• 07/03/2024 00:00

Decodificando valores: fanatismo

Opino, los humanos sufrimos de una inseguridad innata que es satisfecha confiando en aquellos a quienes admiramos. De niños admiramos a nuestros padres, pero de adultos esta figura es social, política o religiosa

A finales de los sesenta, los seguidores de un carismático músico americano asesinaron a sus antagonistas. En 1971 este músico fue condenado a cadena perpetua por 7 asesinatos (de unos 24 sospechados) aunque se asume, él, personalmente, no los ejecutó. Un 6 de enero, unos 50 años después, otra manada de fanáticos coordinó un ataque al Capitolio Americano inspirados esta vez, no por un psicópata como Manson sino, por el mismo presidente. ¿Qué tienen estos dos personajes en común? ¿Qué inspiró a estos seguidores a infringir la ley y fomentar el desorden perjudicándose a sí mismos?

Opino, los humanos sufrimos de una inseguridad innata que es satisfecha confiando en aquellos a quienes admiramos. De niños admiramos a nuestros padres, pero de adultos esta figura es social, política o religiosa. También delegamos nuestra confianza en personas atractivas, fuertes, carismáticas, inteligentes o simplemente exitosas, en negocios o socialmente. Las incertidumbres de la vida como ¿lloverá o se me secará la cosecha?, ¿mi jefe me despedirá por mi error?, traen consigo estos pensamientos intrusivos que nos hacen sentir débiles, inseguros y confundidos. Así, para la gran mayoría de nosotros nos reconforta apoyarnos en alguien en quien admiramos.

La admiración en sí es positiva al ser descrita como “considerar a alguien con estima o agrado especiales”. El problema surge cuando esta admiración es ciega, convirtiéndose en fanatismo que, según el diccionario, es el “apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”. La descripción clave acá es “desmedida”, o sea, irracional, no compatible con la realidad. Este fenómeno no es dañino cuando hablamos de estrellas de cines, música quienes tienen sus “fans”, pero sí cuando entrona a locos en puestos altos, controlando la economía, las leyes y a las armas.

Me parece peligroso confiar que un exitoso negociante puede ser presidente o en la recomendación de un actor sobre qué carro comprar. Estas manipulaciones siempre han existido, pero han empeorado con su distribución en masa y están trayendo consigo más conflicto, pobreza y una polarización tan grave que podrá caer en una guerra civil o mundial, de no controlarse.

Perversos siempre existirán. El problema somos nosotros y nuestra inexplicable ceguera de respetar, apreciar y comportarnos según las órdenes o recomendaciones de quienes aparentan carismáticos líderes aun cuando sus acciones contradigan la razón y el sentido común. Nosotros invertimos nuestro dinero, tiempo o voto para elegir a nuestros dirigentes, para que nos guíen sobre qué hacer y como comportamos, arriesgando nuestro futuro y vidas. La criminalidad del holocausto no fue solo la de Hitler (quien personalmente no asesinó a 6 millones de judíos) sino la de los miles de soldados alemanes quienes ciegamente siguieron sus órdenes.

Podríamos racionalizar este fanatismo por cierta persona no por su capacidad o personalidad sino por sus ideas. Muchos apoyan a Trump no por lo que es, sino por las ideas que representa. Pero existen en su mismo partido, el Republicano, líderes más capaces que él y más competentes, pero que menos encajan este moderno modelo popular extremo. Trump es el clásico ejemplo de la negativa consecuencia de las redes sociales que glorifican su comportamiento ofensivo.

Este fanatismo puede ser terrible a nivel personal al nosotros admirar a un vecino que parece agradable, a un familiar carismático o cualquiera persona con la que compartimos mucho tiempo juntos. Esto es común en el ámbito laboral cuando la admiración profesional se convierte en una íntima o sexual, arruinando así sus matrimonios.

Así, estimado lector, en este año de elecciones es importante recordar que nosotros tenemos el poder y capacidad de escoger mejor a quienes admiramos y a quienes depositamos nuestra confianza. Personas inteligentes, agradables o exitosas no necesariamente serán nuestros amigos o les importará sobre nuestro bien. Para esto debemos ser atentos, analizar y escoger con astucia al ejecutor y no al actor, el líder y no al profeta, al responsable y no al benefactor. De no hacerlo pudiera usted convertir nuestro bienestar en uno inestable, incierto y destructivo.

El autor es arquitecto
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