La violación y la propiedad

  • 16/02/2020 06:00
El poder político de los hombres (social, cultural, jurídico...) se convierte casi naturalmente en poder físico. Su poder 'de facto' se encarna en poder material para someter a través del miedo
La violación y la propiedad

“El patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer y nuestro castigo es la violencia que no ves”. Así comienza la letra creada por el grupo chileno feminista Las Tesis que ha dado la vuelta al mundo durante la conmemoración del día Internacional Contra la Violencia Machista.

Desde esa perspectiva, la moral social, dándose sus propias reglas, considera al violador una cruel excepción, un loco, un borracho, un drogado, pero, al igual que el resto de violencia machista, no es más que el extremo más dramático de un sistema social que, tratando de esconderse, genera esos monstruos.

La violación y el poder

Las mujeres han aprendido que el hombre es capaz de agredirlas y violentarlas con su sola presencia. Desde la violencia verbal (el piropo que muchas mujeres y hombres consideran positivo), hasta el asalto más descarnado al cuerpo, son violaciones, tanto si se realizan dentro del ámbito de la pareja como fuera de ella.

Pero, ¿por qué en muchos casos las mujeres no se defienden y no oponen resistencia, cuando son víctimas de una violación? Según Marcela Lagarde y de los Ríos, esto ocurre porque el poder político de los hombres (social, cultural, jurídico...) se convierte casi naturalmente en poder físico. Su poder de facto se encarna en poder material para someter a través del miedo, en una relación donde el cuerpo es el protagonista. El poder simbólico del hombre se transforma en poder corporizado y aumenta su influencia a la hora de someter a las mujeres en una relación abusiva.

Cuerpo-para-los-otros

En general, las mujeres construyen su subjetividad a favor de los otros, debido a una cultura donde ellas solo son en la medida en que viven como esposas de, amantes de, madres de. Es decir, viven una expropiación plena, pero al mismo tiempo una institucionalización de su subjetividad.

La violación es el súmmum del ser cuerpo-para-los- otros. Desde que nacen, a las mujeres se las educa para ser cuidadoras de las otras personas: las cocinitas, las muñequitas. Con ellas ensayan lo que les espera a lo largo de su vida, se les expropia la posibilidad de una subjetividad personal en favor de los otros.

La violación sería la expropiación de esa subjetividad de un modo absoluto y descarnado. La violación es en extremo esa subjetividad que se constituye para los otros, donde las mujeres son propiedad del otro en su grado máximo. Es decir, la violación coloca a las mujeres en el grado más alto de ser para los otros.

El cuerpo y la subjetividad de las mujeres en un sistema social patriarcal y androcéntrico es en función de otros. Existe un desdoblamiento completo de la personalidad. Ese ser para otros, está normado, está aceptado: las mujeres dicen, incluso, que ellas lo han elegido.

La institución de la maternidad, el matrimonio y otros tipos de conyugalidad, como la familia, legitiman ese ser para los otros.

¿Qué pasa entonces con una violación, cuando ocurre fuera de la conyugalidad, de esa normatividad, de esa institución? ¿Qué pasa al romper esa propiedad de los demás, como institución para ser de otro ajeno a la misma, pero que forma parte de esa lógica de ser-para-los- otros, propiedad de los ajenos, ser para otro brutal que rompe la subjetividad de aquella?

En lo cotidiano, se rompe el cerco de lo normado, para pasar a ser de un otro. El continuo propiedad para los otros no se rompe, por el contrario se extiende esta vez no normado. Así, el otro cruel se constituye como el otro ajeno de ese continuo, ser para los otros.

Violación y propiedad

La violación es un asalto al cuerpo y a la subjetividad en su totalidad, siendo el primero una especie de campo de batalla sobre el que la sociedad machista actúa. Ese asalto, en parte, deviene de la idea de que los cuerpos de las mujeres son propiedad privada de los hombres. Idea de propiedad constituida a lo largo de la historia a través de las diferentes ideologías del amor: el amor cortés, el burgués, el victoriano, el nuevo burgués, el romántico.

En todas sus formas, sin excepción, contienen a las mujeres en un espacio donde ellas son las partes secundarias de la relación, donde ellas poco o nada pueden hacer para establecer reglas donde expongan sus propios deseos y necesidades; donde ellas son propiedad en la relación-contrato matrimonial o de otro tipo de conyugalidad.

El concepto de propiedad es esencial a la hora de entrar a analizar la violación, como el hito, la punta del iceberg, de un sistema social patriarcal y androcéntrico. Hasta tal punto es así, que hasta hace poco tiempo, no se consideraba la violación como tal, cuando esta se perpetraba dentro de la conyugalidad (matrimonio, pareja de hecho, convivencia sin papeles). Es decir, considerar la violación dentro del matrimonio era hasta hace poco un contrasentido, pues se suponía que el esposo en el sistema patriarcal pasa a ser dueño de la madre-esposa y, dentro de ese territorio de la propiedad privada. El consentimiento correspondiente no suponía el problema.

Esto ha roto un tabú. El consentimiento abrió un hueco dentro de la institución del matrimonio, conceptualizado como propiedad privada. Se convirtió en un ámbito normado desde el exterior, por el Estado. Que reconoce que es delito violar, dentro de la propiedad del matrimonio.

La madre-esposa deja de ser menos propiedad privada para ser normada a partir de allí por un externo, el Estado. Esto representa un cambio, en una relación de dominación, casi imperceptible.

La autora es una investigadora social española
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