• 15/06/2021 00:00

Mi madre, mi inquebrantable apoyo

“Mi madre se llevó a la tumba una parte de mí, o, mejor dicho, una parte de mí se fue a la tumba con ella. […]. Creo haber escrito mucho, pero no, como dijo el cineasta Pedro Almodóvar, todo sobre mi madre, mi inquebrantable apoyo”

Nací en el seno de una familia de clase media, en un país donde escasea el pan en muchos hogares; mi madre, una enseñante y mi padre, un funcionario de Teleco, la compañía telefónica estatal. Di mis primeros pasos en Puerto Príncipe, la capital de Haití, creciendo en una casa ubicada a poco trayecto del palacio presidencial que, en aquella época, estaba habitado por un general de imponente estatura, rebosante de vitalidad y cuya reputación era la de ser un amante de las farras.

Hijo mayor de una fratría de dos hijos, mi infancia transcurrió sin grandes sobresaltos, solo interrumpida por la muerte de mi abuela materna, aquejada, creo, de un cáncer de útero. Aquello fue un acontecimiento que sacudió mucho la estabilidad emocional de mi madre, y años después siguió sintiendo esta dolorosa pérdida, manifestándola a través de diversos episodios de llanto y conversaciones varias en las cuales su progenitora ocupaba el centro. Este tema, a pesar de la angustia que le generaba, parecía imposible que lo pudiera esquivar y mucho menos superar, pero lo gestionó a su manera, haciendo valer sus recursos propios. Esta improvisada terapia individual demostró su fortaleza. Pasado un tiempo, volvió a recuperar la normalidad y nos alegramos todos.

Mi instrucción se hizo en algunos de los mejores colegios y mi madre, siendo maestra y armada de mucha paciencia, se preocupó con responsabilidad de mi formación. Aprendí a leer y escribir, a veces sentado en sus rodillas y bajo la atenta mirada de mi padre. Mis padres nos inculcaron, a mi hermana y a mí, unos principios basados en el respeto a los mayores, la sinceridad, la honradez y la solidaridad que nos guiaron a lo largo de nuestra adolescencia y juventud y siguen siendo mis principios. Ambos, cada uno a su estilo, nos reprendían con toda la fuerza y autoridad necesarias las veces que requería el momento.

Nuestra casa era un hervidero de visitas de amigos los fines de semana, donde se jugaba a las cartas, al dominó y disponía de un gran patio, donde algunos se dedicaban al ping pong. Ferviente católica, y devota de san Antonio y de san Judas Tadeo, he visto siempre cómo mi madre cuidaba sus relaciones, de diferente estamento social, y el trato con ellas era cordial, respetuoso, franco y en general desprovisto de acritud. Sus enseñanzas me han sido muy útiles para establecer una escala de valores, tales como la familia, el amor y la amistad. Estas y mi estatus social privilegiado en un país plagado de carencias, han sido motivo de reflexión y parte esencial en mi orientación ideológica.

Cuando acabé mis estudios secundarios y que se optó, debido a la inestabilidad política del país, por enviarme al extranjero para seguir mi formación, fue otra vez un acontecimiento penoso para todos, particularmente para mi madre, quien revivió lo que ocurrió con mi hermana, dos años menor que yo, cuando salió de Haití para establecerse en EE. UU. Parecía, sin serlo, un luto anticipado. Lamentos, tristeza y profusión de lágrimas, que me llegaron a lo más hondo y me hicieron vivir tremendos disgustos. Afortunadamente, mi padre, con su aparente entereza, fue de una gran ayuda para soportar y aliviar en cierto modo mi salida a un lugar desconocido, España, con acentuadas diferencias en lo cultural e idiomático. El contacto con mis padres desde la lejanía fue regular, constante, lleno de atención, comprensión y ternura y recibía muchas cartas de mi madre, en las cuales dejaba transparentar su cariño, su dulzura y su amor, y no escatimaba esfuerzos para estar siempre en el lugar que le correspondía. Cuando murió, víctima de una embolia pulmonar en Nueva York, donde estuvo radicada varios años compartiendo casa con su marido, mi padre, y la familia de mi hermana, sentí el desamparo, la indefensión y desolación que me suelen describir algunos de mis pacientes. Fue para mí un mazazo del cual, a pesar de los años corridos, experimento todavía profundas dudas sobre mi íntegra recuperación interior.

Mi madre se llevó a la tumba una parte de mí, o, mejor dicho, una parte de mí se fue a la tumba con ella. Es verdad que el dolor se ha ido difuminando con el decurso del tiempo, pero hay veces en las que tengo ráfagas de recuerdos de vivencias con ella que me generan una gran turbación anímica. También, en alguna ocasión, me he sorprendido, preso de una gran angustia y desesperación, ante puntuales avatares de la vida, inclinado a formularle algún reproche por haberme dejado tan pronto, como si ella hubiera tenido las riendas de su destino; pero no es así, ya que la muerte es implacable.

Creo haber escrito mucho, pero no, como dijo el cineasta Pedro Almodóvar, todo sobre mi madre, mi inquebrantable apoyo.

Médico-psiquiatra.
Lo Nuevo
comments powered by Disqus