Actualizado
  • 13/09/2024 23:00
Creado
  • 11/09/2024 17:06
El autor
Ganador del Concurso Ricardo Miró en las categorías de poesía cuento y novela. Algunos de sus textos han sido traducidos al inglés, ruso, alemán e italiano.
Colaborador habitual de revistas culturales e internacionales como ‘Achtung’, ‘Cuadrivium’, ‘La Maga’, ‘Black Renaissance’ ‘New York’, del periódico ‘La Estrella de Panamá’ y de diversos sitios web de literatura.
Como músico se ha presentado en países como Alemania, Argentina, Austria, España, Francia, Hungría, México, República Dominicana y Uruguay. Es miembro de la Fundación de Cantautor de Panamá, Tocando Madera. Actualmente reside en Viena, Austria.

Hoy cumplo treinta años. Me miro en el espejo y veo -supongo- que soy una mujer todavía guapa; bien conservada, como se dice por ahí. Pero... A ver, la verdad es que no puedo evitar pensar que ahora me quedan -solo- treinta años menos.

Sin embargo, respiro. Estoy viva.

Hoy, en la madrugada de mi cumpleaños, mientras yo dormía, murió Sabina, una excompañera del colegio a la que yo llamaba Santa, por lo del grupo mexicano de rock Santa Sabina, al cual de vez en cuando, en tardes de marihuana (tardes de seudo-desahucio adolescente), escuchábamos tiradas en la cama, mirando el techo, cuando los padres de Sabina se iban de viaje a no sé dónde y a hacer no sé qué (a veces incluso. Me quedaba a dormir allí en esa casa tan grande y espaciosa, que tanta envidia -envidia sana- me daba. Y eso que, en realidad, nunca fuimos tan cercanas la Santa y yo).

Accidente automovilístico. Así se acaba de despedir de este mundo, hace cuestión de unas horas, la Santa. Estadística. Vaya ciencia. A veces me pregunto: ¿De qué grupo estadístico vendré yo a formar parte? Y me respondo de inmediato: Todos formaremos parte del mismo grupo. El 100 % de la gente se muere, sin importar la manera. Esa es la única matemática que importa.

La Santa no era cercana, repito. Por eso su muerte no me ha dolido tanto. O sí. No lo sé. No ha dejado hijos, la Santa. Era soltera, creo. No estoy segura. Le había perdido la pista desde hace mucho.

No era cercana.

No éramos tan amigas.

Recuerdo que una letra de Santa Sabina decía: “como ahora ya no quieres nada/ni arrebatarme el cuerpo/ ni ver mis ojos ni guardar mi corazón/ voy a morir”. Acabo de darme cuenta de que esta es la única letra de Santa Sabina que recuerdo.

Una vez la Santa y yo vimos la muerte juntas. Unas semanas antes de la graduación había muerto el padre de Natalia. La Santa, toda ella movimiento y respiración, intentando dar ánimo a la doliente, justo al lado del ataúd donde yacía el difunto, seco, bofo, quieto (¿como dormido?, ¿como yo esta madrugada?).

Y ahora, mientras desayuno, de golpe pienso: Natalia vive en París. Seguramente no podrá estar en el entierro de la Santa; ni siquiera sé si se habrá enterado de su fallecimiento.

Echo un vistazo en las redes sociales de Natalia. Es muy activa, cuelga fotos y comentarios cada día. Torre Eiffel, Arco del Triunfo, Montmartre, textos en francés que no entiendo. Sobre la muerte de la santa, nada.

Acabo de regresar del cementerio. Había mucha gente que yo no conocía de nada. De los tiempos del cole solo estábamos alrededor de siete personas y de entre ellas solo me acordaba del nombre de cuatro.

En casa me meto de nuevo en las redes sociales de Natalia. Ha colgado una foto (una selfie) en la que aparecen los Campos Elíseos.

El padre de la Santa, un hombre todavía joven (bien conservado, igual que yo) pronunció, compungido, con voz quebrada, unas palabras. Dijo que la Santa (“Mi Sabina”) se acordaba mucho de sus amigas del cole, y acto seguido empezó a mencionar una por una a dichas amigas. Sentí una especie de alivio cuando mi nombre no fue mencionado. Yo estaba cerca de él. Preferí no darle el pésame.

¿El padre de Sabina mencionó el nombre de Natalia?

Ahora es de noche. Estoy sola en mi recámara. Clavo la mirada en el techo.

Ayer murió la Santa. Era mi cumpleaños y la Santa moría.

¿En cada uno de mis cumpleaños me acordaré de ella?

La Santa no era mi amiga.

Me fumaría un porro en su nombre.

Pero ya no fumo.

Tampoco escucho rock.

Alcanzo a balbucear “como ahora ya no quieres nada/ ni arrebatarme el cuerpo/ ni ver mis ojos ni guardar mi corazón/ voy a morir” poco... antes... de... quedarme... dormida.

Dormida.

De ‘Trilogía de la nieve y otros cuentos’. Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró- cuento 2023.

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