El opositor Henrique Capriles, candidato a diputado en Venezuela, acusó este lunes al chavismo de buscar que la elección regional y legislativa del próximo...
- 30/10/2022 00:00

Hay diferentes maneras de enfocar los derechos humanos. Para el iusnaturalismo, los creyentes en el Derecho Natural originado en Dios o la naturaleza humana, que es el paradigma que imponen las iglesias cristianas, el derecho natural tiene supremacía sobre el derecho positivo. Esta pretensión idealista desconoce el poder del Estado y de la comunidad internacional. Sin embargo, lo “natural” de este derecho resulta equívoco y no sirve para fundamentar un acuerdo sobre lo que es justo o injusto (Bobbio). Estos derechos sólo pueden considerarse derecho si están reconocidos en normas jurídicas positivas; de lo contrario, son únicamente valores, intereses o deseos. La idea de “naturaleza humana” también es ambigua y equívoca. Los derechos humanos se multiplican y cambian de acuerdo a los intereses de las clases en el poder, de las luchas sociales y los avances tecnológicos y científicos.
El iuspositivismo sólo reconoce como derechos humanos lo que se plasma en las normas positivas y que puede reclamarse, en caso de inobservancia, ante las autoridades judiciales nacionales o internacionales. Existen porque han sido creados por el Estado u organizaciones internacionales. Sin embargo, los derechos humanos no son únicamente normas, sino también luchas sociales e ideológicas, exigencias morales que llamamos “derechos” porque deben cumplirse obligatoriamente.
Un tercer enfoque es que no hay derechos inmortales, que los derechos humanos son “meras ficciones”, producto de las buenas intenciones vertidas en la Declaración Universal de 1948; que todos los derechos pueden abolirse cuando esté de por medio la utilidad; y que son “meras ficciones”, no existen y creer en ellos es como creer en brujas y unicornios (Macintyre). Sin embargo, aunque es cierto que los derechos humanos son variables (por eso se clasifican en generaciones) y tampoco se puede negar que su aplicación es difícil en todas partes, esto no puede conducir a negarlos ni valorarlos como “ficciones”, porque son realidades combativas y normativas que cambian constantemente con las costumbres, las necesidades y las luchas de las grandes mayorías oprimidas.
Los Derechos Humanos son inalienables, porque no se pueden transferir ni se puede renunciar a ellos; son universales, porque corresponden a todas las personas sin excepción; interdependientes, porque están vinculados unos a otros y requieren respeto y protección recíproca. A pesar de ello, no son estáticos, van cambiando con el tiempo y nacen nuevos derechos. Por ello se han podido clasificar en generaciones.
Entre los de primera generación están la vida, integridad personal, libertad, dignidad, personalidad, reunión, nacionalidad, nombre, sexualidad, matrimonio, unión libre, locomoción, intimidad, autonomía, petición, debido proceso, amparo o tutela, asilo, ocupación, habeas corpus y buena fe. En la segunda generación, surgieron el trabajo, vivienda, familia, seguridad social, asociación, huelga, deporte, recreación, educación, propiedad privada e igualdad social. En la tercera generación tenemos el derecho al ambiente natural y social, a la autodeterminación de los pueblos, a la imagen, a la creatividad, la calidad de los productos, derechos de las minorías y los derechos de la niñez, mujeres y ancianos. Estamos ahora en el surgimiento de los derechos de cuarta generación, como son el derecho a la democracia, a la información, a los avances tecnológicos y científicos y al pluralismo, derechos de lo que depende la concreción de la sociedad abierta al futuro.
Los derechos humanos se originan, desarrollan y conquistan en las luchas sociales libradas por la humanidad desde la Edad Antigua hasta nuestros días, pero su paternidad indiscutible fue la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Los textos más viejos de la cultura griega ya se refieren a la justicia como uno de los valores fundamentales de los derechos humanos. Sócrates y Antígona aportan sus propias vidas en aras de la justicia judicial de la polis, con posiciones antagónicas. Sócrates defendía lo que ahora llamamos el “estado de derecho” (dura lex sed lex), mientras que para Antígona la desobediencia civil supera la injusticia legal. Luchaba por las “leyes no escritas”, desobedeciendo la normativa injusta y la arbitrariedad. Este concepto se ha retomado en nuestros tiempos, donde la equidad supera la igualdad, al analizar caso por caso para llegar a la verdadera justicia.
Es lamentable que a pesar de tantas normas jurídicas, instituciones y autoridades oficiales y particulares que reconocen y protegen los derechos humanos, todos los días se registran las más atroces violaciones de ellos por todo el mundo, por parte del terrorismo, fuerzas retrógradas, delincuencia, los mismos agentes del Estado, organizaciones de toda clase y gobiernos autoritarios. Es necesario que poco a poco se superen estas contradicciones y quebrantamientos, para que se conviertan en un verdadero instrumento para solucionar problemas sin guerras ni derramamiento de sangre y se entiendan como una nueva visión social de dignidad, igualdad, equidad, tolerancia, paz y justicia para todos.
La autora es abogada y defensora de los Derechos Humanos