Gente de ninguna parte

Actualizado
  • 22/05/2011 02:00
Creado
  • 22/05/2011 02:00
Esta es la historia de los hijos olvidados de Panamá. Nacieron aquí pero el Estado no los reconoce como panameños. Sentenciados al confí...

Esta es la historia de los hijos olvidados de Panamá. Nacieron aquí pero el Estado no los reconoce como panameños. Sentenciados al confín de los pueblos fronterizos, no pueden salir de Darién. Nadie acierta a descifrar la cantidad de personas en esta situación. Son los apátridas, la gente de ningún lugar.

FE SANTA

‘Sin papeles es mejor ni salir de la casa’, explica Luz Helena, sentada en una hamaca de su casa en el poblado de Santa Fe, a 20 minutos de Metetí. Es una casa pobre, de madera, hecha con las manos.

Luz Helena nació en el Darién, en la comunidad emberá de Paya, Alto Tuira, río arriba, ‘en la misma cabecerita, cerquitica de la frontera’. Creció sin necesitar conexión con el mundo urbano porque ‘las enfermedades se curaban con la medicina de la tierra y el rito de la muerte hacía parte de la vida’. A los 14 años conoció a Clemente, un colombiano de los que atravesaban la frontera, de ida y vuelta, buscando la vida en el monte. Se enamoraron. Clemente jamás regresó a Colombia y se quedó en Paya con Luz Helena. Tuvieron 7 hijos: 4 chiquillos y 3 muchachas, cuyas edades no exceden los 18 años y ya fueron madres.

Mientras cae la tarde y Luz Helena peina a una de sus hijas —para que quede bonita y sin liendres—, teje palabras en emberá junto a sus descendientes. Las mujeres descansan en hamacas y butacas mientras los chiquillos juegan tirados en el piso de madera. El último hijo de Luz tiene dos años y podría pasar por uno de sus nietos. Se llama Bebe. ‘Le había puesto un nombre pero se me olvidó y al final todos terminamos llamándole Bebe’, explica la madre entre risas. Es una metáfora extraña de su situación legal: el país les niega un nombre y ella olvida el nombre de su propio bebé.

TRAVESÍA DE IDENTIDAD

Sólo tres de sus hijos tienen vínculos con el Estado. Los otros cuatro, igual ella, son ciudadanos invisibles, sin cédula, sin seguro, casi sin rostro.

¿Por qué algunos tienen documentos y otros no? La respuesta es simple: el Tribunal Electoral, para emitir cédula, exige el testimonio de tres testigos ante la autoridad de registro en La Palma, capital de la provincia. Panameños reconocidos que atestigüen que el nacimiento se dio en el istmo. No alcanza con la palabra de la madre ni con el bebé llorando allí, tampoco con la declaración de otras personas, también apátridas.

Por lo general hay dos formas de realizar los trámites. Una de ellas cuando el Tribunal Electoral se acerca a las comunidades. Si las familias pueden presentar a sus testigos, entonces les hacen los documentos. Eso fue lo que pasó con tres de los siete hijos de Luz Helena y Clemente. Pero no es una práctica usual: por la naturaleza nómada de los pueblos originarios que habitan la región, es difícil que los testigos de los nacimientos permanezcan en la comunidad. Simplemente no están, se han marchado, están en el monte o han muerto. Así es como la nacionalidad pende de la casualidad. De la arbitrariedad de la suerte.

La otra forma de conseguir documentos consiste en viajar hasta La Palma, capital de la provincia. Un viaje muy costoso que se multiplica por la cantidad de gente necesaria: padres, hijos, testigos. La legalización termina costando cerca de 300 dólares, incluyendo gastos de traslado. Como si fuera poco, el Estado les cobra una multa por no haber hecho el trámite con anterioridad. Clemente gana 8 dólares diarios y la familia no es beneficiaria de ningún subsidio. ‘Toca esperar otro rato pa’ ganar plata pa’ gastarle el pasaje a los testigos y pagar la multa’, explica. Así es como esta gente termina inmersa en el drama moderno de sobrellevar la pérdida de la raíz, del lugar de arraigo. Las carencias en la asistencia médica, la educación precaria, la explotación en todas sus formas.

RETENES

Las cosas se complican por la naturaleza de la vida en el Darién y la cultura indígena. Los emberá son una comunidad nómada. Los adultos van y vienen, de ida y de vuelta: Púcuro, Paya, Boca de Cupe, El Real, cambiando de lugar en la misma región, buscando una manera de sobrevivir. No tener documentos los condena a una vida sedentaria que les impide la búsqueda de mejores horizontes.

En la provincia la seguridad se ha convertido en asunto prioritario. Hay tres retenes del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) de Bayano a Metetí y aumentan al internarse en la provincia, ‘nadie puede andar sin papeles o constancia en Darién porque lo llevan detenido hasta que compruebe que no es de la guerrilla. Como yo no tengo papeles he tenido problemas con la policía, por eso nunca he salido de Darién’, dice Luz Helena.

Los buses para ellos son trampas. La última vez que intentaron salir del pueblo fueron detenidos en un retén, los bajaron del bus y tras dos horas de interrogatorio los devolvieron a Santa Fe.

La familia de Luz Helena, entre otras que habitan la frontera sin vínculos estatales, esperan dejar de ser ciudadanos invisibles, empezar a ser parte de los registros oficiales y tener la oportunidad de gozar sus derechos: ‘Lo único que quiero es tener mi cédula y que no me vuelvan a decir que no existo, que estoy muerta, que no soy panameña. Porque no. Mi familia y yo no estamos muertos, estamos vivos: y somos de aquí’.

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