• 22/02/2015 01:01

Reflexiones del panameño Juan Nadie en enero del 2015

A primera vista, Panamá es un país que ha apostado por el crecimiento y el desarrollo. 

A primera vista, Panamá es un país que ha apostado por el crecimiento y el desarrollo. Durante las últimas décadas los Gobiernos han intensificado la labor de mostrar un país moderno y desarrollado: grandes inversiones en infraestructuras, proyectos inmobiliarios más de Manhattan que de un país centroamericano.

Los rascacielos parecen tocar el cielo, en especial, en Ciudad de Panamá, pero si se nos obligase a los panameños a abandonar el vehículo un solo día y a caminar por las aceras y calzadas, hallaríamos ‘el otro Panamá’: huecos por todas partes; aceras abandonadas, suciedad en las esquinas, bolsas de basuras rotas, en definitiva, brillo en las alturas y a bordo de los vehículos de lujo; y sacrificio y desolación para los panameños que no han sido invitados a la fiesta.

La falta de agua potable adquiere resultados dramáticos para numerosos pobladores del país, sobre todo del interior de la República. ¿Cuántos de nuestros compatriotas tienen que acudir a las quebradas o a extraer de los pozos sin las condiciones higiénicas exigibles? ¿Cómo es posible que esto suceda en un país que posee extraordinarios recursos hídricos? Por ello, es impostergable e imprescindible refundar el compromiso de garantizar agua potable para todos los panameños. En definitiva, un contrato social, un derecho constitucional, sin demoras, sin excusas.

Así es la Ciudad de Panamá. Cuenta con una pequeña población que disfruta de niveles de vida propios de la Quinta Avenida de Nueva York o de los Campos Elíseos de París; y solo a cinco minutos, con demostraciones de pobreza propios de los países centroamericanos menos afortunados. Me duele decirlo, pero es así y quien lo niegue solo se traicionará a sí mismo.

Por no hablar del interior del país. Colón es un desastre. La desigualdad social es inadmisible por más tiempo. Cuatro de cada diez panameños rayan en la pobreza. Carecen de los elementos básicos que otorgan dignidad a las personas. Según la CEPAL, algo más del 25 % de la población sufre de pobreza, mientras que el 12 % padece de pobreza extrema.

Las comunidades indígenas registran desarrollos degradantes en numerosas áreas y su cultura no es respetada. Representan el diez por ciento de la población, pero solo son tenidos en cuenta cuando se les pide el voto por el cacique político del área. Su riqueza etnolingüística llama la atención de los investigadores extranjeros, pero pocos panameños del Primer Mundo les sentarían a su mesa, aunque solo sea para escuchar el timbre de sus lenguas milenarias.

Son las heridas del pueblo panameño, esas mismas heridas que nos deberían avergonzar. Pero los panameños miramos hacia otro lado. En eso somos especialistas. No nos agrada reconocer nuestras miserias. Preferimos seguir mirando hacia arriba, a la punta del último edificio donde la cúspide siempre brilla, a la última marca que acaba de desembarcar en el ‘mall’ de moda. Marcas que el Juan Nadie panameño apenas sabe pronunciar, pero eso no importa. Él no está invitado a la fiesta. Él se debe conformar con sortear los huecos que encontrará en las aceras y en su estómago, mientras regresa a su casa después de una larga jornada de trabajo. Él se debe conformar con quienes pregonan a los cuatro vientos que su país es el Dubai de América.

¿Dónde están las promesas de reducción de la canasta básica que se les promete cada cinco años? ¿En qué han quedado? El Juan Nadie panameño acude a los mercados y solo ve cómo el injusto sistema de distribución de los alimentos desde los productores al consumidor (y la codicia de unos cuantos) le ha subido el precio de los alimentos; cada día más. Es difícil para las familias panameñas sencillas llegar con éxito y sin endeudarse a final de quincena. Eso lo sabe Juan Nadie.

¿Dónde están las voces que desde los púlpitos deberían alzarse ante esta situación?

Ante estas muestras de desigualdad social, a Juan Nadie se le calma de vez en cuando con una política de subsidios sociales. Este es el instrumento que los Gobiernos de un color u otro sacan de la chistera de vez en cuando. ¿Cuándo se va a entender en este país nuestro, que la desigualdad solo se combate a medio y largo plazo y con eficacia con una verdadera planificación de la educación, sobre todo con la formación profesional? ¿Dónde están las políticas públicas que reclaman los empresarios más responsables, y que sean capaces de crear los más de doscientos mil empleos cualificados en los sectores de agroindustria, logística, energías renovables y transporte que va a demandar el desarrollo de Panamá en los próximos años?

Juan Nadie, que es un hombre pacífico, empieza a vivir con miedo. Solo en Ciudad de Panamá se registraron en el último año más de 400 asesinatos; El Informe global sobre el Homicidio dado a conocer en Londres en 2014 por la Oficina de las Naciones Unidas contra la droga y el delito informa que en Panamá se cometieron casi 18 asesinatos por cada cien mil habitantes. Es decir, más de quinientos por año. El crimen mueve sus cartas con una facilidad que asombra. No existen políticas públicas que contribuyan al diagnóstico de esta epidemia que, de no remediarse, terminará por convertirse en una pesadilla para las familias, como ya ocurre en otros países del área.

Sobran las declaraciones altisonantes de los gobernantes de turno, y falta el trabajo silencioso de los especialistas en violencia, en crimen organizado. Faltan políticas públicas y consensuadas que faciliten la reinserción de los jóvenes que delinquen por vez primera, es cierto, pero también que castiguen con más rigor a los pobres miserables que han hecho del delito una forma de vida.

Pero hoy, enero de 2015, el Juan Nadie panameño es un hombre que no da crédito a lo que divulgan los medios de comunicación sobre la corrupción política y administrativa. Juan Nadie está escandalizado. Juan Nadie pide que funcionen los tribunales, sin demora, con eficacia, con rigor, con garantías procesales como es propio de un sistema moderno. Pero también exige que no se utilicen estos escándalos para distraer al panameño de los males estructurales que ensombrecen al país, como son los citados anteriormente. Que la justicia funcione, que no se la presione ni manipule, que sea enérgica con los que resulten culpables y que los panameños sepamos lo que ha sucedido, cómo ha sucedido y cuándo.

Los panameños han demostrado en la historia reciente que son capaces de ponerse en pie cuando las circunstancias extremas se lo demandan. Así lo hizo cuando se trató de luchar por la Soberanía del Canal, o cuando algún presidente ha tratado de prostituir las leyes en beneficio propio. O incluso cuando favorece con sus votos la alternancia política cada cinco años, asunto clave para la democracia.

Mucho hay de inteligencia sin aspavientos en el Juan Nadie panameño que se rebela poco, es cierto, pero cuando lo hace es con contundencia y claridad.

Ahora le ha llegado el momento, una vez más. Todo lo que es incredulidad ante los desmanes que se están conociendo, todo lo que es indignación y rabia, todo lo que es incomprensión, lejos de convertirse en desidia y resignación, tiene que transformarse en una fuerza capaz de impulsar la Regeneración Política y Democrática que exige el país.

Y de los partidos en primer lugar. No pueden estar en manos de personas sin escrúpulos, que carecen de toda legitimidad y que se han aprovechado de las pendencias y derrotas para tomar el poder como si de ocupar una finca bananera se tratara. Es imperativo innovar en las formas de hacer políticas progresistas para que se recupere la confianza de los miles de Juan Nadie en Panamá. Para que la democracia funcione tienen que hacerlo sus instituciones. No podemos trivializar el concepto de Regeneración Política, porque en cualquier forma de Gobierno democrático, el verdadero legislador es el pueblo.

Los ciudadanos panameños, y Juan Nadie el primero de ellos, no pueden esperar el paraíso de la política, pues esto no existe. Pero tienen derecho a exigir que se organice un país donde vivir no sea cuestión simplemente de supervivencia e incluso una tragedia para tantos.

MIEMBRO DEL PRD.

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