• 18/01/2021 00:00

Señales de autodestrucción

“A pesar del cambio de Gobierno […] (en EUA), no hay trascendencia en el horizonte de una sociedad que parece autodestruirse irreparablemente. El efecto en el resto del mundo está por verse”

Utilizada en muchos contextos, la conocida frase: “cuando los Estados Unidos estornuda, el mundo pesca un resfriado”, ha perdido el valor o el efecto de advertirnos sobre las amenazas a nuestro bienestar de lo que puede ocurrir en los meses y años venideros. Este miércoles se dará un cambio de Gobierno en los Estados Unidos y ese país, no solo ha estado “estornudando”. Pareciera una de esas enfermedades incurables que ya comienza claramente a deteriorar la salud general de toda esa sociedad.

Es evidente que la autodestrucción es la grave enfermedad de la cual sufre los Estados Unidos. No se puede llamar de otra manera. Con la mitad de la población reafirmando la visión, las ideas y el comportamiento del presidente saliente en materia de supremacía blanca, sectarismo, racismo, xenofobia, etc., y con el asalto al Capitolio en Washington hace unos 13 días, el diagnóstico va más allá de un simple resfriado de invierno.

Hace doce años, enero de 2009, cuando Barack Obama asumía la Presidencia de los Estados Unidos por primera vez, en una columna titulada “La obligación de trascender”, señalé que: “Poca gente discutiría que alrededor del mundo se respira un aire de cambio. Esta atmósfera alentadora se tornó contagiosa y expansiva con la elección de Barack Obama (…). Estos vientos entusiastas han sido bien recibidos después de casi ocho años de incertidumbre colectiva; uno de los períodos en donde el conglomerado social se ha sentido envuelto en un halo de perplejidad frente a la posibilidad de retroceso de la condición humana”.

Del tonito emotivo y medio poético pasé a subrayar que: “Todos los expertos concuerdan en que este periodo de transición entre la era Bush y el tiempo de Obama es difícil y peligroso. La situación económica mundial, específicamente en los Estados Unidos deja poco espacio para celebrar, como un verdadero triunfo de la evolución humana, el logro histórico que representó la elección de Obama. En vez, el futuro presidente se esfuerza por no dejar “caer la bola” en un juego impreciso y delicado que una mayoría en el mundo ambiciona terminar”.

El tiempo de Obama pasó y el sentido social de su ascenso a la Presidencia parecía mantenerse en el imaginario público. De su ejecutoria como mandatario, queda mucho por analizar. Para él y algunos de su Gobierno quedaron pendientes principalmente el tema de la salud pública y los vaivenes económicos que afectaban a los más necesitados. También marcaban en la discusión, pero quizás “no visto como importante” por el común de los observadores, los resultados de las elecciones que colocaron en la Presidencia a Donald Trump.

“No visto como importante”, porque se asumía que una vez Trump tomara las riendas del poder presidencial, su actitud y comportamiento, desde esa perspectiva muy particular a modo de “el hombre más poderoso del mundo”, lo encausarían entre los márgenes aceptables de conducta y funcionabilidad que permitirían que el resto del “sistema” político-estratégico de los Estados Unidos funcionara conforme los grandes objetivos estratégicos de esa nación, estemos de acuerdo o no.

Así como me equivoqué con lo de una sociedad más humana al colocar a un afroamericano en la Casa Blanca, muchos se equivocaron con el comportamiento poselectoral de Trump. La presidencia de Trump ha sido un caos, al punto de que los otros operativos del sistema, los que han tratado de funcionar conforme los objetivos estratégicos, han visto cómo han capitulado las frágiles columnas alrededor de los problemas y temas que todos pensaban resueltos hace mucho tiempo.

No solo se trata de que el presidente Trump desvirtuara completamente las recomendaciones de gente experimentada en muchos de los asuntos, sino de que nadie esperaba (incluyendo los del sistema) que, desde su muy ignorante visión de las cosas fundamentales, Trump causaría preocupaciones serias sobre la posibilidad de una guerra nuclear con Corea del Norte o que afectaría dramáticamente las relaciones con los aliados más importantes de los Estados Unidos alrededor del mundo.

Esos estornudos, de un hombre ruin y desquiciado, y los que se aprovecharon de su cercanía a él para otros fines, trajeron a flote las evidencias de una enfermedad de la cual sufren hoy. A pesar del cambio de Gobierno el próximo miércoles, no hay trascendencia en el horizonte de una sociedad que parece autodestruirse irreparablemente. El efecto en el resto del mundo está por verse.

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