• 18/03/2014 01:00

Gobernabilidad siglo 21

La gobernabilidad del próximo gobierno dependerá mucho de su manejo del querer del pueblo...

El mundo ha cambiado. La revolución de las comunicaciones finalmente le ha dado a los pueblos el poder. Hoy, gracias a Internet, las redes sociales y las comunicaciones satelitales, los pueblos están más enterados, conocen mucho más de sus derechos y ambicionan más libertad y justicia social que antes. Gobernar un pueblo sometido era relativamente fácil, eso explica las dictaduras longevas del siglo 20, donde los pueblos tenían información restringida por los gobernantes. Pueblos como los de la Unión Soviética, China Popular y Cuba eran mantenidos confinados a su verdad, pero lejanos del resto del mundo. 

Hoy todo cambió. Los pueblos, expuestos a las realidades del resto del mundo, aspiran superaciones en todos los campos, educación, calidad de vida, derechos y libertades. Y en este siglo los pueblos han mostrado ya su intención de luchar por conseguir lo que aspiran. Ya vivimos los cambios en Egipto, Yemen, Libia y hoy el mundo en diferentes regiones enfrenta situaciones delicadas entre pueblo y gobierno. Un enfrentamiento por razón de la política económica a seguir, tiene a Ucrania dividida entre los que aspiran a una mejor relación con Europa Occidental y los que prefieren seguir en el eje ruso de la economía. Curiosamente en medio de la revuelta, la provincia de Crimea, con 60 % de su población rusa, opta por un referéndum y separarse de Ucrania para anexarse a Rusia. La pregunta, para mí, continua siendo la gobernabilidad. Sea lo que sea que pase en Ucrania, cómo gobernar un país donde un alto porcentaje, quizás la mitad, de su población, no quiere seguir un modelo y tener un gobierno impulsando otro modelo. 

El problema de la gobernabilidad en tiempos modernos se irá acrecentando en el corto y mediano plazo. Ya hoy vemos el problema de gobernabilidad en Venezuela, donde una elección democrática arrojó un resultado tan estrecho que el país prácticamente quedó dividido por la mitad. Solo un gobernante capaz de conciliar a las dos facciones en un gobierno de unidad podría gobernar el país, pero mientras se mantenga la división política el país está condenado a colapsar. 

Sin ir mucho más lejos, El Salvador tras su reciente elección parece ir en la misma dirección de ingobernabilidad. La mitad apoya al FMLN y la otra mitad a la oposición. Es predecible que inicien manifestaciones callejeras y hagan difícil, si no imposible, gobernar al presidente electo. Nuevamente, los tiempos modernos obligan a que el gobernante busque un gobierno de unidad nacional, acordando un gran pacto social y temas de Estado que puedan apoyar ambos bandos. Pero, ¿pueden lograrlo partidos tan distantes como ARENA y el FMLN? Panamá, aunque muchos no lo perciban, va en ese mismo rumbo. La oposición tiene en intención de voto una ventaja de 60 % a 40 % al oficialismo. Si por la terquedad de los opositores, no se da una alianza informal, al menos, la posibilidad está del lado del triunfo oficialista. Pero, ¿cómo gobierna un presidente que tenga de inicio 60 % en contra? Ernesto Pérez Balladares ganó en 1994 con 32 %, pero su habilidad de estadista y capacidad política le permitieron formalizar una alianza para gobernar durante el propio periodo de transición. 

Estoy consciente de que los casos de Venezuela y El Salvador son críticos por las diferencias ideológicas marcadas en esos países. En nuestro caso, la ventaja es que no hay diferencias ideológicas. Si resumimos las propuestas de los tres candidatos principales, todos hablan lo mismo. Mejorar la seguridad, controlar el costo de la canasta básica, soluciones de vivienda, soluciones de educación, agua para todos, continuar el Metro, más becas, más subsidios, todos confiados en que la economía seguirá creciendo y es un barril sin fondos para despilfarrar. Este gobierno nos subió la deuda de 11,000 millones a 20,000 y el próximo, si continuamos con esa convicción de que los fondos son inagotables, nos llevará a 30,000, hasta que simplemente el país colapse. Nadie en campaña habla de austeridad, todos de gastar. 

La única diferencia será la que lleve al pueblo a las calles y destruirá la gobernabilidad en caso del triunfo oficialista: la justicia y corrupción. Hay cada día más panameños convencidos de que ha habido derroche de fondos públicos, sobreprecios y coimas. Percepción que se agrava por la falta de una contraloría que rindiera áuditos e informes sobre proyectos de costos millonarios. La clase media está a punto de exigir rendición de cuentas, áuditos e investigaciones serias sobre costos de megaproyectos, donde se espera, de ser encontrados delitos, que paguen con cárcel los que hallan cometido falta. 

Si bien no nos vemos en el espejo de Venezuela o El Salvador, porque aquí no es tema de izquierdas y derechas, todos son derecha, sí debemos vernos en la posibilidad de que estemos legando al ‘basta ya’ de los enriquecimientos ilícitos. Solo hay que ver dónde vivían y dónde viven ahora algunos funcionarios, qué tenían y qué tienen ahora. Lo que es evidente es que esa actitud permisiva de nuestro pueblo, un pueblo que no parece afectarse por la corrupción, por la falta de justicia, por los enriquecimientos ilícitos, está por terminar. Me da la impresión de que el rol de los medios hoy, las presiones internacionales y las propias condiciones económicas a las que rápidamente llegaremos, acabarán con la impunidad. 

La gobernabilidad del próximo gobierno dependerá mucho de su manejo del querer del pueblo, un pueblo más educado, maduro y consciente de sus derechos. 

Mario A. Rognoni

INGENIERO INDUSTRIAL Y ANALISTA POLÍTICO.

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