• 02/05/2012 02:00

50 años de festivales de cine

El Cine Club del Instituto Nacional tenía un pequeño local, bajo la escalera a un costado de la rectoría del plantel y antes del aula de...

El Cine Club del Instituto Nacional tenía un pequeño local, bajo la escalera a un costado de la rectoría del plantel y antes del aula de la profesora Meneses. En ese minúsculo espacio donde todo se planeaba, sólo a Morgan se le pudo ocurrir organizar un festival con películas, primero suministradas por las distribuidoras locales y luego por las embajadas acreditadas en el país y en la región.

Roberto tenía esa facultad de mirar las cosas un poco más allá. Su afición por el séptimo arte, le hizo fundar un grupo con estudiantes que veía materiales de las escuelas cinematográficas de moda en la época —finales de los 50 y comienzos de los 60—. El neorrealismo italiano, la ‘nouvelle vague’ francesa, el Bergman sueco y el periodo de transición del cine mexicano con Ripstein y el Indio Fernández.

Al salir del colegio, él dejaba los cuadernos en su casa en calle 18 y avenida Central y nosotros, el grupo de adeptos a este arte-técnica, íbamos al Central o al Cecilia, porque allí esta especie de hermano mayor trabajaba medio tiempo en la entrada y luego de ver los estrenos o aquellas películas europeas que un día a la semana pasaban en el último, en el Napoli comíamos pizza y discutíamos lo que se había visto en las pantallas.

Cuando ingresé al Instituto, ya el festival de cine tenía un par de años de haberse iniciado. Cada año, había una selección con los aportes de las embajadas de Francia, Japón (con filmes de Kurosawa y Shindo), Polonia, Argentina, México, entre otras y se escogía una sala en donde, por una semana o más, se estrenaban cintas que, en tiempos normales, era poco probable que se pudieran conocer.

Siempre hubo cintas rusas, por lo general clásicas; el Hamlet, de Kozintsev, por ejemplo. De igual manera los materiales polacos, Manuscrito encontrado en Zaragoza, así como de otros países que estaban detrás de la ‘cortina de hierro’, pero que tenían una industria muy sólida. Y películas cubanas de Gutiérrez Alea y también, Cecilia Valdés.

Era todo un espectáculo y la prensa se daba gusto con artistas y directores que venían, como Pilar Pellicer y Katy Jurado. Cuando visitó el país Isabel Sarli, algunos tabloides aprovecharon su figura para desplegar esa sensualidad en el contexto de los escenarios ‘tropicales’, mientras el empresario celosamente cuidaba sus intereses.

Roberto se graduó y fundó el Cine Club Panamá, con el que dio un carácter más adulto al festival. Todavía organizó esta celebración por unos quince años, con altas y bajas y legó un ejercicio cultural sobre un producto potencialmente útil para asociarlo al turismo y manejado por estudiantes de un colegio secundario.

Su carácter dicharachero le abrió muchas puertas y gracias al apoyo de condiscípulos, como los hermanos Quirós, César Villarreal, la infaltable Malena Nicosia y profesores que siempre daban consejos atinados y llenos de experiencia, Soler, Ferguson, ‘Macumé’ Argote, Pinilla, el rector Ríos, entre otros, el festival navegó por un sendero de mucha enseñanza artística.

Hoy, a cincuenta años de distancia, aunque es otra realidad y el cine ha avanzado mucho, igual que el mundo y la tecnología sobre la que se basa, parece que poco hubiera cambiado el panorama.

Momentos como estos que vive otra generación, traen al recuerdo la semilla que sembró Roberto Morgan con un grupo de ‘pelaos’ que comprendió las perspectivas que este arte podía tener en nuestra sociedad y que fue reconocida en la noche inaugural del Festival Internacional de Cine de Panamá con el aplauso de una audiencia afectuosa y agradecida.

PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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