Cállese, señora

  • 26/01/2020 00:00
Es una historia apócrifa aquella que cuenta que habiendo enfrentado a la reina María Antonieta con la escasez de pan que sufrían sus súbditos exclamó, coqueta y dicharachera: “¡Que coman pasteles!”.

Es una historia apócrifa aquella que cuenta que habiendo enfrentado a la reina María Antonieta con la escasez de pan que sufrían sus súbditos exclamó, coqueta y dicharachera: “¡Que coman pasteles!”. Es apócrifa, pero, como todas las historias que se repiten y perduran en el tiempo, es tan buena que, si no fue real, mereció haberlo sido, porque explica muy bien la estupidez, el poco importa y la indiferencia de los poderosos ante la desesperación de la plebe. Desprecio y displicencia que terminaron rebosando la copa y haciéndoles perder la cabeza, riiis, chop.

Una de las cosas que prometió el presidente en su campaña, y por la cual le hicieron burla y todos nos reíamos y luego resultaba que sí estaba hablando en serio fue lo de la cosecha de agua. Que a algunos nos parecía bien como un método para llevar agua corriente a las áreas de difícil acceso y qué sé yo qué más cosas super geniales se me ocurrieron en el momento.

Pero no, resulta que al parecer lo de recoger agua iba en serio. Al parecer los que no tienen agua deben empezar a cosecharla, porque a los que sí la tienen les van a subir el canon. Lo que no han dicho todavía es lo que pretenden hacer con aquellos huevasteclas que tienen conexiones brujas, ¿o es que, como siempre, nos van a hacer pagar a justos por pecadores?

El agua no es un derecho. Una señorona de la jaiclás lo dijo el otro día en televisión nacional, con cara de asco y la naricilla un poco fruncida, pronunciando con su papa en la boca y un desdén bien reconocible, que si queremos agua que vayamos al río a por ella. Lo pongo en bucle y no doy crédito. Y mientras la escucho pienso en María Antonieta y su cabello peinado en un puf aireado y gigantesco, bien flofi.

El agua para los que no somos de la aristocracia criolla es un lujo que no nos debemos permitir. Ni piscinas marginales, ni lavar nuestros chunchitos. Total, si la mayor parte de los pobres mortales viven tan lejos que gracias al tranque, casi no llegan a casa más que apenas a cambiarse de ropa, bien pueden antes pasarse por la quebrada y, apartando bolsas de basura y la refrigeradora vieja, recoger un par de galones del vital líquido para irse haciendo un baño de avioncito, las alas y el motor.

Es de ver cómo la insensibilidad rampante ha perdido, además, la vergüenza. Exponen su fastidio sin asco, se suben los salarios de forma obscena mientras el resto de los mortales estamos ahorcados tratando de ver cómo llegamos a fin de mes con un mínimo de dignidad. Y gritan y vociferan en público mientras en privado reparten prebendas jugosas entre sus allegados.

Una vez más, deberían ustedes de leer un poco más, porque las revoluciones, en general, no son fruto de un solo evento, sino la consecuencia de una serie de causas que por ellas solas no provocarían ningún estallido, pero que aunadas se convierten en una avalancha que arrasa con todo.

Que vayamos a buscar el agua al río, dice la doña, y se queda tan ancha, mientras miles de personas en este país se levantan a horas intempestivas para ver si logran recoger un poco de ella para preparar el arroz pela'o que van a darles a sus hijos de almuerzo.

Nos estamos yendo directo al despeñadero, los que saben lo saben, y algunos de los que lo saben lo provocan porque saben que, en las revoluciones, los que consiguen conservar la cabeza, terminan siendo mucho más ricos.

Columnista
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