• 13/12/2012 01:00

El nefasto legado de un empresario presidente

Ni siquiera porque las conciencias más duras e irreverentes hacen un alto en diciembre, para mostrar algo de sensibilidad humana, la adm...

Ni siquiera porque las conciencias más duras e irreverentes hacen un alto en diciembre, para mostrar algo de sensibilidad humana, la administración del empresario presidente cesa en su afán de abrir frentes por todos los espacios del espectro social.

Un cuerpo como el de los bomberos, cuyo reconocimiento generalizado de la ciudadanía admite que se trata de gente dispuesta hasta el sacrificio de dar su vida para proteger a sus semejantes en casos de siniestros, tuvo que apelar a una huelga de hambre porque no sólo se regatea su derecho a un salario digno, sino que en un acto ilegal, de injusta barbarie, se pretende prohibir que luchen organizadamente.

Mujeres que son madres y padres, trabajando como cocineras, o buhoneras, sufren la persecución de los estamentos oficiales, las primeras tienen que llorar frente a las cámaras de televisión para que se les recoja la basura que obligaron al cierre de sus puestos de trabajo, mientras a las segundas se les desaloja de sus humildes estancos desde donde procuran el sustento para sus hijos.

Empobrecidos pescadores de la costa pacífica, en las provincias centrales, sufren en carne propia el abuso de funcionarios que, premunidos de su condición de parientes cercanos del primer mandatario, han visto esfumarse su fuente de trabajo. Privados de las adecuadas condiciones, no han podido establecerse en un moderno mercado del marisco en Farallón, que parece condenado a ser un monumento a la desidia y al derroche gubernamental. La expulsión de sus casas y terrenos pende sobre ellos como espada de Damocles.

Agricultores de todas partes del país son golpeados por los rigores de la naturaleza, y padecen las consecuencias de un tratado de libre comercio, que es la ley del embudo: Lo ancho para los productores estadounidenses y lo angosto para los panameños.

Indígenas de nuestras montañas que han dado su cuota de muertos, ciegos o tuertos, víctimas de la salvaje represión de las huestes policiales, por el delito de defender el patrimonio de los suyos, son amenazados por los depredadores del medio ambiente que lucran de la proliferación de hidroeléctricas y proyectos mineros que envenenan las aguas de sus ríos y quebradas. Son ejemplo vivo de este crimen de lesa humanidad.

Voluntarios rescatistas y recolectores de basura se suman a la larga lista de humildes compatriotas, víctimas de la discriminación salarial, por quienes sólo se preocupan por aumentar a aquellos que son utilizados como agentes propensos al abuso en tiempos electoreros.

Maestros rurales, que laboran en áreas de difícil acceso, reclaman el pago a tiempo de sus emolumentos, porque la educación no está precisamente en las manos idóneas de un docente.

Miles y miles de panameños carecen de agua potable para alimentarse y resolver sus necesidades inmediatas. Muchos miles más condenados a malvivir los últimos días del año, porque fueron rigurosamente penalizados por desastres naturales, al adquirir viviendas en proyectos inmobiliarios concebidos, no para resolverle un techo a los ciudadanos desprovistos de recursos, sino para lucrar irresponsablemente de casas baratas, mal construidas, porque la necesidad de los pobres es oportunidad de pingües negocios por los desalmados promotores de la bellaquería.

Y la lista de frentes antipopulares abierta por el nefasto transitar de un empresario presidente, le hace daño a esa empresa privada seria, decente y honesta, que convive en esta sociedad. Moradores de Panamá Viejo amenazados con no indemnizarlos al expulsarlo de moradas habitadas durante casi un siglo. Usuarios de un decadente sistema de transporte, cuyas modernas unidades no satisfacen los requerimientos de la población cada vez más creciente. Periodistas, dirigentes de gremios profesionales, perseguidos por dueños de medios afines al oficialismo, que no ven con simpatía ni la sindicalización de estos trabajadores, ni su colegiatura producto de una formación académica. Como triste colofón, el empresario presidente metido ahora a publicista, satura la propaganda que... ‘vamos bien...’, pero con jota; y un ‘crecimiento’ que lo mantiene gordo a él y al cerrado círculo de los suyos, mientras los pobres cada día son más pobres.

PERIODISTA.

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