• 27/01/2024 00:00

Recordando a monseñor Pablo Varela Server

Recientemente, falleció monseñor Pablo Varela Server, y la noticia de su partida a la casa del Señor nos fue comunicada por mi hija, lo cual nos impactó. Aunque quizás estuviéramos preparados para ello, no es fácil superar los sentimientos de pérdida y tristeza.

Ciertamente, las palabras de elogio que expresamos hoy en memoria de monseñor Varela pueden parecer desestimables, ya que los sacerdotes, aunque son personas respetadas y amadas en la sociedad y en su comunidad religiosa, a veces son incomprendidos, odiados, y simplemente son vistos como personas distantes que solo prestan un servicio religioso.

Las exequias de monseñor se celebraron el 11 de enero en la Catedral Basílica Santa María La Antigua, presididas por el arzobispo de Panamá, José Domingo Ulloa, y concelebrada por la Conferencia Episcopal Panameña, con la participación del nuncio apostólico en Panamá, monseñor Dagoberto Campos Salas, invitados especiales, la comunidad religiosa y feligreses. Según los testimonios expresados, monseñor Varela tuvo muchas virtudes y valores que son un ejemplo para la comunidad religiosa y para la sociedad panameña.

Monseñor Varela nació el 2 de julio de 1942, en Denia, provincia de Alicante, España. Posteriormente, se trasladó con su familia a La Habana, en Cuba. Estudió en la Universidad de La Habana y luego regresó a España, donde continuó sus estudios en la Universidad de Valencia. Inició su formación sacerdotal en la Universidad Católica de Lovaina, donde se licenció en filosofía y teología. En 1978, en Italia, obtuvo un doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana. Fue ordenado sacerdote en Bélgica en 1970, obispo titular de la sede episcopal de Macomades Rusticiana y obispo auxiliar de Panamá de 2004 a 2019, filósofo teólogo, profesor, rector del Seminario Mayor San José y rector de la Universidad Santa María La Antigua. Su llegada a nuestro país en 1978 por invitación del arzobispo Marcos Gregorio McGrath (1924-2000) nos revela mucho sobre su trayectoria, vocación, capacidad de trabajo y servicio a la Iglesia, aunque no dice mucho sobre su calidad humana.

Conocimos a monseñor Pablo Varela en el año 2004, luego de haber sido elegido obispo auxiliar por el papa Juan Pablo II (1920-2005). Nos encontramos con él en la parroquia San Francisco de Asís de la Caleta, donde tenía su residencia. En ese momento, el padre Manuel Villarreal Núñez era su párroco, y monseñor Varela celebraba la santa misa diaria, dominical y otras más.

Su personalidad enigmática, reflexiva y poco expresiva nos llamó la atención, pero poco a poco, en nuestros encuentros en la sacristía antes o después de la eucaristía, o en otras ocasiones, nos dimos cuenta de su sencillez, respeto, vocación, empatía y del don de analizar, escuchar y aconsejar.

Recuerdo en una ocasión que mis cuatro hijos fueron acólitos y monaguillos en una misa dominical que él celebraba en la parroquia de San Francisco de Asís de la Caleta, y su mirada de complacencia lo dijo todo.

Tuvimos la oportunidad de conocer al sacerdote, obispo, al formador intelectual exigente con sus seminaristas, al que en sus homilías nos ofrecía un análisis profundo, al teólogo y al filósofo, a su gran capacidad de trabajo y vocación, al que tenía en su oficina muchos libros, de la cual en ocasiones fluía música, y más que nada al amigo y consejero espiritual que nos iluminó en el camino de la fe en nuestra vida personal y familiar.

Nuestras pláticas con monseñor Varela y con mi hija Catherine Emelina Muñoz Arango siempre las tendremos presentes, incluso la última que tuvimos antes de Navidad, en la que largamente expresó sus criterios sobre las elecciones que se avecinan y otros temas de actualidad universitaria. Esa última visita queda en nuestras mentes como un momento de remembranzas y de gratitud por nuestra amistad, por las atenciones, por el helado de Guanábana que tanto le gustaba, por un poema escrito en ocasión de su ordenación episcopal (2004), por esos dulces de Navidad; en fin, creo que no le faltó casi nada. Quizás ya se sentía muy agobiado por la enfermedad, pero de seguro que fue el mejor regalo que recibió ese día antes de partir a la casa de Dios, ya que nos dijo: “Han cumplido con visitar a este enfermo”.

Termino mi escrito añadiendo algunas anécdotas que nos expresó el padre Manuel Villarreal, quien por 14 años compartió techo, mesa y mucho más en la parroquia San Francisco de Asís de la Caleta con monseñor Varela, y decía: “Disfrutaba de la eucaristía, tenía amor de madre, era independiente, le gustaba la música a todo volumen, adoraba el zapallo asado, odiaba el nance, y el sábado era el encuentro obligado para disfrutar juntos de la palabra de Dios”.

Hasta luego monseñor Pablo Varela Verder: “Las puertas de la nueva ciudad se abrieron para ti”.

La autora es catedrática de Derecho Penal en la UP
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