• 21/08/2016 02:00

¿Cuál es el propósito de la sociedad?

Requerimos una política económica sensata y responsable

La alimentación y la agricultura simbolizan en gran medida lo malos que somos como sociedad. Porque independientemente de que haya abundancia de comida para muchos, el daño que la agricultura convencional causa al mundo es una buena razón para examinar con sensatez y más allá de la oferta de alimentos, la estructura productiva que existe debajo de la mayoría de las decisiones que se toman a nivel de política económica.

La sociedad en general y los Gobiernos en específico no están pensando las cosas en su justa dimensión. Al no existir una presión suficiente para tomar posturas firmes en todo lo relacionado con la vida, desde la protección del medio ambiente hasta la inequidad de ingresos, hemos permitido que los políticos utilicen la retórica populista para lograr su cuota de poder, mientras la población se afecta y perjudica.

Es evidente que los grandes temas de empleo, igualdad de oportunidades, alimentación saludable, educación y salud, no forman parte de la agenda de Estado y son simplemente ideas de corto metraje. El mundo necesita con urgencia un cambio de enfoque y un acuerdo de principios, específicamente de derechos humanos. El propósito de la sociedad en cualquier lugar del planeta, no es únicamente crear el ambiente para hacer negocios con los donantes de campaña, sino asegurar el bienestar de la población.

Pensémoslo de esta manera. Existen dos tipos de sistemas operativos, los predecibles y los impredecibles. Un reloj es un sistema predecible; sabemos cómo trabaja, para qué sirve, cuándo no funciona y cómo solucionarlo. Pero hay otros tipos de sistemas, como la agricultura y la economía, que son impredecibles y muy complejos, y muchas veces no sabemos cómo trabajan ni cómo ponernos de acuerdo para que trabajen. Tampoco, cuando trabajan mal, sabemos cómo repararlos para que funcionen bien. Por ejemplo, en nuestra agricultura contemporánea, el campo es un ecosistema que ayuda a alimentar a las personas y proporciona un medio de vida a los agricultores. Pero también este ecosistema se ha convertido en un factor de producción que desnaturaliza la tierra, envenena el agua, intoxica a los trabajadores, enferma a los consumidores y beneficia de forma desproporcionada a las empresas que de paso se han enriquecido irresponsablemente.

Esto implica que nuestros principios favorecen a estos últimos y eso tiene que cambiar. La definición de objetivos para una sociedad debe ser una prioridad por encima de cualquier otra. Si tuviéramos un acuerdo nacional para que los alimentos no sean solo una mercancía empacada o la agricultura únicamente un negocio para hacer dinero, sino más bien una manera de alimentar a la gente y mantener el planeta y el medio ambiente sanos para el futuro, podríamos entonces comenzar a configurar un sistema para tal propósito. Igualmente, si tuviéramos claro que el bienestar humano es una prioridad de Estado, entonces la creación de más puestos de trabajo en el interior del país no sonaría tan descabellada.

Por desgracia, incluso si estuviéramos todos de acuerdo, los sistemas complejos no siempre pueden corregirse. Por el contrario, los cambios suelen ser incrementales y los resultados inesperados (lo que no ocurriría con un reloj), por lo que cambiar aumenta muchas veces el grado de incertidumbre. Pero sin un acuerdo sobre los objetivos de la sociedad y sin declaraciones de propósito, vamos a seguir viendo que los cambios no están en el interés de la mayoría. Cada vez más, son las corporaciones y no los Gobiernos los que determinan cómo funciona el mundo. Con lo poco representativo que pueda parecer un Gobierno en este momento, por lo menos sabemos que existen mayores oportunidades para mejorar las opciones de la mayoría, dado que las corporaciones actúan siempre en sus propios intereses. Está demostrado que requerimos más que ajustes para mejorar las condiciones de vida de la gente y que son necesarios acuerdos concretos de principios.

En consecuencia, tratemos de sacarle sentido práctico a todo esto y no depender únicamente de doctrinas obsoletas creadas por personas en siglos pasados y que no tenían idea de lo que lo sería el siglo 21. Vamos con mente abierta a pensar en qué forma podríamos adoptar una política económica sensata y responsable. Las grandes ideas y estrategias sobre cómo debemos gestionar la sociedad y prosperar con el planeta no son un conjunto de normas dictadas desde lo alto.

Desarrollarlas ahora y para el futuro, es un reto importante; y nosotros, como sociedad, tenemos que trabajar más en ello. Porque nadie lo va a hacer por nosotros.

*EMPRESARIO, CONSULTOR EN NUTRICIÓN Y ASESOR EN SALUD PÚBLICA.

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