Una tradición opacada por la violencia

  • 10/02/2013 01:00
Un asesinato en Portobelo provocó la suspensión de los festejos de carnaval. Temores, recuerdos y la resistencia para mantener un ritual histórico. Entre el espanto y el dolor, la gente celebra

Decenas de cascabeles suenan al unísono y un fuerte pito se deja sentir. Allá, en la calle más apartada de Nuevo México, se escucha lo que para muchos es la melodía de la tradición. ¡Empezó el juego! ¿Quién es el primero en entrar al ruedo? Ahí va el primer harapiento que osa retar al tenebroso diablo. Mueve los pies dibujando una danza y los ojos de la máscara parecen estudiar a su víctima, y se siente el primer fuetazo; mientras el harapiento (que no es más que un chico vestido de congo) da un salto y sale ileso, arroja una burla y su ego se ríe del malvado.

Como si fuera el trailer de una buena película que se repite cada año, esta imagen otra vez se adueña de las calles. Persevera la evocación carnavalesca a pesar de la amenaza de la violencia en Nueva México. Una resistencia que no ha conseguido imponerse en Portobelo, donde por primera vez en la historia este año no revivirán el ritual: ‘Era mejor no tener carnavales por un año que lamentar otra vida de un inocente’, explica el alcalde, Carlos Chavarría. Una decisión difícil y consensuada con todos los representantes de corregimientos tras la muerte de un joven al que le dispararon doce veces la semana pasada a la vista de muchos.

A veces, la comedia se transforma en tragedia; la alegría, en dolor. Y el duelo deja los festejos en suspenso. Pero la gente de Portobelo activa sus propias defensas: en el mismo corazón que alberga el espanto que produce la muerte, permanece el deseo de salvaguardar un legado.

UNA PAUSA

Más que suspender una mojadera queda en pausa una expresión cultural. Era necesario, bajo la consideración de Carlos Chavarría. La decisión la tomó con al aval de todos los representantes de corregimientos después de llegar al pueblo y enterarse de rumores que decían que tras la muerte de Oscanio Ardines alias ‘Oki’ se darían más hechos de arma.

‘Oki’ era un joven de 33 años que se vestía de diablo cada año. Fue acribillado con doce tiros la semana pasada en la entrada de un supermercado en Portobelo. Hace dos días fue su sepelio y la tristeza aún tiene mustias en el pueblo. Los rostros opacados de los portobeleños no son lo común en los días de diablos y congos, desde que arranca enero los tambores son los reyes de la avenida, sin distinción de edad todos disfrutan de las danzas.

Chavarría lo lamenta. Sabe bien de qué se trata la fiesta: lleva 42 años seguidos vistiéndose de diablo y 30 de ser el diablo mayor, la máxima autoridad en el gremio cultural. Este también será posiblemente el primer año en el que no lleve puesto su atuendo. Pero este año, repite, no quedan muchos ánimos de nada: ‘Si acaso me vestiré el día del Festival de Congos y Diablos, pero depende de cómo me sienta’.

Comparte la pena que a causa de actos sangrientos quede anestesiada la pasión de una comunidad. La muerte de ‘‘Oki’’ no era el primer hecho del año, ya habían ocurrido otros dos sucesos menos fatídicos en los que estaban involucradas las armas, y todavía queda el recuerdo del año pasado cuando asesinaron a una persona en plena entrada del palenque (el sitio más importante en el juego de diablos y congos).

En otros puntos del país, los ruidos se imponen a las tristezas y la gente defiende el derecho a la alegría popular. Una fiesta con imaginación y creatividad, que ha ido adquiriendo modismos de época. Que se transforma pero en la que nunca faltan disfraces, desfiles y el repique de tambores.

CAMBIOS SOCIALES

Un domingo como hoy, en la cancha de baloncesto de Nuevo México hay muchos adolescentes yendo y viniendo, seis diablo s y dos chicos vestidos de congos. Un folclor que sufrió transformaciones por varios motivos, como comercialización y poco conocimiento cultural de parte de los organizadores de las fiestas, pero lo que en las calles marcan es el temor.

En el corregimiento de Sabanitas, por ejemplo, siempre se jugó diablos. Después de 15 años la diferencia está en que el temor merma la concurrencia. Antes se hacía en una intersección, una ‘y’ que en sus tres lados tiene pendientes, barrancos por los que corrían congos y diablos cuando la jornada llegaba a su clímax. Esa era la tradición en su máxima expresión, en medio de las calles de los barrios, de los pueblos, entre el calor de la gente. Pero de un tiempo hacia acá las personas no huían de los fuetes de los diablos, sino del peligro de las rencillas.

De hecho el juego solía empezar desde la tarde y hasta muy entrada la noche. Ahora las autoridades son más estrictas con los horarios, para prevenir el desarrollo de la violencia. Claro que siempre están los que resisten y mantienen viva la fiesta.

TIEMPO DE RESCATE

Rubén y Ariel son dos hermanos del barrio Don Bosco que decidieron retomar la tradición. En esta ocasión con una variante: Rubén (quien aprendió el juego de su hermano) reúne todos los días a chicos de todas las edades, les platica de qué significa vestirse de diablo y cuáles son las reglas.

‘ No puedo ni explicar qué siento cuando me pongo un disfraz, es una alegría... quiero que los jóvenes aprendan esto y lo aprecien, es muy bonito, por eso seguiré hablándoles’, dice el colonense.

En su taller, los chicos aprenden a jugar y elaboran de forma artesanal las vistosas caretas y vestuarios. A veces la realidad opaca el sueño, la ilusión y el juego, pero Rubén insiste: ‘A ellos les gusta, pero algunos se han ido por los problemas sociales, aquí venían dos jóvenes que pertenecían a pandillas, un día dijeron que se sentían inseguros al salir de su territorio, por lo que mejor era abandonar’.

La culpa —dice este promotor cultural— es de las instituciones del Estado: si las entidades desarrollaran programas de educación, podrían tener otra salida.

Javier Ramos coincide, sentado al lado de su amigo Rubén: ‘Esto es culpa de las autoridades, ellos son los que ponen el área caliente, los manes están jugando tranquilos, no está pasando nada y de pronto llega la policía intimidando a los pelaos, ¿qué le queda a uno?, correr y luego dicen que nosotros somos los que comenzamos los incidentes’. Y agrega Javier, después de contar que él es congo y no diablo: ‘La policía tiene fijado que el que está detrás de una máscara es un delincuente, ¿por qué no tratan así a la gente en Los Santos? Nos sentimos discriminados’.

Tanto el diablo como el congo sienten que los jóvenes, al ser tratados con violencia, responderán de igual manera. Y es cuando se forma el problema.

Con mucho recelo (hasta de los mismos pobladores), se está permitiendo el juego en ciertas áreas del distrito de Colón. Algunos solo juegan en sus calles, pues si salen de ellas ponen en peligro el retorno a sus hogares (una bala los puede alcanzar).

Aunque se intenta mantener la tradición, no es lo mismo. El público no lo disfruta igual, los diablos no proyectan ese mismo delirio de antaño. Es cuando se corre el riesgo de que los diablos pasen a ser un evento de exhibición, donde se puede ver parte de la cultura, mas no la verdadera esencia.

El dolor, el miedo, las nuevas realidades sociales, impactan en la alegría pero no la matan. Aquí, la imaginación y la picardía popular buscan sus atajos para poder mantener la tradición.

SALVAGUARDAR UN LEGADO

En Portobelo, el decreto que prohíbe la celebración de los carnavales hizo que los lugareños sintieran que las detonaciones de las balas sonaban más que la lluvia de los cascabeles.

Pero entre el espanto y la locura, la vida también canta. Los portobeleños piden que por lo menos se realice el bautizo de los diablos el Miércoles de Ceniza. Es que la tradición no entiende de disposiciones legales, es una práctica que lleva realizándose cientos de años.

Lourdes Gutiérrez, de Fundación Bahía Portobelo, siente que llegará el miércoles y los diablos y congos estarán en las calles, pues es algo espontáneo que no se puede detener con un decreto. ‘La gente de Portobelo es tranquila, un hecho como el de ‘Oki’ hubiera ocurrido en cualquier momento, esos son sucesos que no tienen que ver con el carnaval’, plantea la promotora cultural que llegó hace un año y medio de España.

Entre las causas que encuentra para explicar la violencia, señala que son pocas las unidades policiales que se ven rondando, además el puesto de guardias más cercano está bastante alejado del centro del pueblo.

Y en lo que coinciden todos es que cuando son festividades muy grandes suelen llegar visitantes de todos lados y entre ellos se mezclan personas con malas intensiones, casi siempre es en esos momentos cuando se ocurren actos lam entables.

Como sea, en el mismo corazón que se alberga el dolor que produce la muerte, ahí mismo permanece el deseo de salvaguardar un legado. Esa es la evidencia de la voz quebrada de Yanilka Zúñiga, miembro del grupo Realce Histórico de Portobelo y familiar del fallecido portobeleño. Al mismo tiempo que esta joven ayudaba a su familia con los preparativos de un funeral, ella hacía las gestiones para el Festival de Congos y Diablos en su octava edición, en donde también tiene vela como organizadora.

Decenas de cascabeles comenzarán a oírse en las calles, los diablos danzarán y habrá tambores y reinas y desfiles. El corazón de los panameños resiste y hace persistir una tradición que este año entró en suspenso, pero que no acabará jamás.

EL PALENQUE AL ROJO VIVO

Nadie se opone al Festival de Congos y Diablo, hasta les parece bueno e interesante. Lo que si tienen claro todos es que no es la tradiciób al pie de la letra. Y si en los pueblos y njo se juega al diablo y pocas entidades hacen algo pra rescatar la práctica en las calles, peligra el verdadero significado de la danza de los diablos y congos.

Carlos Chavarría, diablo de Portobelo, explica que en cada región se elige a un diablo mayor, a un rey y a una reina del Palenque. Estas tres figuras son los ejes del juego, son los que establecen las reglas y velan porque se respete la tradición. Ellos son electos por su trayectoria y antigüedad en la práctica.

Una vez un hombre se viste de diablo por primera vez, queda sujeto al código tradicional que indica que debe hacerlo por un tiempo mínimo de siete años seguidos. Luego de ese lapso puede ascender al rango de diablo mayor, siempre que no haya un diablo con más tiempo de estarlo haciendo.

Los colores de los diablos son rojo y negro. Ningún otro,  enfatiza Carlos. Los dos primeros años el disfraz debe ser totalmente rojo; al tercer es rojo con negro, pero predomina el rojo; el cuarto año el disfraz lleva más negro que rojo y cumple los siete años, el vestido es totalmente negro.

Cada diablo que llegue a jugar en determinada región debe presentarse ante el diablo mayor del sitio, éste lo lleva donde la reina del palenque, quien debe ser la única persona que conozca la identidad del disfrazado. Estas medidas son por seguridad, ilustra Chavarría.

Cuando empieza el juego queda claro que no se le puede pegar a nadie que no esté jugando como congo; de infringir esta pauta, puede quedar fuera y hasta verse sancionado por las autoridades del pueblo.

El día más importante es el Miércoles de Ceniza, cuando se da el bautismo con sal y otros condimentos. En esta fecha los congos y ángeles idean todo de estrategias para atrapar a los diablos, cuando los tienen inmoviizados los llevan donde el sacerdote (otro de los personajes del palenque) quien les hace el baño con sal. Después del ritual los diablos deben quitarse las máscaras y salir del juego. Todo termina cuando atrapan al último diablo.

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