciones debe ejercerse el liderazgo que demanda el momento, en lo nacional, comunitario y familiar. Los cambios provienen de las fuerzas que surgen a partir de las crisis y en el liderazgo que se imponga en la conducción postcrisis.

En este momento la virulencia y duración de la pandemia son incógnitas indescifrables. Pero ofrecen una oportunidad para replantearse la existencia. En el pasado las crisis sanitarias han transformado civilizaciones, naciones y sociedades. Y esta ocasión no debe ser diferente. Todas las batallas acaban, aun las sanitarias. Este no es el fin del mundo, pero sí una advertencia.

Se requiere un esfuerzo colectivo para contener el coronavirus. Es difícil –pero no imposible– pensar que ese esfuerzo tendrá un impulso permanente en el futuro para afrontar problemas pendientes como la desigualdad. El esfuerzo compartido debe estar acompañado de una compensación para los más pobres. Una vez superada la emergencia sanitaria, como sin duda ocurrirá, los efectos del coronavirus no desaparecerán. Habrán dejado detrás decenas de familias panameñas sufriendo el dolor de una pérdida, centenares de empresas y trabajos perdidos. El momento exige el alumbramiento de un nuevo modelo económico. El Estado no debe permitir que la desigualdad se profundice ni que aumente el malestar social.

Se ha hablado mucho sobre cómo cambiará la existencia de los seres humanos el sobrevivir a crisis del coronavirus. La sociedad saldrá más egoísta o más consciente de las injusticias que sustentan el actual modelo económico. Lo seguro es que saldrá más empobrecida.

Además, esta no es solo una crisis sanitaria, es también existencial. El neurólogo y filósofo austríaco Víktor Frakl escribió que “el miedo provoca lo que uno teme”. El coronavirus es un miedo abstracto, difuso, extraño, que no ayuda a pensar bien en momentos en que el individuo necesita sobreponer la razón frente al caos. Aprender a vivir por encima del drama. Colocarse en una posición ilustrada, crítica, pero con sentido de futuro.

Los panameños no deben dejarse vencer por la adversidad, por los obstáculos. No deben permitir que se instale el virus del miedo y la ansiedad en el cerebro –en algunos casos atizado por la pandemia de la información– porque eso baja las defensas, produce un desgaste emocional. El pensamiento caótico obliga al cerebro a segregar sustancias negativas, ocasionando daños profundos al sistema inmunológico. Al cerebro hay que nutrirlo con pensamientos positivos y sustancias bienhechoras que luego se esparzan por todo el organismo. Una práctica saludable es la oración. Hablar con Dios como con un amigo y entregarle las cargas pesadas de la existencia. A fin de cuentas, como escribió el poeta mexicano Amado Nervo, “el alma es un vaso que solo se llena con eternidad”.

De esta crisis los panameños deben salir fortalecidos espiritual y moralmente, conscientes de que la solidaridad y la empatía son tan importantes como las tasas de interés. Son tiempos de crecer como sociedad, descubrir la riqueza humana de los demás, darse cuenta de que el otro existe, con sus gestos, miradas y actitudes que acercan. Estos son momentos de reflexión y de comunicación más serena, de aclarar lo que se da y lo que se espera de la vida, de cambiar el tener por el ser.

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