El maestro Rubén Darío Carles

Actualizado
  • 11/07/2021 00:00
Creado
  • 11/07/2021 00:00
Fue ministro de Educación, gobernador de Coclé, autor de numerosos libros de historia. Su más preciada obra fue “Quiero aprender”, con la que tantos niños panameños se iniciarían en la lectura
El maestro Rubén Darío Carles

En la década de 1970, la ciudad de Panamá era un sitio delicioso para vivir en el que todo el mundo se conocía. La zona de Bella Vista y La Exposición mantenía su importancia como sector residencial, con calles de poco tránsito, rodeadas de altísimas palmeras y árboles copados. Allí vivía, en calle 35, frente a donde estarían después las oficinas de la Alcaldía de Panamá, uno de sus vecinos más queridos.

A sus 80 años, este señor alto, de tez blanca y hablar salpicado de modismos penonomeños mantenía una vida activa y sociable. Se levantaba temprano, a las 5:00 de la mañana. Salía de casa como a las 7:00, y su primera parada era la avenida Central.

“Lo recuerdo claramente con su cartuchito en la mano, caminando de librería en librería, tomando pedidos o recibiendo el dinero que le correspondía por la venta de sus libros”, recuerda su nieto Rafael Carles, hijo de “Melena”.

Su rutina incluía visitas periódicas a Felipe Motta –para comprar su whisky Old Smuggler–, a Icaza y Cía. –para ver a su hijo Melena–. De allí se dirigía a El Baturro a adquirir los vegetales y frutas que le llevaría a su esposa Sixta.

“En las tardes se asomaba a la puerta en pantalones cortos y sombrero, listo para saludar a quienes pasaban por la calle, o recibir a los hijos y parientes que lo visitaban y a quienes solía brindar uno de sus especiales cocteles “Las Pestañas del Abuelo”, recuerda Edgardo Carles, otro de sus nietos.

“Su personalidad era extraordinaria. Todos entre la avenida Balboa y la vía España, desde Calidonia a Bella Vista, lo conocían. Nunca perdió la dulzura de su carácter ni su espíritu jovial. Las señoras y muchachas lo adoraban. Y él se dejaba querer”, agrega Rafael.

Vio nacer la República

Rubén Darío Carles perteneció a esa generación de istmeños que vio nacer la república, que experimentó los dolores de la Guerra de los Mil Días, la llegada de los estadounidenses y la ocupación de la nueva Zona del Canal. Vio al país pasar de provincia olvidada de Colombia a república independiente, llena de grandes sueños y esperanzas.

Nació en Penonomé, el 23 de julio de 1896, hijo de Edilberto Carles y Esther Oberto, comerciantes de origen español. A los 17 años se graduó del Instituto Nacional con un título de maestro de escuela y volvió a su ciudad natal a ejercer como docente, junto a su joven esposa, la también maestra Sixta de Carles.

Durante 15 años trabajó en la zona de Penonomé y áreas vecinas, realizando frecuentes jornadas a las montañas, para sostener amenas tertulias con campesinos. Muchos de ellos habían conocido al Cholo Victoriano Lorenzo (1867-1903), como relatara Carles a la periodista Rosalina Orocú Mojica, en un reportaje publicado en El Matutino. Al joven maestro le interesaba la vida de Victoriano, a quien había conocido de niño, cuando este solía acudir a la tienda de víveres de su familia en el barrio San Antonio.

Carles anotaba los datos narrados por los propios protagonistas y, con ellos, reunió lo suficiente para publicar su obra Victoriano Lorenzo, el guerrillero de la tierra de los cholos (1942), la primera y más reconocida biografía del guerrillero, de la que se han hecho decenas de impresiones y vendido más de 30 mil ejemplares.

Curiosamente, era Carles padrino de bautismo de un joven militar llamado Omar Torrijos, quien como “Máximo líder de la Revolución” usaría el libro para promover la figura de Victoriano como símbolo de la rebelión de los oprimidos.

Victoriano Lorenzo, el guerrillero de la tierra de los cholos fue la primera obra de quien llegaría a convertirse en un reconocido historiador, miembro de número de la Academia de la Historia y autor de A través del istmo, Darién majestuoso, San Blas, La gente de allá abajo y A la sombra del Barú. Todos marcados por el amor por los campesinos y respeto hacia su dura vida en tiempos en que estos vivían aislados en las montañas, sin carreteras ni caminos, despreciados por quienes se creían poseedores de una mejor cultura.

Quiero aprender

De todos los libros que publicó Rubén Darío Carles, sus consentidos fueron los tres primeros, publicados entre 1932 y 1935, la serie Quiero aprender, para niños de primero, segundo y tercer grado, recuerda Gregorio Miró Carles, el nieto número 17.

Con Quiero aprender se iniciaron en la lectura decenas de miles de panameños hasta la década de 1970. Además de las primeras letras, enseñaba principios morales, hábitos higiénicos, respeto a los mayores y sentimientos de aprecio hacia lo nacional. La obra tiene lecturas sobre frutas panameñas, sobre sus campesinos, así como juegos y costumbres de los pueblos del interior, anécdotas jocosas, cantos y poesías.

“Cuando llegué a primer grado en 1968 ya sabía leer y escribir. Había aprendido con el libro de mi abuelo y guiado por él, el mejor maestro del mundo”, recuerda también Gregorio.

Crecientes responsabilidades

La valiosa obra de Rubén Dario Carles fue escrita en su tiempo de recreo, después de las horas de trabajo, mientras iba ascendiendo en su carrera, cada vez con mayores responsabilidades.

Después de tres lustros trabajando como maestro en Penonomé, a los 28 años fue trasladado a la ciudad de Panamá, como secretario de Inspección General de Enseñanza, lo que le dio la oportunidad de recorrer todas las provincias para evaluar las necesidades de las escuelas. Ello le sería de gran utilidad en 1949, al ser nombrado viceministro de Educación y, especialmente en 1951, bajo la presidencia de Alcibiades Arosemena, como ministro del ramo.

Su honradez a toda prueba lo hizo persona ideal para trabajos delicados. Durante la Segunda Guerra fue custodio temporal de bienes incautados a ciudadanos alemanes residentes en la ciudad de Colón. Pasado el conflicto, se alabó su íntegro trabajo al devolver cada uno de los objetos y propiedades a sus legítimos dueños tal y como los habían dejado.

Acabada la guerra, cuando el país se preparaba para elegir a los delegados que elaborarían la nueva constitución de la república (Constitución de 1946), nuevamente fue elegido para una alta responsabilidad por el presidente, que lo colocó como gobernador de Coclé, a cargo de los comicios.

Su último puesto fue el de embajador en Argentina, a partir de 1953, al que renunció por motivos de salud. De regreso a Panamá, debió acogerse a una merecida jubilación.

El que siembra cosecha

“Uno no se muere sino cuando lo olvidan”, dice el dicho. Y Carles sigue viviendo en el recuerdo de sus nietos.

“Su presencia no solo fue la del abuelo cariñoso y dedicado, también jugó el rol de la figura paterna, que educa y cría, que te fija las reglas, que te enseña las cosas que solo se aprenden en casa, y que te da el apoyo y cariño que necesitas”, mantiene Gregorio, quien vivió en casa de los abuelos en calle 35 durante varios años y recuerda con nostalgia ese hogar siempre abierto, especialmente a la hora del almuerzo, al que se sumaban primos, tíos, familiares y amigos.

“Más adelante me tocó partir al extranjero a estudiar. Cuando venía de vacaciones, mi primera parada era la casa de calle 35, donde mi abuela Sixta y el abuelo Rubén me preguntaban por mis estudios y experiencias. Querían saberlo todo”.

“Fueron únicos, y de ellos conservo los más bellos recuerdos y un enorme orgullo”, termina.

De forma parecida se expresa su nieto Edgardo, quien junto a su primo Ricardo Valdés Carles le sirvió de “secretario especial” en la década de 1970.

“Entrando a la universidad a estudiar ambos ingeniería civil, nos solicitó que lo ayudáramos a llevar sus libros a los puntos de venta, las librerías casi todas ubicadas en la Ave. Central y alrededores. Al menos una o dos veces al día debíamos llamarlo para mantenernos al tanto de los pedidos”.

“Como secretarios, nuestro compromiso era buscarlo en casa de calle 35 temprano en el carro Futingo que nos había donado para esta labor. Lo dejábamos en el área de Catedral y desde allá se iba de librería en librería arreglando sus cuentas”.

“Después de varios semestres nos compensó con una mensualidad para ayudarnos en nuestros gastos universitarios”, rememora Edgardo.

Don Rubén Darío Carles murió el 13 de abril de 1981. Hasta el último día se mantuvo investigando y escribiendo. Sus últimos libros fueron La historia de Panamá y su Canal, El canal francés y Los 220 años del periodo colonial en Panamá.

Tras 40 años de su muerte y con motivo de su próximo 125 aniversario de nacimiento, qué gusto celebrar su vida y sus contribuciones a la patria.

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