• 14/01/2024 00:00

¿Culto a la vida o la muerte?

Muchas manifestaciones señalan la estrecha hermandad entre vida, muerte y amor, todos con anhelo de inmortalidad, y otros consideran que vida y muerte constituyen un continuo

Según Miguel de Unamuno, en su magistral obra “Del sentimiento trágico de la Vida”, ese abrazo trágico entre la vida y la muerte es el manantial que fundamenta toda existencia humana y lo que la lleva sutilmente a la esperanza de su inmortalidad.

Para este insigne poeta y filósofo español, vida y muerte son dos potencias en constante guerra, cuya paz es imposible, sin fórmula de arreglo, pues, se trata de todo o nada, de allí tal vez nuestro temor innato a la muerte o el valor especial que le demos a nuestra vida.

Cómo tratamos este eterno conflicto interno, que en sí cae fuera de la razón, nos llevará, individualmente o como sociedad, a explicarnos el mundo en que vivimos y hasta nuestra propia existencia humana, ya que tanto la muerte como la vida son intransferibles y se reflejan mutuamente en ese espejo nefando de abrazo y contubernio personal mencionado arriba.

Por eso vemos en las distintas conmemoraciones de la muerte y la vida, “un presente en donde pasado y futuro al fin se reconcilian”, al decir de Octavio Paz, en su “El laberinto de la soledad”, penetrante libro del insigne autor mexicano, Premio Nobel de Literatura (1990) y del Premio Cervantes (1981).

Estas rememoraciones universales reflejan las vanas gesticulaciones de esa dicotomía, ya sean recordando héroes nacionales como los 21 mártires panameños del 9 de enero de 1964, recientemente homenajeados en diversos actos, ejemplos de valentía, sacrificio e identidad nacional; o el Día de Muertos, esa tradición mexicana tan reveladora de su idiosincrasia cerrada y solitaria; o en las imágenes del Cristo sufriente y agonizando que abundan en iglesias católicas.

Lo interesante es que todas estas manifestaciones señalan a la estrecha hermandad que existe entre vida, muerte y amor, todos con su anhelo de inmortalidad, que además comulgan con las creencias judeocristianas de la resurrección y otros valores religiosos cristianos que, a pesar de profesar el libre albedrío, solo cobran sentido y significado con su “pecado original” de culpabilidad individual y la necesidad de un sufrimiento personal en este mundo antes de poder llegar a un paraíso celestial después de la muerte, con su carácter sobrenatural y teológico.

Sin embargo, otros pensadores como Friedrich Nietzsche consideran que vida y muerte constituyen un continuo, valorando así la totalidad de nuestra existencia como un eterno retorno. Su filosofía de libertad humana y su ética de responsabilidad individual abogan por una moral de autosuperación y una ética de singularidad fuera del rebaño para darnos el “superhombre”, en contraposición de esa “moralidad de esclavos” cristiana, con sus creencias de sufrimiento terrenal y culpabilidad innata que definen la vida y la muerte.

Ahora bien, en la bendita locura de Semana Santa en Andalucía (España), esas imágenes del Cristo crucificado, doliente y sangriento, como afirmación estética de Su muerte y resurrección, condensan la peculiar fe cristológica del pueblo español para despertar a Dios en sus conciencias.

Ninguna mejor que el Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, excelsa imagen neobarroca de madera tallada y policromada, venerada en Málaga en su Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, talla que trasciende la religiosidad y que se viste de riqueza histórica.

Cada Jueves Santo este Cristo agonizante y sangriento sale de su capilla alzado a pulso por 13 caballeros legionarios de la Legión Española, uniformados con su peculiar camisa verde sarga de cuello al aire y su típico gorro chapiri. Es una ceremonia muy emotiva por su culto a la muerte, siempre acompañada musicalmente por ese famoso cuplé “El novio de la Muerte” convertida en canción de marcha legionaria, cantada a todo pulmón por sus Tercios.

Entonces, ¿Qué vale más: el culto a la vida o a la muerte?

El autor es articulista
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