• 18/01/2024 00:00

esperanza y miedo

En sus libros de autoayuda, Mark Manson expresa ideas que a muchos de nosotros nos cuesta aceptar: somos imperfectos e impulsivos, a veces débiles, tontos y ordinarios. Aunque consideremos que nuestros problemas son únicos, millones más los viven, aunque no todos lidian con ellos de igual forma

En sus brutalmente francos libros de autoayuda, Mark Manson desafía a sus colegas optimistas que la ruta a la felicidad es aceptando a la “verdad inconveniente”: la realidad que la vida es inherentemente difícil, llena de dolor y frustraciones. Mason explica cómo no siempre tendremos éxito o sentiremos alegría, pero eso no necesariamente debe hacernos infelices. Justamente son los dolores y desafíos que dan significado a la vida y nos motivan a avanzar, crecer y desarrollarnos. Él explica esto usando dos traumáticos casos que de joven adulto marcaron su vida, motivándolo a ser la persona que es hoy: el engaño y abandono de su novia y la prematura muerte de su amigo.

Entre sus muchas controversiales ideas, Manson cuestiona nuestras convecciones sobre la esperanza y el miedo. La esperanza es generalmente considerada un sentimiento positivo que nos permite una “felicidad” pasiva, pues de alguna forma u otra, estaremos mejor. Así confiamos en Dios, en nuestros padres o en el gobierno a que nos ayude. Pero la esperanza puede ser un arma de doble fijo, pues en cierta forma nos “paraliza” a esforzarnos y superarnos. Esta confianza ha sido inculcada por lo que él llama “religiones” que pueden ser basadas en una persona, ideal o institución. Por otro lado, está el miedo, que considerado negativo, debe ser evitado. El miedo puede salvarnos al no tomar riesgos innecesarios, pero quizás no tomar riesgos es un riesgo en sí, pues nos limita la posibilidad de una mejor vida. ¿No debería el miedo motivarnos a prepararnos para aquellos riesgos en vez de tratar de evitarlos? El miedo es lo que nos motiva a comprar un seguro aun con la esperanza de no usarlo. Soldados guerreros, al ser entrevistados sobre el miedo en la batalla, contestan que es su dominio (y no su negación) lo que los mantiene alertos y salvos.

Mason expresa ideas que a muchos de nosotros nos cuesta aceptar: somos imperfectos e impulsivos, a veces débiles, tontos y ordinarios. Aunque consideremos que nuestros problemas son únicos, millones más los viven, aunque no todos lidian con ellos de igual forma. Según él, es el “cerebro emocional” el que maneja nuestra vida con el “cerebro racional” tan solo guiándolo sin poder realmente controlarlo y la diferencia es que tan irresponsables sean nuestras emociones. Entonces, ¿cómo podemos lidiar mejor con emociones negativas o paralizantes?

Primero que todo, cambiar nuestra actitud sobre nuestras dificultades. No es suficiente tener la esperanza que todo se arreglará solo, sino que hay que actuar y si esto significa descubrir o tener una experiencia negativa, que así sea. Así como pasamos una dolorosa operación, lo hacemos, pues sabemos al largo plazo, estaremos mejor. Aun en el peor de los casos, existe algo positivo que podemos entender, una nueva lección, un fortalecimiento, una motivación a hacer un cambio que nos permita vivir mejor y no permanecer en un estado estático de “sobrevivencia” con la esperanza las cosas se arreglen solas. Este cambio significa no ignorar el miedo que sentimos, sino afrontarlo y prepararnos para lo peor, pues la falsa esperanza de que no pase puede ser peor. Un estado de ignorante sobrevivencia, aunque cómodo, no es ideal.

Yo personalmente viví un terrible trauma hace unos meses. Antes del incidente viví con la esperanza que no ocurriría y cuando finalmente ocurrió, no estuve preparado, lo que lo hizo peor. Por semanas me sentí débil y destruido. Desde entonces he recuperado algunas fuerzas que no pensé tenía aún antes del mismo trauma, como si hubiera tomado esteroides. Esta recuperación no ocurre sola, sino con mucho esfuerzo, con la ayuda de otros y con una actitud positiva de crecimiento personal, aceptando los errores cometidos y aprendiendo de ellos. Confieso preferiría no haber vivido ese evitable trauma, pero, por otro lado, no lo niego o trato de olvidar. Es más, su diario recuerdo me motiva a fortalecerme para que cuando vuelva a ocurrir (pues está fuera de mi control) estaré mejor preparado para recibir el golpe. Un boxeador no solo aprende a dar golpes o evitarlos, sino también a recibirlos y recuperase rápido para evitar que otros golpes más lo derriben.

En una reciente entrevista, el galardonado tenista serbio Novak Djokovic fue cuestionado sobre cómo ha controlado sus ataques emocionales que por años afectaron su juego. Él contestó que le tomó tiempo entender que él no puede realmente evitarlos (en los que frecuentemente rompe raquetas) sino que se “entrenó” mentalmente a recuperarse rápidamente. O sea, él relegó la esperanza de controlarlos y aceptó son parte de quien es y hasta los aprecia como una motivación positiva para entrenar más y mejor. Este entrenamiento mental ayuda a Djokovic, de 36 años a jugar mejor que la mayoría de sus contrincantes más jóvenes. Estimado lector, en vez de considerar “¿para qué preocuparme?”, o “debo tener fe”, pensemos: “Acepto mi preocupación como la motivación a prepararme, actuar y resolver”.

El autor es arquitecto
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