• 19/10/2023 00:00

El conflicto infinito (I): Israel, la única nación judía

El holocausto convirtió el control sobre esta tierra no en un lujo, sino en una necesidad

El pasado sábado 7 de octubre debió celebrarse en Israel la última en una serie de importantes festividades judías. Una que celebra con alegría la lectura anual de los cinco libros sagrados del Pentateuco leyendo sus últimas y primeras líneas: la muerte de Moisés, quien no entra en la tierra prometida y es enterrado anónimamente, seguido inmediatamente con la creación: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”. (Gen. 1:1). Esta continuidad refleja no solo la humildad, el valor e infinidad de la tradición bíblica, pero nos recuerda que las historias del pasado deben ser recordadas, pues, de olvidarlas, pueden repetirse.

En la mañana de ese sábado las tinieblas descendieron sobre la tierra con la más cruel masacre en la historia de Israel, la peor sobre los judíos desde el Holocausto. Además, la historia se repitió pues, ese sábado, se cumplió exactamente 50 años y un día del sorpresivo ataque a Israel de los ejércitos de Egipto y Siria, quienes la invadieron en otra fiesta judía, la de Yom Kipur, el sagrado día judío de ayuno y arrepentimiento. En esta no provocada guerra, en la que Israel prevaleció, fueron asesinados unos 2,800 israelíes. Después de tan duro golpe, consideraríamos una sorpresa como esta no se repetiría como la creencia en que el relámpago no cae dos veces en el mismo sitio. Pero el relámpago cayó nuevamente, esta vez con más fuerza y crueldad.

El objetivo de estos artículos es aclarar algo sobre la confusión que existe en este conflicto. Muchos, demasiados, confunden entre la justa ambición de la población de Gaza por una nación independiente y entre la estúpida, irreal y cruel ambición del grupo terrorista de Hamás en destruir a Israel y aniquilar a cada uno de sus 10 millones de habitantes.

La confusión existe, pues en este mundo todavía existen aquellos quienes se benefician de esta confusión y de la ignorancia. Líderes autoritarios se benefician de un “enemigo común”, de una “causa noble” que, de solucionarse, tornaría el enfoque de su población en contra de sí mismo, descubriendo su propia incompetencia y debilidad. Nada une más a un pueblo y desvía la crítica sobre su gobierno que un enemigo común. Además, la politización de los medios, su adicción por rating y la falta de profesionalismo y objetividad, convierten a los medios en armas de desinformación masiva. En resumen, para muchos Israel es la nación que necesitan odiar.

Para contrarrestar todas estas perversas fuerzas modernas, estimado lector, debe usted de mantener una mente abierta, revisando y analizando cuidadosamente lo que aprende, teniendo en cuenta que los hechos tienen más peso que las narrativas prejuiciosas, por más nobles que suenen.

¿Cómo comienza esta historia? Podríamos comenzar hace unos 3,500 años, pero ese sería un cuento largo. Así mejor avanzamos a mayo de 1948, cuando el ejército británico abandona a este desértico territorio. Entonces judíos de todo el mundo acudieron al llamado de Ben-Gurión a defender a los pocos cientos de miles de judíos rodeados por millones de árabes con deseos de vivir en un Medio Oriente 100% árabe. ¿Qué llevó a un judío neoyorquino, español o marroquí a sacrificarse por extraños en esta lejana tierra?

La respuesta es compleja, una combinación de frustración, tradición y valores. Pero esta comienza, o más bien continua, tan solo tres años antes, en 1945, al detenerse el sistemático exterminio alemán de unos seis millones de europeos, solo por ser judíos. Después de la victoria sobre los Nazis, el mundo entendió la magnitud de la maldad y el precio de la cobardía al hacer demasiado poco, demasiado tarde. Fue esta apatía la que motivó a judíos de todo el mundo a pelear, morir y donar dinero para que la visión de Teodoro Herzl por un “Estado Judío” se convierta en realidad. Ellos entendieron que lo que pasó en Europa podría ocurrir en cualquier lugar, en cualquier momento, como así ha acontecido por miles de años antes. Así, bajo el profesional liderazgo de Ben-Gurión, ellos sacrificaron sus vidas para que futuros judíos puedan, después de dos mil años en el exilio, vivir en prosperidad y sin miedo en esta pequeña franja de tierra, llena de historia y empapada en sangre judía que hasta hoy riega sus olivos, irónicamente uno de los símbolos de la paz.

El holocausto convirtió el control sobre esta tierra no en un lujo, sino en una necesidad. Estos valientes pioneros pelearon para construir una nación de la nada, para poder vivir en paz y poder celebrar el sábado, tal como lo ordena la Biblia, sin restricciones ni amenazas. El holocausto no solo le demostró al mundo la falta de límites de la crueldad humana, sino que les enseñó a los mismos judíos que son capaces de defenderse. Lo más irónico es que el pueblo de Israel ha existido por más de 3,000 años, más que los imperios otomano, romano, persa, griego y británico. En pequeños números y con una mínima erudición militar, ha conseguido mantener su tradición y valores, con sabiduría y valentía. Aun así, existen hoy gobiernos y organizaciones que creen pueden aniquilarlo a pesar de que justo hoy cuenta con un ejército y que cada acción terrorista no solo aumenta su unidad, sino también su motivación por sobrevivir, defenderse y contraatacar.

Estos pioneros construyeron con las palmas de sus manos y el sudor de su frente una tierra protegida, fructífera; fertilizando al desierto en un oasis de prosperidad, tecnología y cultura. Pero ese sábado, el cual será recordado por siglos como uno de sus peores, su poderoso ejército falló. Ese sábado no fue de fiesta ni de descanso. La visión de defensa de Ben-Gurión fue ofuscada por una fantasía de superioridad, de vanidad y de incompetencia.

Hoy, a pesar de haberse firmado tratados de paz y que la mayoría de la comunidad árabe acepta a Israel como una realidad positiva, una muy pequeña y obstinada parte de sus vecinos insiste en continuar con este sangriento conflicto. “En Israel la guerra es como una de las estaciones, hay verano, invierno, guerra”, escribió el famoso dramaturgo Hanoch Levin. La pregunta que todos nos hacemos es ¿Qué más tiene que pasar, cuánta sangre deberá derramarse, para que los líderes de todo el mundo, especialmente aquellos de los no democráticos países árabes, se armen de la valentía necesaria para finalizar este conflicto infinito?

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