Durmiendo con un ojo abierto

Actualizado
  • 22/05/2021 00:00
Creado
  • 22/05/2021 00:00
En nuestro país pareciera que algunas fuerzas tratan de repetir constantemente la anécdota infantil para sorprender a incautos y obtener de tal modo algunos objetivos preconcebidos. No olvido que a finales de la década de 1980, los productores de café fueron sacudidos con noticias que anunciaban la inminente llegada de la roya, terrible enfermedad que tiene la particularidad de destruir la hoja, el fruto y el mismo árbol de café.
Durmiendo con un ojo abierto

Recuerdo que en el libro segundo de lectura se aconsejaba no engañar al prójimo, porque de hacerlo se podían suscitar castigos o sorpresas. Se ilustra la conseja con el cuento de un pastorcito de ovejas que para buscar la solidaridad de los vecinos, gritaba con frecuencia: “¡Viene el lobo, viene el lobo!”. Los vecinos salían en su apoyo y por ninguna parte aparecía el lobo. Pero hubo un día en que el lobo apareció de verdad y a los gritos pidiendo auxilio, nadie reacciono en defensa del pastor. El lobo hizo de las suyas en el rebaño y el pobre muchacho fue víctima de su engañoso juego.

En nuestro país pareciera que algunas fuerzas tratan de repetir constantemente la anécdota infantil para sorprender a incautos y obtener de tal modo algunos objetivos preconcebidos. No olvido que a finales de la década de 1980, los productores de café fueron sacudidos con noticias que anunciaban la inminente llegada de la roya, terrible enfermedad que tiene la particularidad de destruir la hoja, el fruto y el mismo árbol de café. Los medios de comunicación y los fabricantes de los productos destinados a combatir la enfermedad saturaron el medio con toda clase de temores. Como buenos samaritanos, los vendedores de los remedios organizaron seminarios y charlas, colocaron letreros, pagaron anuncios y por doquier, el diálogo o cuita de los productores se refería a la necesidad de afrontar con prontitud el mal que corría por los vientos en pequeñas y criminales esporas. La medicina preventiva o curativa debía de aplicarse de inmediato. Se enseñaba en láminas excelentes, a todo color, cómo eran las hojas bombardeadas por la roya y los almacenes agrícolas se inundaron de medicamentos ricos en cobre para dar al traste con enemigo tan mortal. Los productores, lupa en mano, iban de hoja en hoja como mariposas o colibríes, buscando las huellas del polvillo fatal.

De pronto el país se sacudió con la crisis política de los últimos días de los militares en el poder; los productores congelaron el efectivo o circulante que podían tener, los bancos se dedicaron a recoger el dinero prestado y a quebrar las cooperativas existentes, y en las regiones cafetaleras se entró en una etapa de crisis económica tremenda. El resultado positivo de la contracción y del espanto político fue que de súbito se acabó el peligro de la roya. Dada la crisis económica, nadie habló del mal tan devastador, y la roya anunciada y asesina no causó destrozo alguno y desapareció hasta como peligro potencial. Es decir, es posible que produzca en algunos árboles un pequeño resfriado, pero el peligro de la pulmonía anunciada desapareció. Los fabricantes de los medicamentos recogieron, entonces, sus láminas rojizas, dejaron de anunciar el cobre milagroso y el anuncio de que el lobo venía no tuvo resultado apocalíptico alguno.

En otros aspectos, el panameño se convirtió en experto al interpretar noticias, informaciones o amenazas de grandes males que tenían por objeto amedrentar o apaciguar una conducta asumida, oficial o popular, ante los problemas canaleros. Si de pronto se convulsionaba nuestro pueblo y salía a las calles en procura de algunos objetivos patrióticos, siempre llegaba un cable que hablaba de conversaciones del Gobierno de Estados Unidos con los gobernantes de Nicaragua destinadas a estudiar las posibilidades de abrir otro canal usando el río San Juan. Los nicaragüenses en el poder se prestaban, por supuesto, para el chantaje; pero nunca llegó el lobo de la competencia canalera. Y cuántas veces el juego era con un canal a través del río Atrato y se publicaban planos, perfectos estudios de factibilidad y bellas fotografías de la vía fluvial colombiana. En una de esas ocasiones, el rector Octavio Méndez Pereira, cansado de las amenazas del gran pastor estadounidense, exclamó en Los Santos: “¡Qué se lleven el Canal, comeremos dignidad!”, frase que recorrió el mundo y brindó una lección de buen patriotismo a los jóvenes y viejos de aquella época. A pesar de la buena respuesta, los adversarios de Méndez Pereira no estaban de acuerdo con su gastronomía patriótica y advirtieron que la dignidad no se come. El auténtico rector magnífico ripostaba, parodiando a Unamuno: “La dignidad es el único alimento que se consume todo, y de él, nada se evacúa”.

No he podido examinar ni comprender aún cuál es el fin último de las repentinas listas negras sobre lavado de dinero, sobre seguridad aérea o sobre la transparencia y la corrupción, porque son tan sutiles y distintas las marañas y sus manejos que, solo fundado en la experiencia vivida, me obliga a pensar que la buena malicia siempre nos debe acompañar.

Los episodios más recientes que pueden ser pareados con el cuento del lobo se refieren a los epilépticos movimientos contra la seguridad que tienen su asiento en Darién. De pronto, el país es sacudido por el grito del histórico pastor: ¡Viene el lobo!, para referirse a las supuestas agresiones guerrilleras colombianas en perjuicio de la seguridad interior del Estado panameño. Los medios de comunicación y los vecinos de la región denuncian a espacios largos los peligros que confronta la República. El momento lo aprovechan siempre los militares en receso para pedir una vez más un ejército para Darién. A los pocos días, el siempre recurrente ataque epiléptico es superado y la región vuelve a someterse al sopor o a la tibia paz de la naturaleza tan pródiga. Y durante la convulsión esporádica, el plan Colombia se desliza en los altos círculos como una alternativa que podría convertirse en ultimátum.

En verdad, el viejo cuento del niño y del lobo que aprendimos los muchachos escolares del 30 nos ha servido para comprender el poder mágico de los chantajes intermitentes. La historia, por ello, nos obliga a dormir todavía con un ojo abierto. Tiene sus grandes ventajas, sobre todo cuando la epilepsia social se pretende aprovechar para instalar otros paraguas de idéntica y conocida marca de fábrica.

Publicado originalmente el 14 de julio de 2001.

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