• 17/08/2013 02:00

En memoria de Nagasaki y de la tía Marita

La tragedia de Nagasaki revive en mi memoria cada mes de agosto cuando recuerdo la anécdota de mi madre, quien con mi tía bisabuela Marí...

La tragedia de Nagasaki revive en mi memoria cada mes de agosto cuando recuerdo la anécdota de mi madre, quien con mi tía bisabuela María Vda. de Contreras —conocida como Tía Marita—, recorrían los trillos de Llano de Bichal en Chiriquí, recogiendo firmas para evitar que se volviera a repetir el ataque atómico sobre Hiroshima y Nagasaki.

Corría el año de 1947 y seguro que eran muy pocas las imágenes del infierno vivido por las gentes que habrían llegado hasta Chiriquí y menos aquellas —que en el medio de la nada— se conmovieron por los horrores de la guerra. Hoy, al igual que mi madre, los sobrevivientes de la tragedia de Hiroshima probablemente tendrían 74 años.

Han sucedido la suerte de sesenta y siete años de aquel fatídico agosto cuando los Estados Unidos deciden terminar la segunda guerra mundial arrojando la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki. Cerca de 75,000 de los 240,000 habitantes de Nagasaki murieron de manera instantánea por el estallido de la Fat Boy.

Las secuelas resultantes de la radioactividad terminaron matando a un doble de las muertes por el estallido de la bomba. La mayor parte de los muertos fueron civiles, que se encontraban en las calles y en la intimidad de sus hogares. Los sobrevivientes terminaron discriminados y llamados ‘hijos de la bomba’ o ‘Hibakusha’. Ellos eran reconocidos por la falta de cabellos. Eran aislados y discriminados cada vez que se acercaban a los sitios de expendio de alimentos o medicamentos. Los que no fueron muertos por el bombardeo terminaron aniquilados por el desprecio y miedo de aquellos que no fueron muertos por la radioactividad letal producida por el estallido de la bomba.

En lo personal, la reflexión sobre la participación ciudadana en la concienciación de temas ambientales, humanitarios y políticos es uno de los asuntos que más llaman mi atención. María Vargas Vda. de Contreras fue una mujer fuera de la serie. Francisco Changmarín en una entrevista inédita hace dos años la recordó con nostalgia y la llamó la ‘Nieta de Victoriano’. Tal vez por su beligerancia, su porte indígena y su hablar firme.

La tía Marita fue maestra, educadora y un agente de cambio en la comunidad. Trajo no solo a visibilidad la bomba atómica en Llano de Bichal, sino también las bombas de ariete hidráulico. De la voz y la mano de ella llegaron a las sabanas chiricanas caminos, escuelas y educación; esta última como fórmula para salir de la ignorancia y la pobreza.

En sus años de juventud y motivada —por la viudez prematura— milita en el partido comunista, logrando también articular el movimiento sindical entre los trabajadores del banano en la región del Barú. El Sindicato Bananero del Barú debe probablemente su origen al trabajo anónimo de esa mujer chiricana. Marita también apostó a rebasar la pobreza a través de la educación —opción que encontró en su contexto temporal— las más acérrimas oposiciones sociales y políticas.

Corrían por estos años los vientos anticomunistas y en pleno apogeo de la persecución política el tema de la opción socialista era casi pecaminoso. Tras la Revolución de Octubre en Rusia, el comunismo marxista quedó principalmente asociado a la Unión Soviética en la imaginación pública (aunque había muchos marxistas y comunistas que no apoyaban a la Unión Soviética y sus políticas). Como resultado, el anticomunismo y la oposición a la Unión Soviética se hicieron prácti camente indistinguibles, especialmente en política exterior y las tierras chiricanas no fue excepción.

Las tierras chiricanas y las sabanas veragüenses reciben la influencia intelectual de aquella elite exiliada de la guerra civil española —también resultado de los tiempos—, teniendo con poderosa influencia en la formación política de ese grupo de panameños desde la Escuela Normal de Santiago.

Como siempre en las historias de participación social y cambios políticos, las fuerzas de poder optan por la represión de las voces que denuncian injusticias y genocidios más cuando estas son contracorriente. A pesar del tiempo y el olvido éstas se elevan y vuelan sobre las décadas y la memoria de las gentes.

El eco de la voz de la tía Marita se eleva sobre la muerte de miles de aquellos muertos por la guerra —así— el legado y la memoria de María Vargas, mujer, viuda, educadora, comunista, sindicalista irrumpe mi memoria. Hoy me sumo a su voz ronca y profunda que repite: ‘No olvidar ni permitir otro Nagasaki’.

ARQUITECTO.

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