Este evento que se vio fundamentalmente desde América, empezó sobre la medianoche de este viernes 14 de marzo y llegó a su máximo sobre las 3 de la mañana,...
- 13/12/2008 01:00
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PANAMÁ. Son las 10:00 a. m. en el Hospital del Niño. Los médicos que atienden a la pequeña Joseadis Shaybel Olivarren Molina, de nueve años de edad, notifican a sus familiares que acaba de morir.
Llanto y dolor se vivió en el hospital. Familiares y vecinos trataban de consolar a la madre Eraida Janeth Molina, quien perdió en pocas horas a su hija menor. Es una víctima más de la creciente violencia en el populoso barrio de El Chorrillo.
Escudriñar qué sucedió no fue fácil y llegar al área donde había muerto la menor, menos. Hubo que caminar por la calle 25 de El Chorrillo, una zona estremadamente peligrosa, donde dominan las bandas.
Serían las 2:15 p.m. Se llegó al edificio Salomón 2, apartamento No. 1. El ambiente era de desolación y tristeza. Sus padres, su abuela y un grupo de vecinos vivían en carne propia un hondo sufrimiento.
Lo primero que dijo la abuela, apodada “La Fula” fue que no quería más prensa. Pero luego, al pedir hablar con el padre de la niña, José Manuel Olivarren, él salió lentamente con el rostro compungido y dijo: quién le dio mi nombre.
La explicación del porqué estaba allí fue breve. “Somos periodistas, lo siento, sé que es duro para usted, pero quisiera saber qué sucedió”. José Manuel entendió y accedió una vez más a hablar de este tema, después de haberlo hablado con otros colegas.
El jueves 11, el día era como otro cualquiera. A las 9:00 a.m. Llevó a su hija Joseadis a la escuela República de Chile, para participar de la fiesta de Navidad. El próximo año iba a para cuarto grado.
A las 11:30 fue a recogerla. En su casa jugaba afuera como solía hacerlo. Ella escuchó de lejos un tiroteo y se lo notificó a su papá, quien le pidió a ella y a su hermano que entraran para evitar problemas.
Joseadis hizo caso, y su papá se dedicó a pintar el apartamento, pero a eso de las 7:00 p.m. cuando pintaba la sala, tres personas se acercaron a la puerta.
Cerca de él estaba Joseadis y su hijo José, de 13 años. Hubo tres disparos ensordecedores. El padre miró los ojos de los sicarios y pidió a sus hijos que se agacharan. Su hijo lo pudo hacer, pero Joseadis cayó impactada llena de sangre.
La desesperación reinó. José Manuel cargó a la pequeña en su brazos y ningún taxi lo quería llevar al hospital, hasta que un “hermano evangélico me auxilió”, dijo.
“Yo tenía siete meses de haber salido de la cárcel por robo, pero no tenía problemas con nadie. Esto fue mandado. Son personas muy malas, pero allá arriba hay un Dios”, dijo José Manuel con la voz entrecortada y con llanto en sus ojos.
Confesó que había estado preso desde hace siete meses, pero “me he regenerado y vivía para mis hijos, pregúntele a cualquiera”, indicó.
“Todos los días salía a buscar el pan. Si me querían matar porque no lo hicieron. Esto ha sido lo peor que pudieron hacerme. “Estoy adolorido, me arrancaron el corazón”, explicó José Manuel.
La policía hace su trabajo, pero “son las leyes, las que amparan a los antisociales. Si yo salgo y hago lo mismo me meten 30 años, el gobierno tiene que hacer algo, aquí hay muchos niños inocentes de todo”.