Justo Arosemena: su visión de progreso para el siglo XIX

Actualizado
  • 09/09/2018 02:00
Creado
  • 09/09/2018 02:00
La meta del insigne pensador panameño era llevar al país hacia el progreso económico y la dignidad moral. 

EConocido como ‘el panameño más relevante del siglo XIX' y ‘el padre de la nacionalidad', Justo Arosemena no solo dedicó largos años de su vida a luchar por la autonomía política de Panamá; también fue un observador concienzudo de los fenómenos sociales y un estadista interesado en promover políticas de estado adecuadas para sacar al país del atraso económico y la degradación moral en que se encontraba.

El padre de Justo, Mariano Arosemena, ya había denunciado en Apuntamientos Históricos (1801-1849) los problemas de una sociedad carente de estructuras formales para la educación, sumergida en la pereza y el vicio, en el fanatismo religioso: una población que creía en brujas, duendes, almas en pena, aparecidos del otro mundo, posesiones del diablo y hechicerías, y que en lugar de entender la profundidad de la filosofía cristiana, estaba obsesionada por ritos ‘ridículos y extravagantes'.

Su hijo Justo, graduado con un doctorado en leyes y sociología en Bogotá a los 22 años, y empapado en el cientificismo, positivismo, utilitarismo y hasta anglomanía de la época, tenía una mirada ‘más rigurosa que las de los próceres autodidactas y a veces cándidos de la generación precedente', sostiene Alfredo Figueroa Navarro - Oligarquía Urbana y Transformación de Mentalidades en Panamá , 1974-.)

Arosemena (hijo) partía del hecho de que ‘los hombres no son iguales', que sus ideas y sentimientos ‘difieren tanto como sus rostro' y que las más veces ‘no son más culpables de sus opiniones que lo son de su conformación física'.

‘Nadie se equivoca porque quiere. El error es una desgracia, una fatalidad en el hombre de quien se apodera', decía, adelantándose a la moderna sicología que ve la conducta y pensamiento del ser humano como resultado de su ambiente y de sus genes.

Por ello, Arosemena no se quedaba en la crítica, sino que intentaba entender las causas y determinar cómo las instituciones sociales, leyes y políticas de Estado podrían redirigir la cultura y conducta de los panameños, no solo de las clases populares, sino de los patricios, que ‘no estaban dando el ejemplo que debían'.

Su meta era, como la de otros de su época, hacer del istmo un verdadero ‘laboratorio de reformas sociales'.

ANÁLISIS DE LA REALIDAD

Para Arosemena, el problema del país empezaba por la raza: la población de la Nueva Granada estaba compuesta por las tres más indolentes que se conocen, ‘a saber, la indígena, la negra y la española' (Alfredo Figueroa Navarro).

Los españoles eran ardientes, rencorosos, verbosos, lujuriosos, y los indios y negros lo eran al cuadrado. Carecían de voluntad, de laboriosidad, sobre todo si se comparaban con los anglosajones.

Para él, la religión era una causa de atraso. En el año 1821, año de la independencia de España, el calendario católico imponía más de 100 días de asueto, lo que impedía el desarrollo de una ética de trabajo, e imponía la desidia, la holgazanería, el vicio, que tomaban forma en pasatiempos como el baile, la bebida, los naipes, las carreras hípicas, las corridas de toro y las peleas de gallo, que consumían las vidas de las masas.

Otra condición que promovía la indolencia de los panameños era el clima tropical y la fertilidad de la tierra, que fomentaban la pereza, las pocas necesidades y pocas aspiraciones.

Causas adicionales de la condición de los panameños eran producto de la organización social heredada de la colonia: la escasez de capitales, la falta vías de comunicación, las burocracias estatales y los latifundios, que terminaban convirtiéndose en grandes territorios improductivos.

Autodeclarado liberal, para Justo Arosemena ‘el gran hacendado debería cultivar sus tierras. En el caso contrario, merecería ser expropiado y que el proletario agrícola coseche los productos del campo' (Figueroa Navarro).

SOLUCIONES

Para Justo Arosemena, correspondía al gobierno encausar las energías de los panameños hacia lo útil, lo lucrativo, lo científico.

‘Teach what is useful ', decía, convencido de que el atraso reinante era consecuencia de la falta de conocimientos útiles, exacerbada en la propensión de la educación granadina y española de fomentar los instintos y el idealismo sobre el intelecto.

La educación debía combatir los excesos sentimentales, y debía fomentar la razón y la ciencia: ‘... esos libros de imaginación destinados a explotar los sentimientos más tiernos y las pasiones más violentas... Infundiendo ideas exageradas sobre la religión, el amor, la amistad y todas esas cuerdas a cuya pulsación respondemos tan fácilmente porque halagan nuestro orgullo, nos crean un mundo ideal que vanamente buscamos en la tierra'.

‘La novela sentimental es más perniciosa aún que los libros obscenos, cuya inmundia no siempre corrompe el alma, sino que la pone en guerra con la sociedad y con la vida', escribió en sus artículos periodísticos publicados durante su estadía en Colombia.

Arosemena veía en el modelo de practicidad anglosajona un ejemplo y sostenía la necesidad de introducir y fomentar en el istmo el estudio de ciencias prácticas como química, física, agronomía, mecánica, geología, agricultura, minería, botánica, ingeniería civil y la contabilidad.

Tampoco creía que la solución a la ignorancia fueran las escuelas de adultos: ‘Entre nosotros la causa de la ignorancia es la desidia, y ésta no se cura con escuelas para adultos'.

‘Escuelas para los niños: he aquí lo que no debemos cansarnos de promover; pero no basta que las haya, y en tanto número cuanto sea necesario. Aún resta que se hallen bien montadas y que no sólo se asegure su conservación, sino la enseñanza de los alumnos. Esto depende especialmente de los maestros, que basta aquí (séame lícito decirlo) no han sido, en el mayor número de los casos, escogidos con esmero. Verdad es igualmente que no habrá nunca buenos maestros si no se pagan bien; porque ninguna persona dotada de las cualidades que deben adornarlos se prestará a desempeñar tan fastidioso cargo a menos que su trabajo sea completamente remunerado. Esto es, pues, en mi entender, el primer punto que hay que consultar".

LA MORAL

Justo Arosemena también consideraba la moral como básica para el desarrollo pero distinguía dos tipos: la moral privada y la pública.

En cuanto a la primera, se fomentaba solo desde el hogar: ‘la educación, las costumbres, y el buen ejemplo desde la infancia son el único medio de moralización privada. Es muy poco lo que puede hacer en este respecto la autoridad pública'.

Pero, la moral política, o pública (la sobriedad, el respeto al juramento; la obediencia a las autoridades y el mantenimiento del orden público legal; la constancia en el trabajo, la fidelidad en los tratos) podía y debía enseñarse en las escuelas y difundirse eficazmente por medios como la prensa.

‘Son virtudes que fomentan la paz doméstica y el reposo general, mientras que los opuestos vicios son el semillero de todos los delitos, descaminan a la justicia, trastornan el gobierno y hacen imposible toda paz y toda industria'.

‘Es preciso convenir en que la inmoralidad de esta especie proviene más de ignorancia y de principios erróneos que de la fuerza de las pasiones. Por eso tengo mucha esperanza de que se obtenga la moral política enseñándola en las escuelas y colegios'.

Esto se conseguiría por medio ‘del doble procedimiento de debilitar los motivos seductores que pueden inducir al vicio y al crimen y fortificar y extender los motivos tutelares'.

EL PROGRESO MATERIAL GUIADO POR EL GOBIERNO

Para el doctor Arosemena, el gobierno era el responsable de la sociedad, porque dada la falta de interés individual para procurarse los ciudadanos los objetos necesarios a su bienestar material, era este con su poder, con su influencia y su vigilancia el llamado a suplir las deficiencias de sus gobernados. Una de las principales tareas era cambiar el rumbo de la educación pública de manera que aumentaran proporcionalmente los hombres productores y disminuyesen los consumidores improductivos.

Para él no eran necesarios los procedimientos de la llamada ‘consulta democrática', porque, en un lugar donde ‘las masas eran en extremo ignorantes e indolentes era preciso hacerles el bien sin consultarlas'.

Entre otras medidas, para mejorar las condiciones económicas e industriales del país el gobierno debía fomentar la inmigración y dictar otras medidas que engendren los hábitos de las sociedades más civilizadas, que acarrearían nuevas necesidades, que, a la vez, despertarían el espíritu industrial, capaz de satisfacerlas.

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