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El Extremo Oriente es, para Panamá, un espacio geopolítico natural, con mucho porvenir. Primero, porque compartimos las riberas de la gran cuenca del Pacífico. Luego, porque sus países representan el segundo usuario del Canal. Tercero, porque es una región de gran pujanza económica, tecnológica y educativa (por ejemplo, sus alumnos ocupan los primeros lugares mundiales en pruebas PISA). El año pasado publiqué artículos sobre Panamá y China Popular y también sobre Japón, ambas potencias con las que debemos tener muy buenas relaciones. Ahora añado uno sobre Panamá y Corea, país con el que tenemos ya una larga historia de relaciones, y, sobre todo, un futuro que esperamos sea extraordinario. Comienzo por situar a Corea, en su real dimensión histórica.
Corea, potencia con 52 millones de habitantes, que permaneció durante siglos más bien impermeable al mundo exterior, fue invadida por Japón en 1910 y la terrible ocupación duró hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Para cumplir los acuerdos de Yalta (1945), la Unión Soviética ocupó la mitad del territorio, Corea del Norte, y Estados Unidos ocupó Corea del Sur, que se declaró república independiente y democrática en 1948. Kim Il-Sung (1912-1994), líder comunista de Corea del Norte entronizado por la Unión Soviética, proclamó en 1948 la República Popular de Corea y lanzó el 25 de junio de 1950 la invasión de Corea del Sur. Fue la Guerra de Corea en la que se involucraron las Naciones Unidas bajo la égida de Estados Unidos, mientras que la China Popular apoyó a los norcoreanos. La conflagración duró tres años y después de duros combates, Estados Unidos recuperó el territorio hasta el paralelo 38, frontera actual, antes de que la superpotencia pensara utilizar el arma nuclear, como lo sugería, sin éxito, el general Douglas MacArthur (1880-1964). Conflicto que duró hasta que se declaró el armisticio en 1953 que fija en Panmunjom la frontera de separación de los dos países.
Corea del Norte, con 26 millones de habitantes hoy, adoptó una línea dura bajo la ideología “suche” y fundó una dinastía comunista, suerte de monarquía hereditaria con tres individuos, padre, hijo y nieto, que se sucedieron a la cabeza del Estado, que militarizó hasta el extremo y empobreció demasiado el país que sufre terribles hambrunas y una permanente represión de opositores. Mientras tanto Corea del Sur, bajo el liderazgo de Syngman Rhee (1875-1965) desde 1948 hasta 1960 y tras un período de agitación política y de dictaduras que terminó en 1988, se convirtió en un país próspero, industrial, desarrollado, democrático, en uno de los tigres del Asia, en potencia marítima del Pacífico con grandes astilleros, entre los mayores del mundo, con gente que apuesta por la educación de la más alta calidad. En 1972 ambos países firmaron un acuerdo de reunificación, pero el proyecto no ha prosperado como ha sucedido con Alemania a la caída del muro de Berlín en 1989. Corea del Norte, convertida desde hace pocos años en potencia nuclear, continúa todavía amenazando a la región, lo que ha provocado la alarma en Japón, en el Pacífico norte y en realidad en toda la comunidad internacional.
Estado moderno, de alto ingreso, una administración pública verdaderamente profesional y un excelente cuerpo diplomático, aunque tenga una democracia liberal sólida, el panorama político de Corea del Sur ha sido turbulento hasta este año. Roh Moo-hyun, presidente de 2003 a 2008, se suicidó mientras era investigado por corrupción tras dejar el cargo. Su sucesor, Lee Myung-bak, fue condenado a 15 años de prisión por corrupción. Su hija Park Geun-hye, primera presidenta de Corea, fue destituida por la Asamblea Nacional por tráfico de influencias. Fue condenada a 24 años de cárcel por corrupción y abuso de poder, luego indultada. El 14 de diciembre de 2024, el presidente Yoon Suk-yeol, fue destituido por la Asamblea Nacional tras su declaración ilegal de la ley marcial. Después de cuatro presidentes interinos, el 4 de junio de 2025 asumió como presidente de la República Lee Jae-myung al vencer en elecciones anticipadas. Corea del Sur nos ofrece el ejemplo de que la corrupción pública hasta en el más alto nivel puede ser duramente castigada.
Corea y Panamá establecieron relaciones diplomáticas el 30 de septiembre de 1961 y desde entonces han mantenido vínculos estrechos que deberían reforzarse. Corea posee, por su dimensión (PIB), la 14 economía del mundo, es el quinto usuario del Canal y cuenta con un Tratado de Libre Comercio (TLC) con cinco países de América Central, incluyendo a Panamá, que entró en vigencia el 1 de marzo de 2021. Hay al menos 18 importantes empresas coreanas en Panamá.
Después de cinco años de ausencia casi total de Panamá en el escenario internacional, afortunadamente el presidente José Raúl Mulino decidió regresar al lugar natural que nos corresponde como pequeña potencia geopolítica. Sabía, por formación y experiencia, que nuestro país, por su tamaño, su idiosincrasia e historia, depende en su mayoría para su seguridad y prosperidad del mundo exterior. Sabe que la diplomacia moderna necesita cada vez más de encuentros presidenciales y en sólo un año los ha multiplicado, tanto en América como en Europa (República Dominicana, Paraguay, Uruguay, Argentina, Colombia, Perú, Nueva York, Francia, Suiza, España, El Vaticano, Italia). Ojalá lo haga también en el Extremo Oriente, al visitar, primero, Japón y Corea del Sur, dos aliados poderosos de Panamá, para reforzar la amistad recíproca. Japón debería adherirse pronto al protocolo del Tratado de Neutralidad del Canal y reafirmar así el respeto de nuestra soberanía sobre la vía interoceánica.