‘¿Héctor, dónde estás?’, una herida que solo la justicia podrá cerrar

Actualizado
  • 08/06/2014 02:00
Creado
  • 08/06/2014 02:00
¿A dónde se llevaron los hombres del jeep verde a Héctor Gallego la noche del 9 de junio. ¿Qué fue de él? ¿Dónde está? 

Tres días antes del 9 de junio de 1971, fecha en que desaparece el padre Héctor Gallego, oficiales de la Guardia Nacional se aproximaron a la Cooperativa Esperanza de los Campesinos y a otros miembros de la comunidad de Santa Fe, para interrogarlos sobre el sacerdote, comentan varios testigos del pueblo, entre ellos Jacinto Peña.

Los oficiales, quienes, años después se revela, eran miembros del S-2 (inteligencia del G-2 capítulos del interior), se identificaron en ese momento como Melbourne Walker y Eugenio Magallón. Su misión era investigar dónde vivía Héctor Gallego, con quiénes se relacionaba y ubicarlo, de ser posible.

LA REACCIÓN INICIAL

Al principio, nadie entendía qué había pasado con Gallego, comenta Hermenegildo Mendoza: ‘Nosotros desconocíamos por completo qué era un secuestro y cuál era su significado, lo vinimos a descubrir cuando se llevan a Héctor Gallego’.

Jacinto Peña comenta que ‘lo primero que se me vino a mi mente es que iban a deportar a Héctor’.

A pesar de eso, admite Peña: ‘Nos movimos por todos lados. Hicimos reuniones en San Francisco, Santiago y aquí (Santa Fe)’.

El último santafereño que vio vivo al cura colombiano, cuenta que ‘hubo mucha gente que se puso contenta porque pensaron que todo se iba a acabar y todo volvería a ser como antes (en Santa Fe), porque para ellos era anormal que nosotros hubiésemos despertado’.

–Nosotros empezamos a buscarlo desde el mismo 9 de junio– cuenta el presidente de la UIC– . Nos fuimos a pie desde aquí hasta Santiago, buscándolo por los barrancos, quebradas y ríos; porque creíamos que lo podían haber matado y dejar su cuerpo por ahí– comenta el dirigente–. En el camino nos encontramos con un sargento que nos dijo que mejor nos regresáramos a trabajar porque no íbamos a encontrarlo.

Aunque ya Gallego no estaba, las cosas no cambiaron en el pueblo. Comenta Pedro Caballero, miembro fundador de la Cooperativa La Esperanza del Campesino: ‘Nosotros seguimos el trabajo en la Cooperativa, pues él mismo, Gallego, nos dijo: ‘Si desaparezco no me busquen, sigan la lucha’.

–¿Es que acaso Gallego sabía que estaba en peligro?– se pregunta a Hermenegildo Mendoza.

Sí, él decía que había gente detrás de su pellejo– comenta el presidente de la Unión Indígena Campesina (UIC)–. Él era consciente de que su trabajo era diferente a lo que se acostumbraba que hiciera la iglesia.

– ¿No sintió miedo de correr una suerte similar a la de Gallego?– se le cuestiona a Jacinto Peña.

El campesino dice que no, ‘Nunca he sentido temor de que me vaya a pasar algo y no sé por qué. Tuve problemas con algunos de los ricos del lugar, me encarcelaron dos veces, pero me he salvado de eso’.

Contrario a Peña, Pedro Caballero acepta que ha temido: ‘¡Claro que sentíamos algo de temor!, sobre todo cuando alguien, que no sé todavía quién fue, trató de quemar la Cooperativa un año después de su desaparición.

LO LEGAL

Las investigaciones del caso sobre la desaparición del padre Héctor Gallego, en Santa Fe, las inicia de oficio la Procuraduría General de la República, que designa al Fiscal Segundo del Circuito de Veraguas para continuarlas. Luego, las autoridades empezaron a lanzarse el caso como papa caliente.

Durante el proceso de recaudación de información, la Procuraduría reasume el caso y lo remite posteriormente a la Fiscalía Primera Superior del Segundo Distrito Judicial, que solicita se dicte ‘auto de sobreseimiento provisional de carácter impersonal’. La solicitud fue acogida el 26 de junio de 1973 por el Tribunal Superior del Segundo Distrito Judicial.

‘Nosotros sabíamos que en ese momento no se iba a hacer absolutamente nada para esclarecer el caso de Héctor. Los militares eran los responsables de su desaparición, no iban ellos mismos a juzgarse’, manifiesta el dirigente de la Unión de Indígenas Campesinos, Hermenegildo Mendoza.

Pero la Iglesia católica, por iniciativa y presiones de algunos movimientos sociales que exigían justicia, pidieron el 23 de enero de 1990, luego de que se instaurara un nuevo gobierno con un régimen democrático, la reapertura de las sumarias. El Tribunal Superior del Segundo Distrito Judicial decide acoger la petición.

Esto permitió que el 3 de enero de 1991, la Fiscalía Especial solicitara se abriera una causa criminal contra Nivaldo Madriñán Aponte (jefe de la Guardia Nacional en el área de Santiago en 1971) y los dos miembros del S-2 y G-2, Melbourne Walker y Eugenio Magallón, respectivamente. La solicitud fue acogida el 5 de abril del mismo año.

El juicio se realizó en la ciudad de Penonomé. Tanto Walker como Madriñán son juzgados en conciencia y condenados a 15 años de prisión cada uno, en calidad de cómplices primarios. Además, se les condenó a la pena accesoria de inhabilitación para ejercer funciones públicas, por el término de 15 años luego de cumplir su tiempo en prisión.

Para Pedro Caballero el juicio no fue más que una farsa: ‘Hicieron un juicio improvisado en Penonomé y de los que fueron condenados, uno se dio a la fuga (Eugenio Magallón) y los otros dos solo cumplieron un tiempo en cárcel, después les dieron medida cautelar’.

Nivaldo Madriñán ya falleció y, así como dice Caballero, Melbourne Walker se encuentra cumpliendo la medida cautelar de ‘casa por cárcel’ por su estado de salud. Eugenio Magallón está prófugo de la justicia y no ha pagado un solo día de su condena.

LA CARTA DE WALKER

El 23 de junio de 1992, el sargento Melbourne Walker, que ya había sido condenado por la desaparición de Gallego, entrega una carta al padre Fernando Guardia, con quien ya mantenía conversaciones, en la que confesaba haber investigado sobre Héctor Gallego, mas negaba tener algo que ver con su desaparición.

Walker asegura en la carta que recibió órdenes expresas de Manuel Antonio Noriega, quien era el jefe del G-2 en ese entonces, de investigar el paradero del prelado colombiano. La información que logró recopilar en Santa Fe sobre el padre fue puesta en manos de Edilberto del Cid, jefe del escuadrón especial, ‘Macho de Monte’.

El día 10 de junio de 1971, cuando el sargento se entera de la desaparición del padre, reclama a Noriega que lo habían utilizado. En ese momento, el entonces coronel Noriega le responde: ‘Estas son cosas del general Torrijos, porque el ‘curita’ se metió con la familia del general. Estos son asuntos del Estado Mayor’.

El padre Guardia, al notar la relevancia de lo que Melbourne escribió en la carta, inmediatamente procedió a entregarla al fiscal a cargo del caso, Carlos Augusto Herrera, con quien, incluso luego se reunió para emitir su declaración. En ese momento llamó la atención del sacerdote que su declaración fuera tomada en las oficinas de la Fiscalía y no en la Corte ni en la audiencia.

‘Herrera no quería tomar la carta en cuenta porque era una avenida nueva. Era el Estado Mayor el que estaba involucrado. Él, Walker, remite a un testigo nuevo y ese testigo nuevo está ahí, en el expediente y no ha sido investigado. Está la puerta abierta: algún abogado podría abrir el proceso otra vez basándose en esa carta. De eso se trata. A esta altura, el proceso se pudiera abrir si surgiera ese testimonio, y otros que, seguro, hay’, considera el padre Fernando Guardia.

Otro elemento que hasta el sol de hoy, para el sacerdote, sigue siendo todo un misterio es por qué nunca llamaron a ese Estado Mayor a declarar.

EL CÓDIGO DE SILENCIO

Omertá o ley del silencio es el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre los delitos considerados asuntos que incumben a las personas implicadas. Esta práctica es muy difundida en casos de delitos graves o en los casos de mafia, donde un testigo o los incriminados prefieren permanecer en silencio por miedo de represalias o por proteger a otros culpables. Esta ley es muy similar al ‘Código de Silencio’ que utilizan los militares dentro sus estructuras jerárquicas.

En el caso panameño, a diferencia de otras naciones como Argentina, Chile, Uruguay y Guatemala, en los que militares involucrados en las dictaduras han dicho la verdad y han confesado dónde están los cadáveres de los desaparecidos y asesinados, el código de silencio militar se mantiene, es inquebrantable.

Y es que hasta hoy, todavía nadie ha querido hablar sobre las desapariciones, torturas y asesinatos cometidos durante el régimen militarista.

‘Existe un código de silencio. En Panamá se armó muy bien la dictadura y fuera de eso se buscó un ente político para respaldar todas las acciones de esa etapa de la historia, que fue, no lo voy a negar, el Partido Revolucionario Democrático (PRD). El PRD fue el brazo político de la dictadura y está vigente. Muchas de estas personas que fueron cómplices de los acontecimientos de esa época todavía ocupan cargos importantes y no han permitido que se logre un verdadero avance en las investigaciones’, resaltó Maritza Maestre, coordinadora del Comité de Familiares de Detenidos, Desaparecidos y Asesinados durante la dictadura militar 68-89 de Panamá: Héctor Gallego.

La Estrella de Panamá trató de entrevistar a Melbourne Walker y a Manuel Antonio Noriega, para conseguir sus versiones, pero ambas entrevistas fueron negadas.

LAS DUDAS SIN RESPONDER

Pese a que mañana se cumplen 43 años de la desaparición del padre Héctor Gallego, en el pueblo de Santa Fe, los campesinos que caminaron con él y las nuevas generaciones que aún siguen trabajando en su legado, así como sus familiares, desean que se esclarezca de una vez por todas qué hicieron con Gallego y dónde está su cuerpo.

Ante el misterio, decenas de historias y versiones sobre el tema han surgido. Una de las hipótesis más sonadas es que el padre Héctor Gallego fue trasladado al cuartel de ‘Los Pumas’, en Tocumen, lugar donde probablemente habría sido torturado y enterrado.

Según Pedro Caballero, fundador de la Cooperativa La Esperanza del Campesino, la esposa de un militar, muchos años después de la desaparición, apareció por Santa Fe a contarles lo que ella sabía qué habían hecho con Gallego.

‘La mujer de un militar, que estaba en el Cuartel Central, ubicado en El Chorrillo, al día siguiente de la desaparición del padre, nos comentó que vio cuando bajaron con Héctor , golpeado y bañado en sangre, y que uno de los guardias comentó: ‘¡Jo, de verdad que se nos pasó la mano!’. Al rato, prepararon un helicóptero, y se llevaron al padre. Ella escuchó decir a los guardias que lo iban a echar al mar’, narra Caballero.

Hermenegildo Mendoza, por otro lado, al hablar sobre dónde está el cuerpo del religioso, también menciona el mar: ‘Un policía jubilado, que vive por el lado de Las Palmas, me comentó que a Gallego lo echaron entre la isla de Coiba y otras islas del Pacífico’.

Jacinto Peña comenta que el objetivo principal no era matar a Gallego, sino que, ‘según dicen los rumores, aparentemente le dieron un golpe del cual no se pudo reponer, y, al morir, tuvieron que desaparecerlo’.

CERRAR UNA HERIDA

Hay muchas versiones sobre qué hicieron con el sacerdote luego de que se lo llevaron a la fuerza. Sin embargo, todas se mantienen en la especulación.

Lo cierto es que mientras el código de silencio se mantenga, ni Santa Fe ni los familiares ni el pueblo panameño sabrán el paradero de Héctor Gallego ni los otros desaparecidos y asesinados del periodo militar.

‘En nuestros análisis, muy criollos, sabemos que aquí la justicia solo castiga al hijo de la cocinera y no a los monos gordos. Yo diría que es injusto’, comenta Jacinto Peña.

‘Para nosotros es frustrante porque no se trata de que te van a meter preso y me voy a alegrar, la cuestión es que digan la verdad: ¿dónde están los cuerpos de los desaparecidos? Y que podamos nosotros llegar, buscar los huesitos de nuestros familiares y enterrarlos cristianamente. Esto es muy importante’, recalcó Maestre.

–Yo me he dado cuenta de que ningún gobierno ha hecho realmente nada para esclarecer el caso– opina Hermenegildo Mendoza–. Para mí, no hay verdaderas intenciones de esclarecer el caso, porque,de ser así, hace rato se hubiese hecho.

¿Tiene esperanza de ver una vez más a Gallego, aunque sean sus restos?– se le pregunta a Jacinto Peña.

Tajante responde: ‘Yo ya no tengo ninguna esperanza’.

Ante esto, Hermenegildo Mendoza se lamenta y dice: ‘Nos han dicho que van a investigar y encontrar el cuerpo, pero nunca caminó nada. La justicia ha sido la gran ausente’.

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