Así se vivió el emotivo funeral del papa Francisco. El evento reunió a mas de 200.000 personas en la Plaza San Pedro, con la presencia de 130 delegaciones...
- 16/09/2012 02:00
PANAMÁ. Bajo un sol que empieza a picar sobre los balcones de colores, una hilera que se dibuja en la cuadra como un cable de alta tensión, regué de fondo y ropa colgada alrededor, Chenta ralla coco y Calitín se fuma el bate mañanero que le quita la pereza. Son las 9 y la bulla se toma la calle 14 de Santa Ana.
Entre los caserones de madera medio podrida, Chenta, la señora morena y gruesa que hoy despertó con un beso a sus hijos para darles chorizos y tortillas de desayuno, está sentada en la puerta de su casa, con las piernas abiertas alrededor del balde donde cae el coco para el pescao y arroz del domingo. Escucha gritos y suelta todo. El zaperoco se mezcla con la voz de Prince Royce, que todos escuchan en la cuadra.
—¡Yoselineth, Yoselineth! Sal, ven acá que te estoy esperando —grita a todo pulmón Belén—. Eres la chucha de su madre que se está comiendo a mi marido. ¿Por qué no bajas? ¡Ven acá que te estoy esperando!
Es una mañana más en el gueto, donde habitan mujeres de actitud retadora que sueltan puñete con la vida pa’ poder sobrevivir. Son las racatacas, esas que para recoger un sencillo y retener lo suyo tienen que camaronear bien duro.
Y esto no es secreto. Cualquier caminante desprevenido que recorra la vía Calidonia-Santa Ana descubrirá ‘‘el ritmo’’ de sus féminas y sabrá cuál es la que e’.
Lo entiende el que escucha los gritos de Belén, una chola morada que al hablar le gana espacio a las ondas hertzianas con la música de Prince Royce. Lo entiende Katiushka, que baja el volumen de la bachata a todo meter, para no perderse el ‘‘pleque pleque’’. Belén se remenea con un pantalón corto, jeans y franela, parece salida de esa canción de El Boys C: esa ‘‘guial del gueto’’. No se deja de nadie y si tiene que tirar la mano por su macho Betito, lo hace sin aculillarse. Es que en el patio limoso guerra es guerra.
¿Cómo? Quien ha vivido aquí, donde la gente se la juega pa’ echar pa’ lante y experimentó en carne propia esos momentos de parking con los manes y las guiales, saben la respuesta. Una intromisión por los submundos coloridos y teatrales, lo muestra.
SOY RIRRI, SOY PAY
—Oye mami, psss, mami, ¿todo eso es tuyo?
El piropo parece salido de un regué, y hasta tiene la misma entonación. Puede aparecer a cualquier hora en cualquier esquina vaporosa de la ciudad de Panamá, pero en este caso lo inspira el suculento caminar de la polla del licra rojo, pantalón que resalta el backside que modela con mucho orgullo Mitzury. Uno la ve bailar al caminar sobre esas Converse mientras ofrece chance clandestino por la calle 15, justo a la hora del enfrentamiento entre Belén y Yoselineth. Entre más la piropean, más pecho y nalga saca, y los grandes aretes dorados tambalean. El único que no se inmuta ante tal remeneo es su impecable cabello negro, alisado por la plancha. Si alguna osa mirarla, la frentea:
—¿Cuál es tu problema? ¿Tengo algo tuyo? ¿Ah? —dice y como su rival temporal calla, Mitzury sigue. El oro que cuelga del cuello refleja los rayos del sol que abraza a Calidonia, y destella en sus manos de guerrera.
—¿Cuál es tu problema?
Repite, levanta los brazos como en alabanza y la camisa troquelada se suelta y deja al descubierto parte de la panza. Alza el mentón, quiebra la cintura, da media vuelta y vuelve a lo suyo.
No sabemos por qué ni de dónde viene esa teatralización que seduce. ¿Será para gritar que están vivas, ahí, y seguirán así? ¿Será que es un mecanismo de defensa? ¿Será para que las escuchen? ¿Será la forma de sobrevivir? De lo que no hay duda es de que se hacen notar.
Están ahí, como Mitzury, retadoras, que no es lo mismo que chacalita pero ambas se anidan en los mismos patios limosos, pues tienen mucho que ver con la falta de ‘‘un buen chantin y un refín saludable’’.
Aunque solo vaya a pagar el club de mercancía en El Titán o solo sea a la calle Central, Mitzury ‘‘la bebe calidosita’’, como la conocen en Facebook, permanece talladita. Todo combinadito.
La cosa es así: aunque no haya para comprar Chanel o Dior, las habitantes de nuestros barrios no descuidan su estilo. Colores llamativos, piezas troqueladas y accesorios grandes, que ahora son última moda, no faltan en sus armarios.
SALTANDO GARROCHA
Las racatacas no son solo de El Chorrillo y Curundú. Las valientes, de estilo folclórico, florecen de la mano de la pobreza y habitan en Las Tablas, Darién, Bocas del Toro y cualquier sitio donde haya escasez. Allí aparecen, desafiantes, esas damas a las que no le importa armar su espectáculo en media avenida para enfrentar a la que se meta con lo suyo.
Con la misma fuerza que dan batalla, entregan corazón: el gueto es un lugar habitado por gente que siempre te va a tirar la toalla. Las racatacas se pueden sacar la madre por el marido, pero van a garantizar que nunca te falte nada si es que hay en su alacena.
Aunque, claro, cualquiera que las vea así, altivas, erguidas, al acecho por Barraza, San Joaquín, Callejón Martínez, La Feria, puede sentir miedo. Ellas no lo mostrarán jamás. ¿Miedo? ¿Quién dijo miedo? Sueltan patadas y palabrotas a la que mire a su marido o al que se meta con sus lapecillos. Y estos lapecillos saben que no pueden llegar a la casa llorando porque el amiguito le pegó. ¡Qué! La madre los halará de la camisa y los devolverá al ring.
—Chitín, donde vea que te dejas pegar... ¡te pego yo!
Dice Yoselineth a su hijo de 8 años al salir de la casa. Chintín sube los hombros y trata de seguir camino. Es probable que deje que Estebín le pegue: son garras, panas, uno le cubre la espalda al otro. Parquean todos los días y le tiran piedras a Chenchito, que vende duros, de esos sabores que hacen que se te agüe la boca: arroz con piña, culei (cool ice) rojo y de naranja.
En lo de la señora Chenta las mujeres miran la escena y dejan de hablar. Sentadas en la puerta, con el coco rallado para la comida dominguera cayendo en el balde, Calitín apaga el bate mañanero y Kathia ya no le pregunta nada a Zelibeth.
El revulú de los pelaítos viene desde atrás, cuando Yoselineth pilló a Estebín pegándole a su cría.
—¡Oye qué es lo que te pasa, por qué tú le pegas a mi hijo!— reclamó.
—Estamos birriando y la bola se le fue, le dije que si se le iba, le metería un coscorrón— alegó el niño.
—¡No! Pégale Chitín, pégale o te meto un trompón— dijo la madre indignada.
Yoselineth tiene sus propios métodos. ‘Hay que defenderse en la vida’, le repetía su madre, y Yoselineth lo entendió: hay que pelar los ojos, hablar duro y pegar cuando te pegan para que la respeten a una. Si su cría aprende, el día de mañana nadie le echará cuento.
Chitin ahora, a la vista de la señora Chenta y las mujeres y su madre, trata de irse.
—Tú, óyeme bien— lo coge del brazo Yoselineth—: no te puedes dejar pegar.
El niño logra zafarse y sigue camino.
Ya a las 9:30 todo el vecindario está en la calle 17, puertas y ventanas atestadas de gente. La señora Chenta deja de rallar el coco.
Belén y Yoselineth se manotean y ya amagan a agarrarse por las greñas. Betito, la razón del enfrentamiento, se acaba de despertar con la goma de la borrachera de anoche.
—A estas guiales qué les pasa, loco, chucha pero ni dejan dormir. ¡Ey, Belén! Mueve pa’ la casa y deja a la otra tranquila, ¿cuál es tu show?
Refunfuña el macho. La mujer se va, la otra se levanta y cada cual coge su esquina. La comida dominguera sigue en proceso, Calitín prende de nuevo su bate y Mitzury, la vendedora de chance clandestino, apura el paso que parece baile.
El lunes Belén se levantará temprano, se pondrá el vestido corte sastre, retocará las uñas con estrellas, fucsia y negro y soltará el tubi-tubi para ir a la oficina donde trabaja de secretaria.
Es probable que el primer cliente que llegue a su oficina reciba el descargue de la furia que le dejó el enfrentamiento del sábado o sencillamente no le meterá más mente hasta que vuelva a su barrio, donde cada quien vive su pequeña lucha.