• 20/01/2022 00:00

La privacidad de nuestros pensamientos

“[…] prestando atención al proceso constituyente que vive Chile, nos podemos percatar de que están incluyendo en las normas de su nueva constitución los derechos de los ciudadanos a salvaguardar y proteger su información cerebral”

La relación del ser humano con la tecnología, en la mayoría de los casos y a lo largo de la historia, parte de cierto grado de temor. Porque la tecnología significa grandes cambios.

Pensemos en instrumentos, hoy básicos, como la rueda o el cuchillo, fueron revolucionarios -por usar una palabra que implique grandes transformaciones- para la humanidad. Aunque su surgimiento no fue por generación espontánea, sí provocaron temor al inicio.

Hoy por hoy, no es muy distinto. Lo que ciertamente es diferente es la velocidad con que aparecen nuevas tecnologías, que reajustan el diario vivir en todos los aspectos.

Muchos nuevos instrumentos, recursos técnicos o hasta procedimientos, aparecen como grandes novedades y desaparecen en corto plazo, esto tiene relación directa con el provecho que signifiquen para sus usuarios o potenciales usuarios. Esto quiere decir que hay una causalidad entre la tecnología y su utilidad.

Supongo que se venden cientos de miles de telescopios al año, pero, seguramente la cifra es muchísimo menor que la venta de teléfonos celulares.

Entonces, la primera relación con la tecnología implica temor, en mayor o menor medida. Luego de conocida, la relación se incrementa o disipa, dependiendo de la utilidad.

Ahora bien, cuando saltamos a lo que se conoce como neurotecnología, realmente el impacto es brutal (muy grande). Para quienes la estudian y desarrollan, imagino, es fascinante y un campo infinito. Para aquellos no científicos o neófitos en la materia, es un tema que impacta radicalmente.

No voy a decir que está a la vuelta de la esquina, sin embargo, algo cierto es que la velocidad de los avances tecnológicos es exponencial.

La neurotecnología trabaja en el desarrollo de herramientas que analizan e influyen en el sistema nervioso del ser humano, con un enfoque particular en el cerebro.

Solo como un paréntesis, si fue extraordinario que la humanidad comprendiera cómo funcionaba el cerebro, solo imaginemos el poder entender los procesos de pensamiento y tener la capacidad de influirlos.

Cuántas veces mi generación y las anteriores escuchamos decir a nuestros padres y abuelos, al darnos una lección por no haber prestado atención a algún consejo recibido: “Nadie aprende por cabeza ajena”. Increíblemente, parte de lo que se nos viene encima es la capacidad de alimentar los circuitos neuronales de nuestros cerebros con conocimientos e información generada externamente, incluso con habilidades aprendidas por otros.

Aquí, entra en juego la llamada inteligencia artificial, de la que he escrito en otras ocasiones. En la medida en que el conocimiento del cerebro humano sigue profundizándose, por una parte, y por la otra, el desarrollo de las computadoras es inconmensurable; las “proyecciones” de producir la unión (interfase) entre la mente y las computadoras es absolutamente impresionante.

Todo esto para entender que, en laboratorios de muchos países del mundo, científicos están trabajando, e incluso implementando, en programas que permiten conectar el internet directamente a la mente humana (más internet de las cosas). Naciendo los llamados seres híbridos (inteligencia humana más inteligencia artificial).

Además, y aquí vine la parte del temor, estas tecnologías, también podrán leer e interpretar los pensamientos de los demás. En algún momento, podríamos llegar a saber lo que otros están pensando.

Todo esto, posiblemente, a algún lector le parecerá un poco etéreo o muy lejano, es aquí donde, prestando atención al proceso constituyente que vive Chile, nos podemos percatar de que están incluyendo en las normas de su nueva constitución los derechos de los ciudadanos a salvaguardar y proteger su información cerebral.

Por otra parte, en Europa y Estados Unidos (“NeuroRights Initiative”) ya se habla de los neuroderechos. Difícil saber a qué velocidad avanzan los científicos. Seguramente, mucho más rápido que la capacidad de proteger nuestros derechos.

Por su utilidad, por el bien que puede significar para tantos seres humanos con limitaciones o enfermedades, esto no va a detenerse, seguirá progresando a alta velocidad y, es por ello que hay que pensar responsable y previsoramente.

Abogado, presidente del Grupo Editorial El Siglo - La Estrella de Panamá, GESE.
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